Capítulo 4

La Desesperación

El turno de Theo esa mañana parecía más largo de lo normal.

Algo dentro de él pesaba desde el inicio del día — una inquietud silenciosa que se arrastraba por el pecho, una sensación sofocante que no conseguía explicar.

No había señal de Thiago en el hospital.

Y eso era extraño.

Su hermano siempre llegaba temprano, con aquella sonrisa tímida y la mochila colgada en el hombro. Pero en esa mañana, ni la sonrisa, ni la mochila, ni Thiago estaban allí.

Theo mandó un mensaje. Después otro. Y uno más.

Sin respuesta.

Fue hasta la sala de reposo de los técnicos. Nada.

Pasó por la enfermería. Nada.

Entonces, buscó a Dominic.

— ¿Has visto a Thiago hoy? — preguntó, intentando mantener la voz estable.

Dominic lo encaró por un segundo, la mandíbula tensa.

— No. No apareció. ¿Por qué?

Theo no respondió. Sólo asintió y se alejó.

Pero algo en la mirada de Dominic… lo incomodó. Como si él supiera algo.

Fue para el vestuario, tomó el celular y llamó a su hermano.

Buzón de voz.

Intentó de nuevo. Nada.

La inquietud se transformó en desesperación.

Y entonces, a las 09:37, el celular vibró con un mensaje de Thiago.

> Thiago: Hermano… perdóname si yo también te he fallado. Sólo estoy cansado. Muy cansado. Tú fuiste la única cosa buena en mi vida, pero creo que ni siquiera eso puedo sostener más. No te culpes, ¿de acuerdo? Te amo.

El suelo desapareció.

Theo soltó todo. Salió corriendo por los pasillos sin ni siquiera pedir permiso. Pasó por la recepción, por el estacionamiento, entró al coche con las manos temblorosas y llamó a Thiago de nuevo. Y de nuevo. Y de nuevo.

Nada.

Él conocía ese tipo de mensaje. Sabía exactamente lo que significaba.

Thiago estaba pidiendo auxilio. De la manera más desesperada que alguien puede pedir.

Pisó el acelerador, intentando recordar todos los lugares donde Thiago podría estar. Parque. Casa. El antiguo puente. Cualquier rincón donde ya lo vio triste.

El coche de Theo cortaba las calles de la ciudad como un proyectil desesperado. Las lágrimas ya corrían, aunque él intentara mantenerlas alejadas. No había tiempo para pánico. No había tiempo para respirar.

"No te culpes, ¿de acuerdo?"

Esas palabras resonaban en su mente como puñaladas.

Thiago siempre fue sensible, demasiado dulce para el mundo cruel en que nació. Theo sabía — siempre supo — que el hermano cargaba más dolores de los que mostraba. Y quizás, sólo quizás, él mismo no había hecho lo suficiente.

"Casa." — pensó.

Él giró el volante bruscamente y fue en dirección al apartamento de Thiago. Llamó de nuevo en el camino, con la esperanza sofocada de que él respondiera. Pero el silencio de la línea era más cruel que cualquier respuesta.

Cuando finalmente estacionó en frente al edificio, salió del coche con prisa, ignorando las protestas del portero.

Subió los escalones de dos en dos. Golpeó la puerta con fuerza, llamando alto:

— ¡THIAGO! ¡SOY YO, ABRE!

Nada.

El corazón de Theo latía tan fuerte que parecía reventar sus costillas. Él continuó golpeando. Gritando. Implorando.

Hasta que oyó un ruido del otro lado. Un sonido ahogado, casi imperceptible.

Intentó con la manija.

Cerrada con llave.

Theo derribó la puerta sin pensar dos veces.

El pestillo cedió con un estallido violento. Él entró al apartamento de forma brusca, el corazón a punto de salir por la boca, la respiración entrecortada.

Llamó el nombre del hermano una, dos, diez veces.

— ¿¡THIAGO?!

Pasó por la sala — todo en silencio. La mochila aún tirada en el sofá. El chaleco en el suelo, empapado. El celular de Thiago encima de la mesa, con la pantalla apagada.

El baño.

La puerta entreabierta. Un hilo de luz.

Y allí, caído en el suelo mojado, estaba Thiago.

Su cuerpo pálido, sin reacción. El agua de la ducha aún corría. La camisa pegada a la piel. Al lado de él, frascos de medicamentos vacíos y una carta empapada, con palabras que ya no podían más ser leídas.

— ¡NO! — el grito de Theo resonó por las paredes.

Él cayó de rodillas al lado del hermano, sacudiéndolo con cuidado, ya con los dedos en el cuello buscando el pulso.

Débil. Pero presente.

— Aguanta, Thi… por el amor de Dios, ¡aguanta! — Theo murmuraba entre lágrimas, marcando el número de emergencia con la mano temblando. — Yo estoy aquí. Yo estoy aquí.

Mientras hablaba con la operadora, Theo presionaba el pecho del hermano, intentando mantenerlo despierto, intentando hacerle oír su voz.

— No puedes dejarme, Thiago. No tú. Tú eres todo lo que tengo. Todo. No me hagas esto…

La ambulancia llegó en minutos, aunque para Theo parecieran horas. Él acompañó cada segundo del socorro, subió con ellos en la ambulancia, sosteniendo la mano fría de Thiago todo el tiempo.

En el hospital, el equipo corrió con él directo para el ala de emergencia. Médicos entraron en acción, gritos llenaban el ambiente, pero todo era un borrón para Theo. Él quedó del lado de afuera de la sala, abrazado a sí mismo, el chaleco aún mojado, los ojos vidriosos.

Y fue en ese momento que Dominic apareció.

— Theo… ¿qué pasó?

La voz de él era tensa. Pero al ver el estado de Theo — los ojos rojos, la ropa mojada, las manos aún temblando — Dominic paró.

— Es Thiago. — Theo dijo, la voz casi sin sonido. — Él intentó… él intentó suicidarse.

Dominic sintió el estómago hundirse.

— ¿Qué?

— En casa. Hoy. Yo lo encontré... casi muerto. — La voz de Theo se quebró. — Él estaba tan cansado… tan lastimado… y yo lo dejé pasar. Yo no lo vi. Yo no lo salvé antes.

Dominic no consiguió responder. Algo en su pecho apretó con violencia. Las palabras de más temprano volvieron como puñales: "No perteneces aquí", "Un chico necesitado", "Crece".

Él no sabía.

Él no sabía.

— ¿Y si él no se despierta? — Theo murmuró, los ojos húmedos encarando la nada. — ¿Y si aquel mensaje es la última cosa que él me dejó?

Dominic intentó hablar algo. Cualquier cosa. Pero su garganta se cerró.

Los minutos siguientes fueron un silencio sofocante, quebrado sólo cuando el médico jefe salió de la sala de emergencia.

— Él está vivo — anunció. — Pero… entró en coma inducido. Los daños físicos fueron controlados, pero el cuerpo está agotado. Y lo emocional… — él respiró hondo — lo emocional está muy afectado. Ahora es esperar. Un día por vez.

Theo se desplomó en el suelo, alivio y dolor mezclándose en un llanto seco, sin fuerzas.

Dominic quedó allí, paralizado, encarando la camilla donde Thiago había pasado. Y por primera vez en mucho tiempo… sintió culpa. Verdaderamente.

Él había juzgado un libro por la portada. Había escupido en alguien que sólo quería ser visto. Alguien que... sólo quería existir.

Y ahora, Dominic no sabía si tendría tiempo de arreglarlo.

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