Tan rápido como fue la reacción del hombre en su sofá, fue su desmayo. Las manos que antes la sujetaban con firmeza, fueron perdiendo la fuerza. Laura se soltó y, de un salto, se puso de pie.
Ella sabía que su hija no podía ver a aquel hombre, con sacrificio, prácticamente lo arrastró al pequeño cuarto que servía de despensa.
El hombre no despertaba, pero después de un cierto esfuerzo consiguió colocarlo sobre el colchón, no era blando, pero sería mejor que quedarse sobre el piso frío.
Con la respiración pesada por el esfuerzo, Laura cubrió el cuerpo tembloroso del hombre y una vez más sintió la mano de él, que incluso temblorosa, sujetó su brazo con una cierta firmeza.
El gesto la tomó por sorpresa y, en un movimiento torpe, ella acabó desequilibrándose y cayó sobre el cuerpo febril del hombre. Él abrió los ojos por un instante, y nuevamente ella pudo constatar los ojos increíblemente verdes que la hicieron contener la respiración.
—No te vayas...— murmuró él, con la voz ronca, en español, antes de que sus ojos se cerraran nuevamente y el cuerpo se ablandara bajo ella.
Laura se levantó con cuidado, el corazón aún acelerado. No sabía si era por el susto o por la mirada intensa que recibió.
Aquellos ojos...
Nunca había visto nada igual, pero no podía dejarse distraer. La fiebre de él solo empeoraba y ella sabía lo que eso podía significar. Era cuestión de tiempo hasta que una infección tomara el control.
Sin pensar dos veces, ella miró a los lados, se cercioró de que la hija estaba concentrada jugando en el cuarto con sus animalitos de peluche. Fue hasta el armario y buscó entre los remedios guardados. Era todo lo que podría hacer por él en aquel momento.
Comenzó a rebuscar los frascos, buscando algo que pudiera resolver la fiebre y tal vez impedir una infección más seria. Sabía que no podría llevarlo a un hospital. No sabía su nombre, el motivo de la herida o por qué estaba armado, pero algo dentro de ella decía que no podía dejarlo morir.
Con un frasco de antibiótico venciendo el próximo mes y dos comprimidos para la fiebre, ella volvió al cuartito. El corazón apretado. Él aún dormía, o tal vez estuviera desmayado, pero su respiración parecía un poco más lenta, controlada.
Ella mojó un paño con agua fría y lo colocó sobre la frente de él. El contacto lo hizo estremecerse, pero no despertó. Laura se sentó al lado, observándolo por largos minutos. No entendía lo que hacía. Cuidar de un hombre extraño y herido, en su casa... pero había algo en él... Algo que le decía que no lo abandonara.
Con sacrificio, hizo que él bebiera el agua donde ella había diluido los remedios, pero ella sabía que no bastarían, necesitaba más. En la noche ella iría al club nocturno y él necesitaba mejorar para poder cuidarse solo.
Ella salió del cuartito y, cerrando la puerta detrás de sí, fue hasta el otro cuarto y encontró a la hija meciendo a su osito preferido.
—Hola, mami... te demolaste...— Maria Eduarda estaba sentada en la cama, meciendo al osito en el regazo.
—Todo bien, mi amor. Mami solo va allí con la abuela Zuleide, rapidito, ¿está bien? Quédate ahí jugando y no salgas del cuarto —Laura le dio un beso en la frente a la hija y salió.
Laura fue rápida y luego golpeó la puerta al lado. Cuando la puerta fue abierta, doña Zuleide salió con una expresión preocupada.
Laura explicó rápidamente que necesitaba remedio y que eran para un amigo que no se estaba sintiendo bien, sin dar muchos detalles. Ella preguntó si la vecina tenía algún antibiótico o antiinflamatorio sobrando.
—Tengo sí, mi hija. ¿Unos comprimidos que yo no tomé sirven?— preguntó.— Voy a buscar ahora mismo.
Algunos minutos después, la señora le entregó un frasco y una cajita. Laura agradeció con una sonrisa apresurada.
—Más a la noche traigo a Maria Eduarda.— dijo eso y volvió corriendo a su apartamento.
Al entrar sintió un frío subir por la espina dorsal. La puerta del cuartito estaba entreabierta.
—¿Duda?— ella llamó a la hija, afligida.
—Estoy aquí, mami.— respondió la niña.
Laura corrió hasta el cuartito y encontró a la hija arrodillada en el suelo, al lado del colchón. El hombre aún estaba acostado, los ojos entreabiertos y Maria Eduarda lo forzaba a beber agua de su vasito de plástico.
—Él está malito, ¿verdad mami? Yo le di mi pañito para que esté feliz.— dijo la niña, mostrando el pañito rosa que ella tanto amaba, cerca del rostro del hombre que tenía una mirada febril.
—Maria Eduarda, ven acá con mami.— ella dijo, afligida, tirando de la hija por el brazo.
El hombre cerró los ojos nuevamente, vencido por la fiebre. Laura cerró la puerta del cuarto con cuidado, el frasco de remedio aún en las manos y la cabeza llena de preguntas sin respuestas.
Maria Eduarda se sentó en la silla de la cocina para esperar el almuerzo, mientras balanceaba las piernecitas:
—Mami, ¿el mozo está malito?— ella preguntó, con los ojitos curiosos.
Laura colocó la olla con agua para hervir.
—Está sí, mi flor. Por eso él se va a quedar allí un poquito. Es secreto, ¿viste?
La niña se quedó en silencio por un tiempo, pero luego preguntó:
—¿Él es una cosa fea?
—¿Fea?
—Sí... usted dijo que cosa fea no puede quedarse en casa...
—Ah, Duda...— ella se aproximó y apretó las mejillas de la hija.— Él no es feo, no. Hasta que es guapito... —murmuró sin querer.
Maria Eduarda abrió los ojos y sonrió.
—¿Entonces él puede quedarse?
—Solo hasta que él mejore, ¿está bien?
—Está bien, mami...
—Y no te olvides, de contar sobre él.
—No voy a contá... Juro, juradito.
Laura encontró gracioso la forma en que la hija besó los deditos cruzados, sabía cómo la hija valoraba aquel juramento.
Laura se ocupó en poner en el agua hirviendo los fideos instantáneos.
Ella daba gracias a doña Zuleide que además de cuidar de Maria Eduarda, aún daba una alimentación decente para la niña. El alquiler y las cuentas básicas, consumían su ganancia.
Las dos comieron y entre un juego y otro, Laura lavó los pocos platos que ensució y fue a ayudar a la hija a cepillar los dientes. Después las dos fueron para la cama... Medio día era la hora de la siestecita de la hija y siempre que podía contaba una historita, pero Maria Eduarda se dormía antes del final.
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