(Las maletas estaban listas. El plan estaba trazado. Cada paso que Liz daba estaba cuidadosamente medido. Aquella misión no era solo un intercambio más: era una prueba de fuerza, y ella pensaba superarla con la cabeza en alto.)
(Desde la terraza de su mansión, Liz observaba cómo los vehículos blindados salían uno a uno del garaje. Hombres de confianza, armados y atentos, se movían en silencio, como piezas de ajedrez en un tablero que ya conocían bien.)
Stefan Wolker
Todo listo. El avión despega en 45 minutos. El equipo ya está en camino al hangar.
Valeran Mirel
Bien. Avisa a los francotiradores que vigilen la ruta de salida. No podemos arriesgarnos a una sorpresa de último minuto.
(Stefan asintió con respeto. Sabía que cuando Liz hablaba así, la líder estaba en control. Nadie cuestionaba sus decisiones, y no era por miedo, era por convicción. Liz Mirel había nacido para liderar.)
Valeran Mirel
[(pensando): México... qué juego estarás escondiendo esta vez.]
Tocó con suavidad el brazalete de plata en su muñeca izquierda, como una costumbre involuntaria cada vez que sentía que algo importante estaba por suceder.
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Aeropuerto privado – 30 minutos después
La pista de despegue estaba vacía, pero el silencio no significaba seguridad. Liz lo sabía mejor que nadie. Nunca bajaba la guardia. Su convoy llegó sin incidentes, y el jet privado esperaba con la compuerta abierta, rugiendo como un animal impaciente por liberarse.
Liz subió las escaleras con paso firme. Stefan y otros cinco hombres la siguieron. Una vez dentro, la cabina se cerró, sellando el comienzo de una nueva misión.
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A lo lejos… en una SUV negra con cristales oscuros
Un par de ojos oscuros seguía cada movimiento.
Desconocido
(por radio): El Águila ha despegado. Repito, el Águila ha despegado. La princesa italiana va rumbo a territorio enemigo.
El hombre apagó el transmisor. Su rostro se mantuvo frío, sin emoción. No era la primera vez que seguía a alguien. Pero sí era la primera vez que sabía que esa misión tendría consecuencias mayores.
Era uno de los hombres de Marlon, el capo mexicano que con una sola jugada estaba a punto de encender una guerra silenciosa entre dos mafias poderosas.
O eso creia el Mexicano.
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En Rusia – Residencia Mirnoft
Ashland cerró su maleta de cuero con calma, con esa precisión fría que lo caracterizaba. Llevaba puesto un traje negro impecable, sin corbata. Su cabello peinado hacia atrás, y una expresión que no mostraba ni ansiedad ni emoción.
Frente al espejo, ajustó la pulsera de plata en su muñeca derecha.
Ashland Mirnoft
[(pensando): Si todo sale como está previsto, esto será rápido. Pero no confío en Marlon. No del todo.]
*Tocaron la puerta de su oficina.*
Desconocido...
Mano derecha de Ash: Señor, todo está preparado. La ruta fue verificada y su equipo ya está en el aeropuerto. Solo falta usted.
Ashland Mirnoft
Perfecto. Que el piloto no despegue sin mí. Me iré en el segundo vehículo.
El hombre asintió y se retiró.
(Ashland se quedó en silencio un momento más, contemplando una foto vieja sobre su escritorio. Dos niños junto a un lago… uno de ellos era él. La niña, una figura de su pasado que creía enterrada, pero cuyo nombre había vuelto a resonar: Liz Valeran Mirel.)
Ashland Mirnoft
México… Allá nos veremos otra vez, ¿no es así?
(Tomó su abrigo, salió de la oficina y se dirigió al aeropuerto privado, donde su jet esperaba ya en marcha.)
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