Capítulo 3: la Nueva Dinastía

El verano trajo consigo el inicio del mercado de fichajes, un periodo en el que los clubes luchaban por reforzar sus plantillas y asegurar a los jugadores clave antes del inicio de la temporada.

Para Luca, esta era la primera vez que se encontraba al mando de negociaciones de este nivel. No solo se trataba de comprar jugadores, sino de construir un equipo que reflejara la nueva era de Vittoria.

Mientras él y Adriano manejaban los fichajes, otro frente de batalla se abría en la familia Moretti.

Marco, que siempre había sido el más leal al negocio familiar, había decidido apostar por Vittoria, y eso no había pasado desapercibido para Enzo Moretti.

La reunión familiar estaba en camino. Y Luca sabía que su padre no iba a quedarse callado.

En la oficina del club, Luca, Adriano e Isabella estaban sentados revisando la lista final de fichajes.

Adriano sacó su teléfono y deslizó un documento sobre la mesa.

—Bien, aquí están los jugadores que ya cerramos.

Alessio Riva (24 años, defensa central)Jugador sólido, con experiencia en la Serie B. Rápido, con buena salida de balón y liderazgo en la zaga.

Tomás Echeverría (22 años, mediocampista ofensivo)Joven argentino con talento para la creación de juego. Habilidad con el balón, visión y pase preciso.

Moussa Diallo (26 años, delantero)Goleador senegalés con físico imponente y olfato de gol. Un jugador capaz de marcar la diferencia en ataque.

Federico Moretti (19 años, lateral derecho) Sí, un Moretti. Su primo menor, hijo de un tío lejano, una promesa que formaba parte de las inferiores de un equipo de Serie A.

Luca levantó la ceja al ver el último nombre.

—¿Moretti?

Adriano sonrió.

—Lo vi jugar hace meses. Es rápido, fuerte y tiene una mentalidad ganadora. Si no lo fichamos ahora, otro club lo hará.

Isabella cerró su carpeta y miró a ambos.

—Bien, tenemos un equipo con una base sólida. Pero dime algo, Luca. ¿No crees que fichar a un Moretti pondrá más presión sobre ti?

Luca apoyó la espalda en su silla.

—No me importa la presión. Si Federico se gana su puesto, jugará. Si no, se quedará en la banca como cualquier otro.

Adriano asintió.

—Eso es lo que le dije cuando firmó. Que aquí no hay favoritismos. Si quiere jugar, tiene que demostrarlo.

Silvia entró en la sala con una carpeta en la mano.

—Luca, acabo de recibir la confirmación de su agente. Federico firmó contrato esta mañana. Es oficialmente jugador de Vittoria.

Luca tomó la carpeta, la abrió y observó la firma de su primo menor.

—Pues entonces, bienvenido al equipo.

Dos días después, Luca recibió la invitación para una cena en la mansión Moretti. El mensaje era claro: Enzo Moretti quería respuestas. Cuando Luca llegó al gran comedor, encontró a su padre en la cabecera de la mesa, con su expresión habitual de control absoluto.

Adriano ya estaba ahí. Marco también.

Los tres hijos de Enzo Moretti juntos en la misma mesa.

La cena comenzó con la formalidad de siempre, pero Luca sabía que no pasaría mucho tiempo antes de que su padre dijera lo que realmente pensaba.

Y no se equivocó.

Enzo dejó su copa de vino sobre la mesa y los miró con calma.

—Parece que mis hijos han decidido construir su propio imperio.

Hubo un breve silencio.

Marco, siempre sereno, fue el primero en hablar.

—Solo estamos aprovechando una oportunidad.

Enzo lo miró con dureza.

—¿Eso es lo que crees? ¿Que abandonar la empresa familiar para jugar a ser dirigentes de fútbol es una oportunidad?

Adriano soltó una leve risa.

—No lo ves, ¿verdad? Esto no es solo fútbol.

Enzo se giró hacia él con una ceja arqueada.

—Ilústrame, Adriano.

Luca tomó la palabra antes de que su hermano dijera algo demasiado incendiario.

—Padre, esto no es un capricho ni una distracción. Es un proyecto real.

Enzo se cruzó de brazos.

—La empresa Moretti ha construido un legado durante generaciones. Negocios, inversiones, poder. Y ahora ustedes tres deciden alejarse de todo para manejar un club de segunda división.

Luca sostuvo su mirada sin inmutarse.

—Porque esta es una oportunidad para que Moretti crezca aún más.

Enzo entrecerró los ojos.

—¿Cómo?

Luca se inclinó hacia adelante.

—El fútbol no es solo un deporte, es un negocio multimillonario. Si convertimos a Vittoria en un club de élite, expandiremos el nombre Moretti a un nivel que nunca habíamos alcanzado.

Marco intervino con voz tranquila.

—Luca tiene razón. La influencia que podemos ganar en el mundo deportivo y empresarial con este proyecto es enorme.

Enzo los miró con frialdad.

—No es un juego fácil.

—Nada en los negocios lo es —respondió Luca con firmeza—. Pero no estamos aquí para jugar.

Adriano apoyó los codos en la mesa.

—Lo que queremos saber es simple, padre. ¿Te unes a nosotros o sigues mirando desde lejos?

Hubo un silencio pesado.

Enzo los observó durante largos segundos. Podía ver la determinación en sus ojos.

Finalmente, tomó su copa de vino, la giró entre sus dedos y exhaló con calma.

—Haré mi propia evaluación del club.

Luca sonrió levemente.

—Hazlo. Y cuando termines, verás que esto es más grande de lo que crees.

Adriano se cruzó de brazos y sonrió con burla.

—Y si no, bueno… Federico Moretti ya firmó contrato.

Los ojos de Enzo se afilaron.

—¿Ficharon a Federico?

Luca sostuvo su mirada.

—Es un gran jugador. Si se gana su lugar, jugará. Si no, será solo otro Moretti sin éxito.

El mensaje era claro.

El apellido Moretti ya no era solo un símbolo de la empresa familiar.

Era un símbolo de algo nuevo.

La cena continuó, pero algo había cambiado en la familia Moretti.

El legado ya no era solo lo que Enzo había construido.

Era lo que sus hijos estaban creando.

El mes pasó en un suspiro.

Entre la pretemporada, la llegada de los fichajes y las reuniones estratégicas con la nueva directiva, Luca apenas había tenido tiempo para otra cosa que no fuera Vittoria. El club avanzaba, cada pieza encajaba en su lugar, y poco a poco el proyecto dejaba de ser solo una idea para convertirse en una realidad sólida.

Pero esa noche, por primera vez en mucho tiempo, no estaba pensando en fútbol.

El estadio de Vittoria estaba irreconocible. La cancha que días antes había sido el escenario de entrenamientos intensos ahora estaba cubierta por una estructura imponente de luces, pantallas y un escenario gigante en el centro. Más de cincuenta mil personas llenaban las gradas, vibrando con la energía del evento.

Luca se acomodó en la zona VIP, junto a Adriano, Isabella y Marco, que se veía particularmente satisfecho con el resultado. No era para menos, después de todo, él había sido el responsable de que esto sucediera.

—Hay más gente aquí que en cualquier partido de la temporada pasada —comentó Adriano con una media sonrisa, observando la multitud.

—Lo que pasa cuando traes a una estrella de verdad —respondió Marco con calma.

Luca sonrió levemente. Ese evento no solo significaba ingresos millonarios para el club, sino que también era una muestra de lo que Vittoria podía llegar a ser. No solo un equipo de fútbol, sino un nombre reconocido, un punto de referencia en la ciudad.

Valentina había insistido en que asistiera. Su hermana mayor era la manager de la artista principal y estaba involucrada en cada detalle de la producción.

—No puedes perdértelo, Luca. Es más que un concierto, es historia.

Y lo cierto era que, aunque no lo había dicho en voz alta, tenía curiosidad.

El nombre de la estrella de la noche se había convertido en sinónimo de éxito en los últimos dos años. Astrid Novak. Una cantante de rock que había pasado de ser una promesa en la escena alternativa a convertirse en un fenómeno global.

Había ganado un Billboard ese año y su último álbum la había llevado al top 10 de los artistas más escuchados del mundo.

Y esa noche, la estrella estaba en Vittoria.

Cuando las luces se apagaron y el estruendo de la multitud aumentó, Luca sintió el peso del momento.

Entonces la música comenzó.

Astrid Novak apareció en el escenario con la energía de un huracán. Chaqueta de cuero, cabello oscuro suelto, voz rasposa y presencia arrolladora. Desde la primera canción, la conexión con el público fue instantánea. Cada acorde de su guitarra, cada palabra de sus canciones, cada mirada al público parecía encender aún más la emoción en el estadio.

Luca la observó con genuina fascinación.

No se trataba solo de talento. Se trataba de algo más. Una presencia que atrapaba, un fuego que se sentía incluso a la distancia.

Valentina, que estaba a su lado, lo miró de reojo y sonrió.

—Sabía que te iba a gustar.

Luca negó con la cabeza y bebió un sorbo de su whisky.

—Tiene algo. No sé qué es, pero lo tiene.

El concierto continuó con un ritmo imparable. Canción tras canción, el público cantaba cada palabra, y por un momento Luca dejó de lado los negocios, el club, las preocupaciones. Solo estaba allí, disfrutando del espectáculo.

Cuando el show llegó a su clímax, con las luces parpadeando y la multitud enloquecida, Astrid se quedó de pie en el centro del escenario, con su guitarra colgada al hombro y el micrófono en la mano.

—Gracias, Vittoria.

La ovación fue ensordecedora.

Cuando todo terminó, Valentina no tardó en arrastrarlo al backstage.

—Vas a conocerla.

—¿Es realmente necesario?

—Sí.

Luca suspiró, pero la dejó hacer. Sabía que cuando Valentina se proponía algo, no tenía sentido resistirse.

Los pasillos detrás del escenario estaban llenos de técnicos, músicos y miembros del staff. La atmósfera era caótica, pero en el centro de todo estaba Astrid, hablando con su equipo mientras sostenía una botella de agua.

Valentina se acercó con su sonrisa radiante.

—Astrid, quiero presentarte a alguien.

La cantante se giró y sus ojos azul acero se posaron en Luca con una mezcla de curiosidad y desafío.

—Así que tú eres el famoso Luca Moretti.

Él arqueó una ceja.

—¿Famoso?

—Tu hermana no deja de hablar de ti.

Astrid le tendió la mano y Luca la estrechó con naturalidad.

—Buen concierto.

—Gracias. No pensé que fueras del tipo que va a conciertos.

—No lo soy. Pero este fue diferente.

Astrid sonrió con un destello de diversión en los ojos.

—¿Eso es un cumplido?

Luca sostuvo su mirada.

—Tal vez.

Hubo un breve silencio en el que ambos se estudiaron mutuamente.

No era algo evidente, no era inmediato, pero había algo ahí.

Astrid rompió el contacto visual y miró a Valentina con una sonrisa.

—Tu hermano es más interesante de lo que pensaba.

—Dímelo a mí —respondió Valentina con una risa.

Luca sonrió de lado y, por primera vez en mucho tiempo, sintió que algo lo sacaba de su mundo de números, estrategias y presión.

Astrid Novak no era solo una estrella.

Era un desafío.

La noche seguía vibrando en el aire cuando Luca salió del backstage junto a Valentina. Las luces del estadio todavía parpadeaban, el eco del último acorde de guitarra parecía aferrarse a las gradas vacías, y el bullicio del equipo desmontando el escenario marcaba el fin del evento.

Pero en su cabeza, aún resonaba la voz de Astrid Novak.

Había algo en ella. Algo que no era solo su presencia en el escenario ni su talento indiscutible. Era la forma en que su mirada lo desafiaba sin esfuerzo, como si estuviera acostumbrada a leer a la gente y encontrar exactamente lo que buscaba.

No lo impresionaba fácilmente. Pero Astrid tenía algo diferente.

—Estás callado —comentó Valentina mientras caminaban hacia la salida.

Luca metió las manos en los bolsillos de su chaqueta y soltó una leve sonrisa.

—¿Tú crees?

—Te conozco —replicó su hermana, cruzándose de brazos—. Y sé cuándo algo te intriga.

Luca negó con la cabeza.

—Es interesante. Pero nada más.

—Ajá.

Valentina lo miró con una media sonrisa, pero no insistió. Sabía que Luca no era de los que admitían demasiado en voz alta.

Subieron a una de las camionetas privadas que los llevaría de regreso a la mansión Moretti. El evento había sido un éxito total. Marco, como siempre, había calculado bien el negocio: alquilar el estadio, hacer de Vittoria un punto de referencia para espectáculos y generar ingresos adicionales fuera del fútbol.

La familia Moretti no dejaba escapar oportunidades.

—¿Sabes que esto fue aprobado por Alessandro? —comentó Valentina, revisando su teléfono mientras el vehículo avanzaba por las calles iluminadas de la ciudad.

Luca giró la cabeza.

—¿Alessandro estuvo detrás de esto?

—Marco organizó todo, pero Alessandro le dio el visto bueno —explicó ella—. Es un buen negocio para la empresa y para Vittoria. Así que no te sorprendas si empiezan a usar el estadio para más eventos de este tipo.

Luca asintió.

—Es lo lógico. Vittoria tiene que generar ingresos más allá del fútbol.

—Exacto. Y créeme, después de esta noche, otras compañías van a querer reservarlo. Astrid es la artista del momento. Todos quieren su imagen atada a sus marcas.

Luca pensó en la cantante por un instante.

—Debe ser agotador.

Valentina lo miró con curiosidad.

—¿El qué?

—Vivir bajo la presión de ser una estrella. Ser el rostro de una generación, saber que millones de personas esperan algo de ti todo el tiempo.

Valentina sonrió levemente.

—Es parecido a lo que te pasa a ti, ¿no?

Luca giró la cabeza hacia la ventana.

—Tal vez.

El resto del viaje transcurrió en silencio. Pero, aunque no lo dijo en voz alta, Luca sabía que esa no sería la última vez que vería a Astrid Novak.

Cuando dejaron a Valentina en la mansión, Luca decidió no quedarse. No tenía ganas de otra conversación familiar esa noche.

El éxito del evento, la reunión con Astrid, la forma en que su hermana lo miró con esa expresión de "te conozco demasiado", todo se mezclaba en su cabeza.

Así que continuó el trayecto hasta su departamento, donde al menos podría relajarse un poco.

Al llegar, apenas cruzó la puerta cuando Rocco, su pastor alemán, corrió hacia él con la energía de siempre.

—Vamos, muchacho, tranquilo —murmuró Luca, inclinándose para rascarle detrás de las orejas.

El perro movió la cola con entusiasmo antes de seguirlo hacia la sala, donde Luca dejó su chaqueta en el respaldo del sofá.

Se sirvió un vaso de whisky, encendió las luces bajas y se dejó caer en el sillón, disfrutando del silencio por primera vez en todo el día.

Hasta que su teléfono vibró sobre la mesa.

Un mensaje de voz. De Isabella.

Luca arqueó una ceja antes de tomar el móvil y presionar play.

—Moretti… —la voz de Isabella sonaba ligeramente relajada, casi arrastrando las palabras—. Buen concierto, ¿no? Nunca pensé verte en uno de estos… y menos divirtiéndote.

Hubo una pequeña pausa antes de que ella soltara una leve risa.

—Astrid Novak, ¿eh? Vaya, vaya. ¿Desde cuándo te interesan las estrellas de rock?

Luca sonrió levemente. Sabía exactamente a dónde iba Isabella con esto.

—De todos modos, supongo que te la pasaste bien. Yo también. Aunque… —otra pausa—. Digamos que no esperaba verte tan entretenido con ella. Me recordó a otros tiempos. Pero bueno, qué más da.

El mensaje terminó con un tono ambiguo. No era solo un comentario casual.

Luca dejó el teléfono sobre la mesa y tomó un sorbo de su whisky.

Conocía a Isabella demasiado bien como para no notar el pequeño matiz de celos en su voz.

A pesar de haber terminado hace tiempo, a pesar de que ella era la que había tomado la decisión de seguir adelante, algo en ella aún se removía al verlo con otra mujer.

Y Luca no podía negar que eso le divertía.

Sin embargo, no era el tipo de hombre que jugaba con el pasado.

Tomó su teléfono y respondió con un mensaje de voz breve, sin darle más vueltas al asunto.

—No sabía que te importaba con quién me entretengo. Pero sí, fue un buen concierto. Buenas noches, Isabella.

Dejó el teléfono en la mesa, terminó su whisky y se recostó en el sofá mientras Rocco se acomodaba a sus pies.

Había sido un día interesante.

Y algo le decía que las cosas apenas estaban comenzando.

La mañana siguiente llegó con la disciplina de siempre.

Luca se despertó temprano, se puso sus auriculares, ajustó sus zapatillas y salió a correr por la ciudad. Era su rutina, su forma de despejar la mente antes de enfrentarse al día.

El aire fresco y el ritmo constante de sus pasos lo ayudaban a enfocarse. La noche anterior había estado cargada de momentos inesperados: el concierto, Astrid Novak, el mensaje de Isabella. Pero nada de eso importaba ahora.

Hoy comenzaba oficialmente la pretemporada de Vittoria. Y Luca tenía que estar ahí.

Después de ducharse y cambiarse, se dirigió directamente al complejo deportivo del club. Era un día importante.

El sol aún no había alcanzado su punto más alto cuando Luca llegó al complejo deportivo de Vittoria. Había sido una mañana como cualquier otra, empezando con su carrera habitual y un desayuno ligero antes de dirigirse al estadio. Sin embargo, la sensación en el aire era diferente.

Hoy no era solo otro día de trabajo.

Era el primer partido de la pretemporada. El primer vistazo real al equipo que habían construido en las últimas semanas. La primera prueba para saber si todo lo que habían planeado comenzaba a tomar forma o si aún estaban lejos de su objetivo.

Pero apenas bajó del auto, Luca se encontró con un rostro familiar esperándolo.

Massimo Bellucci estaba de pie junto a la entrada del edificio principal, con los brazos cruzados sobre el pecho y su expresión severa de siempre. No parecía molesto, pero tampoco era una casualidad que estuviera ahí justo en ese momento.

Luca cerró la puerta del coche con calma y caminó hacia él.

—Veo que tiene algo en mente, míster.

El entrenador sostuvo su mirada con la misma intensidad con la que observaba los partidos desde la línea de banda.

—Lo tiene claro, ¿verdad?

Luca apenas arqueó una ceja.

—Lo tengo claro en muchas cosas. ¿A cuál se refiere exactamente?

Bellucci inclinó la cabeza levemente, sin apartar la vista.

—Rafael.

Luca exhaló con lentitud. Sabía que esta conversación iba a llegar tarde o temprano.

—La decisión ya está tomada.

—Y yo sigo sin estar de acuerdo.

El silencio entre ambos se sintió pesado, pero no hostil. No era la primera vez que tenían un punto de fricción, y probablemente no sería la última. No era falta de respeto, era una cuestión de principios.

Bellucci era un hombre que vivía por y para el fútbol. No se preocupaba por la parte administrativa, los patrocinios o la imagen del club. Solo quería un equipo competitivo, y en su mente, Rafael todavía tenía algo que aportar.

—Usted sabe que no es tan simple —continuó Luca con tranquilidad—. Rafael es talentoso, pero no encaja con lo que queremos construir aquí.

Bellucci entrecerró los ojos.

—¿Y lo que yo quiero?

—Usted quiere un equipo que funcione. Yo también. Pero para eso necesitamos jugadores que crean en el proyecto. Rafael no está comprometido. No se esfuerza en los entrenamientos, crea problemas en el vestuario y cree que el club le debe algo.

El entrenador presionó la mandíbula, claramente molesto, pero no porque estuviera enojado con Luca, sino porque en el fondo sabía que tenía razón.

—No será fácil encontrar un delantero con su calidad.

—Por eso ya tenemos un reemplazo. Diallo es exactamente el perfil que buscamos. Un jugador fuerte, rápido y que quiere demostrar su valor.

Bellucci suspiró, desviando la mirada hacia el campo de entrenamiento, donde los jugadores comenzaban a calentar para el partido de la tarde.

—Ya que la decisión está tomada, espero que la transición sea limpia. No quiero que su salida afecte la moral del equipo.

Luca asintió.

—Nos aseguraremos de que sea una despedida profesional. Sin escándalos, sin resentimientos.

El entrenador tardó unos segundos en responder, pero finalmente asintió.

—Espero que no se equivoque, presidente.

—Lo mismo digo, míster.

Por primera vez, una leve sonrisa cruzó el rostro de Bellucci antes de que se diera la vuelta y caminara hacia el campo.

Luca lo observó alejarse con la certeza de que acababan de cerrar otro capítulo en la reconstrucción de Vittoria.

Rafael ya no era su problema.

Ahora solo quedaba mirar hacia adelante.

El estadio tenía una energía diferente esa tarde. No estaba completamente lleno, pero la afición había respondido al llamado. Querían ver el nuevo Vittoria en acción, incluso si se trataba solo de un amistoso de pretemporada.

El rival era Lazio, un equipo de la Serie A con mucha más jerarquía, talento y experiencia. Luca sabía que no podían esperar un milagro, pero sí quería ver señales de progreso.

Desde el palco, observó cómo los jugadores entraban al campo. La camiseta de Vittoria, con su tradicional azul y dorado, contrastaba con el blanco impecable de Lazio. Era una imagen poderosa. Un equipo en reconstrucción contra uno ya consolidado.

El primer tiempo fue duro. Lazio mostró desde el inicio por qué jugaba en la primera división. Tenían más posesión, más precisión en los pases y una claridad en ataque que dejaba a Vittoria sin muchas opciones.

El primer gol cayó antes de los veinte minutos. Un error en la defensa permitió que el delantero rival quedara mano a mano con el portero, y el disparo fue inatajable.

El segundo llegó justo antes del descanso. Un córner bien ejecutado, una marca floja en el área y un cabezazo limpio que terminó en el fondo de la red.

Vittoria se iba al vestuario perdiendo 2-0.

Desde su asiento, Luca no mostraba reacción alguna, pero por dentro analizaba cada movimiento del equipo. No todo era negativo.

—Se están acomodando —comentó Adriano, que estaba a su lado.

—Demasiado lento —respondió Luca sin apartar la vista del campo—. No podemos darles cuarenta y cinco minutos de ventaja a los rivales.

Isabella, que había llegado poco después del inicio del partido, cruzó las piernas y miró a Luca con curiosidad.

—No esperabas que ganaran hoy, ¿o sí?

Luca exhaló con calma.

—No. Pero esperaba más carácter.

En el segundo tiempo, Bellucci hizo varios cambios. Entre ellos, entró Federico Moretti.

Luca se inclinó ligeramente hacia adelante. Era la primera vez que su primo vestía la camiseta de Vittoria en un partido oficial.

Federico no tardó en mostrarse. Era rápido, no tenía miedo de ir al choque y, sobre todo, tenía actitud.

A los setenta minutos, Vittoria consiguió un gol. Un centro perfecto desde la banda derecha y un remate limpio en el área.

Federico había sido quien puso el pase.

—Bien hecho, chaval —murmuró Adriano con una leve sonrisa.

Pero la alegría no duró mucho. Lazio respondió rápido y, con una jugada bien elaborada, marcaron el tercero.

El partido terminó 3-1.

Luca se levantó de su asiento con calma.

—No fue tan malo —dijo Isabella—. Contra un equipo como Lazio, pudieron haber terminado peor.

Adriano se encogió de hombros.

—Fue una derrota decente.

Luca no dijo nada por un momento. Luego miró a Adriano y soltó una breve sonrisa.

—Fue el primer paso. Ahora empieza el verdadero trabajo.

Los jugadores abandonaban el campo con expresiones mezcladas entre el cansancio y la frustración. Algunos iban cabizbajos, otros intentaban darse ánimos entre ellos. El marcador no había sido favorable, pero Luca no buscaba resultados inmediatos, sino señales de progreso.

Desde el palco, podía ver a Bellucci conversando con su cuerpo técnico, sin duda analizando lo que habían hecho bien y lo que debían corregir.

Adriano se estiró en su asiento y se frotó la mandíbula.

—Federico se mostró bien. Todavía le falta mucho, pero tiene hambre.

Luca asintió.

—No quiero que se relaje por el apellido. Si empieza a creerse más importante de lo que es, será el primero en quedarse fuera.

—Tranquilo, ya le dejé claro que aquí no hay tratos especiales. Si quiere jugar, tendrá que pelearlo como todos.

Isabella revisó su teléfono y luego miró a Luca con una expresión de cálculo.

—Se va a hablar mucho de este partido en la prensa. Un Moretti debutando en Vittoria, el club renovado, enfrentándose a un equipo de Serie A.

—Deja que hablen —respondió Luca con tranquilidad—. No me interesa lo que digan hoy. Lo que importa es lo que dirán en unos meses.

Los tres se quedaron un momento en silencio, observando cómo los jugadores caminaban hacia los vestuarios.

Finalmente, Luca se levantó.

—Voy a bajar. Quiero hablar con Bellucci y ver a los jugadores.

Adriano lo siguió.

—Vamos.

El túnel que llevaba a los vestuarios estaba lleno de movimiento. Los asistentes llevaban botellas de agua, el personal médico revisaba a los jugadores y algunos reporteros esperaban declaraciones rápidas antes de que los futbolistas desaparecieran tras las puertas.

Cuando Luca y Adriano entraron, sintieron el ambiente pesado.

Bellucci estaba en el centro del vestuario, mirando a sus jugadores con la misma intensidad con la que analizaba los partidos.

—No quiero ver a nadie con la cabeza baja —dijo con firmeza—. Esto no es una derrota, es una lección.

Algunos jugadores asintieron, otros simplemente se quedaron en silencio.

Luca apoyó la espalda contra la pared y cruzó los brazos.

—No quiero escuchar excusas. Lazio es un equipo de Serie A y ustedes lo sabían. Pero si realmente queremos ascender, necesitamos acostumbrarnos a este nivel de exigencia.

Moussa Diallo, el nuevo delantero, se inclinó hacia adelante, con gotas de sudor resbalando por su rostro.

—Nos faltó comunicación en defensa. Sentí que estábamos descoordinados en algunos momentos.

Alessio Riva, el central recién fichado, levantó la cabeza.

—Nos tomó demasiado tiempo ajustarnos al ritmo del partido.

Federico Moretti, aún con la adrenalina del partido en el cuerpo, apretó los puños.

—Podemos hacerlo mejor. Sé que podemos.

Luca lo observó por un instante.

—Claro que pueden. Pero eso depende de ustedes.

Bellucci asintió y miró a su equipo.

—Mañana revisaremos el partido y corregiremos lo que hicimos mal. Pero esta es la última vez que quiero verlos salir del campo sin pelear hasta el final. ¿Está claro?

Las respuestas llegaron con firmeza.

Cuando la reunión terminó y los jugadores comenzaron a cambiarse, Luca se acercó al entrenador.

—¿Qué piensa, míster?

Bellucci cruzó los brazos.

—Que tenemos mucho por hacer, pero hay potencial. No esperaba ver un equipo perfecto hoy, pero vi destellos de lo que podemos construir.

—¿Y los nuevos?

—Diallo es un tanque. Necesita más precisión, pero sabe jugar de espaldas y tiene instinto de gol. Riva necesita un compañero en defensa que lo complemente mejor, pero se nota que tiene carácter.

Bellucci hizo una breve pausa antes de mencionar a Federico.

—Su primo tiene agallas. Hizo algunos errores de juventud, pero no se escondió. Eso me gusta.

Luca asintió.

—Lo vigilaré de cerca.

El entrenador suspiró y miró hacia el vestuario, donde los jugadores continuaban hablando entre ellos.

—Este equipo aún está en construcción. Si realmente queremos subir a Serie A, necesitamos que se conviertan en una familia.

Luca miró a Bellucci con una leve sonrisa.

—Déjeme de la familia a mí, míster. Usted encárguese del fútbol.

Bellucci soltó una risa baja y le dio una palmada en el hombro antes de salir del vestuario.

Luca se quedó un momento más, observando a su equipo.

El resultado no había sido perfecto, pero el camino apenas comenzaba.

Luca salió del vestuario con una sensación de calma calculada. La derrota contra Lazio no le preocupaba tanto como la manera en la que el equipo había jugado. Había errores, sí, pero también destellos de lo que podían llegar a ser.

Justo cuando se dirigía hacia su coche, Isabella apareció a su lado con su andar seguro, sosteniendo su teléfono en una mano y las llaves de su auto en la otra.

—Vente a almorzar conmigo —dijo sin rodeos.

Luca la miró con una ligera sonrisa.

—¿Orden o invitación?

—Llámalo como quieras —respondió ella con una media sonrisa—. Pero después de ese partido, creo que te vendría bien algo más que café y estrés.

Luca pensó en rechazarla. Tenía cosas que hacer, reuniones que atender, llamadas que devolver.

Pero, por alguna razón, aceptó.

—Está bien. Pero tú pagas.

Isabella soltó una risa sarcástica.

—Siempre terminas ganando en todo, Moretti.

Ambos subieron a los autos y condujeron hasta un restaurante exclusivo en el centro de la ciudad. Un sitio discreto, donde la música de fondo era suave y el ambiente estaba lleno de empresarios y ejecutivos que discutían contratos mientras degustaban platos caros.

Mientras tanto, en otro punto de la ciudad, el teléfono de Adriano comenzó a vibrar.

Se encontraba en su oficina del club, revisando informes junto a Silvia cuando vio el nombre en la pantalla.

—¿Julián Torres? —murmuró para sí antes de contestar.

El agente colombiano, con su acento característico y su tono siempre cordial, no perdió tiempo.

—Adriano, hermano, ¿cómo estás?

—Bien, Torres. ¿Qué tienes para mí?

—Un regalo. Mejor dicho, tres.

Adriano se acomodó en su silla. Ya sabía por dónde iba la conversación.

—Te escucho.

—Te voy a hablar claro. Tengo un chico de veinte años, extremo por izquierda, jugó el Sudamericano Sub-20 con la selección y fue elegido el mejor jugador del torneo. Velocidad, técnica, gol, todo. Su club en Colombia quiere que sume minutos en un equipo competitivo, pero sin venderlo aún.

Adriano frunció el ceño.

—¿Estás hablando de Emiliano Velásquez?

—Ese mismo.

El director deportivo sintió un leve cosquilleo en la nuca. Velásquez era un nombre que había escuchado muchas veces en los últimos meses. Un joven con proyección de estrella, con explosión, desequilibrio y visión ofensiva.

—¿Y cuál es el trato?

—Préstamo por un año, opción de compra no obligatoria, sueldos compartidos entre ustedes y el club de origen.

Adriano asintió, pensando rápido.

—¿Y los otros dos?

—Un defensa central con físico de tanque y un mediocampista ofensivo que se mueve como un 10 clásico, pero con dinámica moderna.

Adriano sonrió.

—Dame dos horas. Voy a llamar al cuerpo técnico.

—Espero tu respuesta, hermano.

Apenas colgó, tomó su teléfono y marcó otro número.

—Míster, tenemos que hablar.

Del otro lado de la línea, Bellucci suspiró con pesadez.

—Déjeme adivinar. Otro delantero que le gusta.

—No. Tres jugadores jóvenes con proyección.

Hubo un silencio. Luego la voz de Bellucci sonó más interesada.

—Hablemos.

Adriano colgó y se puso de pie.

—Silvia, reúne al cuerpo técnico en media hora. Tenemos que discutir algo grande.

Mientras tanto, en el restaurante, Luca y Isabella ya estaban instalados en una mesa privada.

Ella tomó el menú con la misma elegancia con la que manejaba cualquier negociación.

—Así que… el equipo jugó mal.

Luca le lanzó una mirada.

—No jugamos mal. Jugamos como un equipo que apenas se conoce.

Isabella levantó una ceja con burla.

—Eso es otra forma de decir lo mismo.

Luca dejó el menú a un lado y la observó.

—¿Vinimos a almorzar o a debatir fútbol?

—Puedo hacer ambas cosas.

El mesero llegó y ambos pidieron sin demasiada demora. Cuando el hombre se retiró, Isabella apoyó los codos en la mesa y entrelazó los dedos.

—Quiero saber qué piensas de todo esto.

Luca se reclinó en su silla.

—¿A qué te refieres con "todo esto"?

—Vittoria. El club. La locura en la que te metiste.

Luca exhaló con calma.

—Creo que es el mejor movimiento que he hecho en mi vida.

Isabella sostuvo su mirada.

—¿Incluso si fallas?

Luca se inclinó levemente hacia adelante.

—No planeo fallar.

El silencio entre ellos se sintió cargado de algo más que simples palabras. Isabella conocía esa mirada en Luca. Esa determinación que hacía que las cosas se movieran a su favor, sin importar el obstáculo.

Pero lo que no decía en voz alta, lo que no admitía ni siquiera ante sí mismo, era que ella aún no entendía cómo había dejado ir a un hombre como él.

Luca cambió de tema con naturalidad.

—Por cierto, vi que te fuiste temprano del concierto anoche.

Isabella bebió un sorbo de su vino antes de responder.

—No tenía razones para quedarme más tiempo.

Luca sonrió levemente.

—¿Seguro? Porque parecía que no te gustaba la idea de verme con Astrid Novak.

Ella entrecerró los ojos con diversión.

—¿Y desde cuándo te interesa lo que yo piense?

Luca no respondió de inmediato.

El mesero llegó con los platos y la conversación quedó en pausa por un momento. Isabella tomó un bocado de su comida, mientras Luca la observaba sin apuro.

—Desde nunca —respondió finalmente—. Pero me pareció interesante.

Isabella soltó una pequeña risa antes de sacudir la cabeza.

—Sigues siendo el mismo Luca de siempre.

Él sonrió.

—Y tú sigues pretendiendo que no te importa.

La comida continuó con un tono más ligero, pero en el fondo, ambos sabían que esa conversación había dejado algo en el aire.

Mientras tanto, en el estadio, Adriano entraba a la sala de reuniones donde Bellucci y el resto del cuerpo técnico ya lo esperaban.

—Tenemos una propuesta de Sudamérica. Tres jugadores jóvenes, talento puro. Un extremo, un central y un diez.

Bellucci miró a sus asistentes antes de fijar su atención en Adriano.

—Muéstrenos lo que tiene.

Adriano abrió su portátil y proyectó las estadísticas y videos de cada jugador en la pantalla.

—Emiliano Velásquez. El mejor jugador del Sudamericano Sub-20. Tiene regate, velocidad y mentalidad ganadora.

El asistente técnico silbó bajo.

—Este chico es un demonio en el uno contra uno.

Adriano asintió.

—Ahora, el central. Diego Santacruz. Fuerte en el juego aéreo, buena lectura defensiva.

Bellucci observó con interés.

—Nos falta un líder en la zaga.

Adriano pasó al último jugador.

—Y este es Camilo Rojas. Diez clásico, visión de juego, pero con recorrido físico.

El entrenador cruzó los brazos.

—¿Cuáles son las condiciones?

—Préstamos con opción de compra.

El cuerpo técnico se miró entre ellos.

Finalmente, Bellucci asintió.

—Si podemos hacer que vengan, tráigalos.

Adriano sonrió y sacó su teléfono.

—Entonces vamos a hacer esa llamada.

La reconstrucción de Vittoria continuaba. Y con cada decisión, el futuro del club comenzaba a tomar forma.

Por otro lado luca e Isabella estaban en el restaurante, Cuando terminaron de almorzar, la conversación entre Luca e Isabella se había vuelto más ligera, pero con un trasfondo que ninguno de los dos se atrevía a reconocer del todo. La tensión estaba ahí, flotando entre las palabras, en las miradas que se sostenían un segundo más de lo necesario, en los pequeños silencios cargados de algo más que simple camaradería.

No fue planeado. No hubo promesas, ni pensamientos profundos, ni preguntas innecesarias.

Simplemente, cuando salieron del restaurante, Isabella le miró con esa media sonrisa que solo sacaba cuando tenía la intención de hacer algo sin pensarlo demasiado.

Y Luca entendió el mensaje.

En menos de diez minutos, ambos estaban en la suite de un hotel de lujo en el centro de la ciudad, con las luces tenues y el murmullo de la vida nocturna filtrándose por los ventanales.

No hablaron demasiado. No hacía falta.

Fue solo una explosión de deseo retenido demasiado tiempo, de cuerpos reencontrándose sin la carga de lo que alguna vez fueron, sin preguntas sobre lo que significaba o lo que vendría después.

No se trataba de romance. No de volver a lo que habían sido.

Era solo placer puro, sin compromisos.

Mientras tanto, en el estadio de Vittoria, Adriano caminaba de un lado a otro en su oficina con el teléfono en la mano, marcando una y otra vez el número de Luca.

Nada.

—Vamos, carajo…

Silvia, que estaba revisando unos documentos en el escritorio de enfrente, levantó la cabeza con curiosidad.

—¿Qué pasa?

Adriano exhaló con frustración.

—Necesito hablar con Luca sobre los fichajes. Bellucci ya aprobó a los jugadores, pero hay que cerrar el trato rápido antes de que otro equipo se meta en la negociación.

—¿No responde?

—No.

Silvia rodó los ojos y sacó su teléfono.

—Si no te contesta a ti, tal vez Isabella sí.

Adriano soltó una risa sarcástica.

—Buena suerte con eso.

Silvia marcó y, después de unos segundos, Isabella contestó.

—Silvia, ¿qué pasa?

—Estoy con Adriano en la oficina, necesitamos a Luca. Es urgente.

Hubo un breve silencio antes de que Isabella respondiera con un tono levemente incómodo.

—Ah… claro. Déjame… ver dónde está.

Adriano frunció el ceño.

—Dile que deje de hacerse el idiota y atienda el teléfono.

Silvia reprimió una sonrisa mientras Isabella suspiraba al otro lado de la línea.

—Cinco minutos.

Y colgó.

Adriano cruzó los brazos.

—¿Notas algo raro?

Silvia se encogió de hombros con una sonrisa inocente.

—¿Yo? Para nada.

Luca e Isabella llegaron a la oficina con la misma naturalidad de siempre, como si absolutamente nada hubiera pasado.

Silvia los miró con una ceja arqueada y una expresión que decía "sé exactamente lo que hicieron", pero no comentó nada.

Adriano, en cambio, no tenía paciencia para rodeos.

—¿Dónde carajo estabas?

Luca tomó asiento sin alterarse.

—Almorzando.

Adriano bufó.

—¿Desde cuándo almuerzas por horas y apagas el teléfono?

—¿Desde cuándo necesitas permiso para cerrar un fichaje?

Isabella cruzó las piernas con elegancia y tomó un sorbo de agua, sin decir nada.

Adriano resopló, pero decidió no insistir.

—Está bien. Lo importante es que Bellucci quiere a los jugadores y tenemos que movernos rápido.

Luca asintió.

—Cierra el trato.

Silvia hizo algunas anotaciones antes de levantarse.

—Voy a preparar los contratos.

Cuando salió de la oficina, Isabella también se puso de pie.

—Yo tengo una reunión con los inversionistas. Nos vemos después.

Salió con la misma calma con la que había llegado, sin siquiera mirar a Luca más de lo necesario.

Adriano la siguió con la mirada antes de volver a Luca.

—No sé qué hiciste, pero disimulan como el carajo.

Luca simplemente sonrió y se recostó en su silla.

—Porque no hay nada que disimular.

Adriano lo miró con desconfianza, pero no dijo nada más.

El trabajo continuaba. Lo demás… simplemente había sido un momento. Nada más.

Los días siguientes fueron un torbellino de actividad en Vittoria. Los nuevos fichajes aterrizaron en Italia y el ambiente en el club comenzó a transformarse.

El primero en llegar fue Emiliano Velásquez.

El joven extremo colombiano, con su característico cabello rizado y su aire despreocupado, parecía tener el descaro natural de un jugador que sabe que nació para grandes cosas. Desde el momento en que pisó el vestuario, irradiaba confianza.

—Espero que tengan buenos defensas en los entrenamientos —dijo con una sonrisa—. Porque si no, se van a aburrir.

Su actitud no pasó desapercibida. Algunos jugadores lo miraron con curiosidad, otros con una ligera mueca de escepticismo. No era arrogante, pero tampoco era modesto.

Cuando le presentaron a Bellucci, el entrenador lo observó con la seriedad que lo caracterizaba.

—Aquí no regalamos nada, muchacho.

Velásquez sostuvo su mirada sin inmutarse.

—No vine a pedir regalos, míster. Vine a demostrar.

Bellucci no dijo nada, pero una sonrisa fugaz apareció en la comisura de sus labios antes de asentir levemente.

Los otros fichajes no tardaron en llegar.

Diego Santacruz, el central de 21 años con un físico imponente, parecía más un boxeador que un futbolista. Alto, fuerte y con una mirada fría, no era de los que hablaban mucho.

—No vine a hacer amigos —fue lo único que dijo durante su presentación en el vestuario—. Vine a defender.

Y luego estaba Camilo Rojas, el mediapunta con una visión de juego excepcional, pero una personalidad más reservada.

—Voy a hacer que este equipo juegue mejor —dijo con una seguridad tranquila.

Luca observó las incorporaciones con satisfacción. Eran jóvenes, pero tenían hambre.

Bellucci los evaluó en los primeros entrenamientos y no tardó en tomar una decisión.

—Los probaremos en los siguientes partidos. A ver si toda esa confianza la respaldan en la cancha.

Los primeros triunfos de la nueva era

El primer partido con los nuevos fichajes fue contra un equipo de la Serie B italiana. Un rival menor, pero perfecto para probar la dinámica del equipo.

Desde el inicio, Emiliano Velásquez demostró por qué lo habían fichado. Rápido, impredecible, con una habilidad para el uno contra uno que dejó en ridículo a los laterales rivales en más de una ocasión.

Al minuto 30, recibió un pase largo, encaró al defensa, lo dejó atrás con un amague eléctrico y definió al primer palo.

Gol.

El estadio, aunque no estaba lleno, estalló en aplausos.

Santacruz y Camilo Rojas también tuvieron un buen desempeño. El primero mostró solidez en la defensa, evitando cualquier intento de ataque rival, mientras que el segundo dirigió el mediocampo con inteligencia, distribuyendo el balón con una calma envidiable.

El partido terminó con una victoria 2-0 para Vittoria.

Era solo un amistoso, pero la sensación era diferente.

El siguiente partido fue contra otro equipo de la Serie B y terminó en otra victoria, esta vez por 3-1.

Velásquez volvió a marcar, Diallo hizo su primer gol con el club y Federico Moretti dio una asistencia.

El equipo comenzaba a tomar forma.

Gira por Estados Unidos

Después de los primeros encuentros en Italia, Vittoria viajó a Estados Unidos para disputar varios amistosos contra equipos de la Major League Soccer. Era una oportunidad para ganar reconocimiento internacional y probarse contra un fútbol más físico y dinámico.

El primer partido fue contra Los Ángeles FC.

Desde el inicio, Vittoria dominó. El equipo jugaba con más confianza, con mejor circulación de balón y más agresividad en ataque.

El marcador final fue 2-1 a favor de los italianos, con goles de Diallo y Camilo Rojas.

La victoria llamó la atención de la prensa.

"Vittoria sigue sorprendiendo en su reconstrucción."

"El equipo de los Moretti empieza a dar señales de competitividad."

El siguiente encuentro fue contra New York City FC.

Fue un partido más trabado, con ambos equipos peleando por la posesión. Vittoria logró ponerse en ventaja con un gol de Santacruz de cabeza tras un tiro de esquina, pero en los minutos finales, un penal infantil cometido por un defensa permitió que el equipo estadounidense empatara el partido.

El 1-1 dejó sensaciones mixtas. Era un empate aceptable, pero también una oportunidad perdida.

El último partido de la gira fue contra el Inter de Miami.

El equipo de la MLS tenía más calidad en ataque, con jugadores de experiencia europea. Vittoria luchó, pero esta vez no fue suficiente. Cayeron 2-0.

—Nada mal —comentó Bellucci tras el encuentro—. Perdimos, pero no nos pasaron por encima.

Luca observó a los jugadores mientras salían del campo. No estaban devastados, solo molestos.

Esa era una buena señal.

De regreso a Italia: pruebas contra la élite

Al volver a Europa, Vittoria se enfrentó a dos de los clubes más grandes de Italia: el AC Milan y el Inter de Milán.

El partido contra el Milan fue duro.

Los rossoneri impusieron su jerarquía desde el primer minuto, moviendo el balón con velocidad y precisión.

El marcador terminó 3-0 a favor del Milan.

No hubo excusas. Habían sido claramente superados.

Pero el verdadero golpe llegó en el partido contra el Inter.

Vittoria jugó su mejor partido de la pretemporada. Se defendieron bien, crearon peligro y, por momentos, parecían capaces de dar la sorpresa.

Camilo Rojas abrió el marcador con un golazo desde fuera del área.

El Inter respondió con dos goles en el segundo tiempo, pero Vittoria no se rindió.

A cinco minutos del final, Velásquez recibió el balón en la banda, dejó atrás a su marcador y puso un centro perfecto para que Diallo empatara el partido.

Parecía que sacarían un empate valioso.

Pero en el minuto 90, un descuido en la defensa permitió que el Inter marcara el gol de la victoria.

Derrota 3-2.

El vestuario estaba en silencio después del partido.

No había llantos ni quejas. Solo la sensación amarga de haber estado tan cerca.

Luca entró al vestuario, cruzó los brazos y observó a sus jugadores.

—Esto es lo que nos espera en Serie A —dijo finalmente—. Si queremos competir con los grandes, necesitamos ser implacables.

Bellucci asintió con un leve gruñido.

—Hoy dimos pelea. Pero pelear no es suficiente. Queremos ganar.

Y todos en esa sala sabían que eso era exactamente lo que buscarían en la temporada que estaba por comenzar.

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