👦Narra Christopher👦:
"Hijo, necesito que te concentres más en el negocio", expresó mi padre con firmeza.
"Deberías acompañarme a la empresa. Hay una reunión importante", agregó, buscando mi atención.
"Hoy no puedo, tengo un vuelo programado para las 12:00 pm", respondí con calma antes de dar un sorbo a mi jugo.
"A tus 30 años, debes asumir la responsabilidad de la empresa. Te hemos respaldado en tu pasión por la aviación, pero ahora es momento de tomar las riendas", insistió mi padre.
"No somos los únicos que dependemos de este negocio. Hay millones de familias que confían en nosotros", señalo, recordando la magnitud de nuestras responsabilidades.
"La aerolínea fue fundada por tu antepasado con mucho esfuerzo. Ahora es tu deber mantener esa tradición y prepararte para transmitirla a la siguiente generación", intervino mi abuela con su sabiduría característica.
"Además, hemos recibido quejas sobre tu comportamiento autoritario y arrogante. Sería mejor que asumas el cargo de presidente y te ocupes de las decisiones importantes".
"El personal en tierra y en el aire necesita disciplina, no solo por el bien de la empresa, sino por la seguridad de nuestros pasajeros", respondí con determinación.
"Además, corre el rumor de que estás involucrado con una azafata", agregó mi padre.
"Si esa mujer demuestra tener las cualidades adecuadas, contribuye al legado familiar y lo más importante si tiene la marca de tu hilo rojo y me da a mi bisnieto la aceptaré. De lo contrario, será mejor que no la traigas a esta casa", concluyó mi abuela antes de retirarse.
"Aún no quiero un hijo", respondo con frialdad.
Rechacé con desdén la idea de no poder tener hijos. Había consultado numerosas clínicas de fertilidad en todo el mundo, pero todas afirmaban lo mismo: no tenía problemas de fertilidad, “Usted NO es estéril, es raro que no pueda procrear”, lo cual me irritaba profundamente.
Mi primera experiencia sexual fue a los 18 años, y aunque tomé precauciones, la segunda vez me dejé llevar por la borrachera. Sin embargo, eso no significaba que me involucrara con cualquiera.
Emma, una azafata de nuestra aerolínea, había sido mi compañera ocasional durante un tiempo. Pero nuestra relación se limitaba a encuentros físicos; no tenía intención de involucrarme emocionalmente con ella. Había jurado que nunca volvería a enamorarme de una mujer.
"Yo no estoy en contra de tu relación, pero tu abuela, tu madre y los cielos sí lo están", dice mi padre.
"¡Es estúpido!", digo, manteniendo mi compostura.
"Ella no es la indicada para ti", escucho la voz de mi abuela acercándose al comedor de nuevo.
"¡Suegrita! Escuchar conversaciones ajenas no es muy bien visto", dice mi padre.
"No los andaba espiando, se me olvidó mi bolso y regresé por él", respondio.
"Pero si lo trae en la mano", replico sin inmutarme.
"No le respondas a tu abuela. Cada día te vuelves más majadero y no me cambies la conversación", dice mi padre.
"Pero yo la amo, ella me ama", respondo con firmeza.
"¿En verdad la amas? Tu manera de actuar cuando hablas de ella me hace entender que solo es para acostones", dice mi abuela con una mirada acusadora.
"Su padre sí la dejó casarse con mi abuelo, ¿por qué usted y mi madre no me dejan?", le digo a mi abuela.
"Te lo hemos dicho muchas veces, ninguna de tus aventurillas es la adecuada para ti y mucho menos para la compañía", insiste mi abuela.
"Sí lo es. La primera vez que la vi, mi corazón palpitó como nunca. La amo demasiado. Aunque ustedes se opongan, esa maldita maldición es poco creíble".
"Ja, eso que te lo crea tu abuela", dice mi abuela, desestimando mis palabras.
"Pero usted es mi abuela", le respondo a mi abuela.
"Pues no te creo. Mi sexto sentido de mujer me dice que no sientes nada por ella. Esa mirada fría sigue sin expresar un sentimiento de calidez".
En ese momento, mi madre entró al comedor con una sonrisa burlona. "Chris, hacía mucho tiempo que no te veía haciendo un berrinche. Me recuerda a cuando eras muy pequeño y siempre encontrabas la forma de que tu padre y tu abuela te compraran los juguetes que querías", dijo con complicidad, recordando esos momentos con nostalgia, pero con una pizca de diversión.
"Quién iba a decir que mi hijo, ese hombre frío como el acero, podía hacer berrinche”, agregó. Su comentario mostraba claramente su apoyo hacia mí, aunque de una manera más sutil y materna.
"¿Por qué una bruja le lanzaría tremenda maldición a mi ancestro, abuela?", contesto, manteniendo mi tono firme.
"Nuestro antepasado se enamoró de una esclava".
"Por lo que me contó mi padre, era hija de una mujer que era bien conocida por toda la región por su sabiduría y sus habilidades medicinales. La familia de nuestro antepasado estaba en apogeo de convertirse en una familia terrateniente. Su influencia y riqueza crecía rápidamente, y con ello, su poder y su posición social. Su posición le otorgaba privilegios y el respeto de la sociedad, por eso sus padres no la querían, porque según ellos era la hija de una bruja, la brujería en esos tiempos era considerado como un pecado y los que la practicaban eran castigados por la santa inquisición y ellos no querían tener ninguna relación con ellas, por temor a que su linaje estuviera manchado”.
"¡Es estúpido y poco creíble!", digo dando un golpe a la mesa y salgo de mi casa, para dirigirme a la compañía. Las horas se me hacen eternas y las quejas de los empleados me ponen de mal humor.
"Sr. Christopher, lo busca el presidente", dice la secretaria de mi padre.
"Presidente", le digo a mi padre.
"Celeste, puedes retirarte", le dice mi padre a su secretaria.
"Hijo, toma asiento. Necesito que me acompañes a México.
Estamos iniciando pláticas con un aeropuerto mexicano para que se convierta en uno de nuestros aeropuertos base y necesitamos cerrar el trato para que podamos extender nuestras conexiones hacia otros países de América del Sur".
"No tengo tiempo", respondo con determinación.
"No te preocupes por tu trabajo, tu abuela ya tiene a tu reemplazo", dice mi padre.
"¿Y cómo van a justificar que iré contigo a cerrar un trato?", pregunto, calculando las posibles implicaciones.
"Eres bueno en lo que haces. Tienes conocimientos en negocios y en planeación urbana en la aeronáutica", responde. "Por cierto, te presento a Josh. Desde hoy será tu asistente".
"Es un placer conocerlo y es un honor para mí trabajar con el futuro presidente", dice Josh.
"Él nos acompañará", dice mi padre. Desde ese día, la semana pasó muy rápido.
En el trayecto a México, mi padre se la pasó todo el vuelo hablándome de los negocios y de los beneficios que obtendríamos al extendernos en el mercado internacional. Cuando llegamos, un señor de mediana edad nos recibió con su hija, bastante guapa y profesional.
Las negociaciones fueron bastante favorables para ambos. Terminó la reunión y Berenice me invitó a unos tragos, a lo que me negué. Sin embargo, mi padre si se reunió con el señor Fernández para beber. Mandé a Josh a descansar.
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