el marqués

El carruaje se detuvo frente a la mansión y el cochero saltó para abrir la puerta. Era un elegante vehículo, con cuerpo de madera oscura y lacada, adornado con detalles de bronce y hierro forjado, con el escudo de armas en el lateral. El interior era lujoso y espacioso, y cuatro caballos negros, con bridas de cuero adornadas con hebillas de plata, tiraban del carruaje con paso majestuoso.

Don Rafael de Robledo, el marqués, parecía un hombre de unos 30 años que rezumaba elegancia y confianza. Su cabello oscuro estaba perfectamente peinado, mientras que su rostro fuerte y angular se acentuaba por una barba tupida y bien cuidada. Sus ojos oscuros penetrantes parecían ver más allá de la superficie, vestía una chaqueta militar ajustada, que realzaba su porte orgulloso y seguro, se movía con una confianza y seguridad que inspiraban respeto. Su porte orgulloso y su mirada penetrante sugerían un hombre que estaba acostumbrado a mandar y ser obedecido. Su presencia era imponente, a simple vista, Elaiza contuvo el aliento por un momento, era la primera vez que veía a alguien de tan alto rango de cerca y le pareció un hombre muy guapo.

La señora Jenkins se acercó a él y se inclinó en una reverencia. "Bienvenido, mi señor", dijo. "Es un placer tenerlo de regreso en la mansión después de tanto tiempo".

Don Rafael sonrió y saludó a la señora Jenkins. "Gracias, señora Jenkins", dijo. "Es un placer estar de regreso".

La señora Jenkins se volvió hacia Elaiza. "Señor, le presento a la señorita Elaiza Medina, la nueva institutriz de los niños".

Don Rafael se volvió hacia Elaiza y sonrió. "Encantado, señorita Eliza", dijo.

Elaiza frunció el ceño, se sentía un poco molesta por el error, pero antes de que pudiera corregirlo, Emanuel se lanzó hacia su padre y lo abrazó.

"¡Papá!", gritó, el rostro duro se ablandó al cargar a su pequeño.

Rosalba también se acercó a su padre y lo abrazó. "Papá, te hemos extrañado muchísimo".

Tomás, por su parte, se mantuvo en posición firme, como si estuviera en el ejército. Don Rafael se rió y le dijo: "En descanso, hijo".

Luego, le desacomodó el pelo con la mano y sonrió. "Me alegra verte, Tomás. Has crecido mucho desde la última vez que te vi".

Tomás sonrió y se relajó un poco, pero aún se mantuvo en una posición respetuosa.

Don Rafael entró en la mansión seguido del personal de la casa. Una vez dentro, les pidió que regresaran a sus actividades habituales.

"Gracias, señora Jenkins", dijo. "Por favor, asegúrese de que todo esté en orden".

La señora Jenkins asintió con la cabeza y comenzó a dar órdenes al resto del personal, el cual se fue dispersando a sus actividades habituales.

Don Rafael se volvió hacia Elaiza e Isabel. "Señorita Medina, señorita Gómez", dijo. "Me gustaría disfrutar un momento a solas con mis hijos. ¿Podrían dejarnos solos?".

Elaiza asintió con la cabeza y se retiró, seguida de la nana. Los niños se quedaron solos con su padre, mirándolo con una mezcla de curiosidad y nerviosismo.

Don Rafael sonrió y comenzó a caminar hacia el salón. "Vengan, hijos", dijo. "Quiero hablar con ustedes".

Mientras Don Rafael se reunía con sus hijos, el cochero y varios criados bajaron del carruaje los baúles y cajas que contenían las pertenencias del marqués. El cochero; un joven con el rostro curtido por el sol y el viento, de mirada amable y leal vestido con uniforme militar, de cuerpo robusto y que a pesar de su apariencia severa, su sonrisa y su mirada cálida sugerían un hombre amable y bondadoso; se acercó a Don Rafael y esperó instrucciones.

"¿Dónde debo llevar los baúles, señor?", preguntó.

Don Rafael se acercó al cochero. "Lleva mis baúles a mi habitación, Jorge. Y asegúrate de que estén bien colocados. No quiero que nada se dañe".

El hombre asintió con la cabeza y se puso a trabajar, dirigiendo a los criados para que llevaran los baúles a la habitación de Don Rafael.

Don Rafael se volvió hacia el cochero y le dio una orden. "Y Jorge, traigan el baúl rojo al salón, quiero darles sus regalos a mis hijos".

El cochero asintió con la cabeza y se puso a trabajar, dirigiendo a los criados para que llevaran al salón un baúl de color rojo con detalles plateados y cerradura, dos asas de cuero castaño y unas pequeñas patas de madera.

Don Rafael se volvió hacia sus hijos y sonrió. "Vamos, hijos", dijo. "Tengo algunas sorpresas para ustedes".

Los niños se miraron entre sí, emocionados, y siguieron a su padre al salón. La señora Jenkins los acompañó, sonriendo.

Una vez en el salón, el cochero y los criados llevaron el baúl y lo colocaron en el centro de la habitación. Don Rafael se acercó y lo abrió, revelando una gran cantidad de regalos de todo tipo. Los niños se emocionaron al verlos y se acercaron a su padre, ansiosos por saber qué había dentro. Don Rafael sonrió y comenzó a sacar los regalos, uno a uno, y a entregárselos a sus hijos.

La señora Jenkins se mantuvo al lado de Don Rafael, sonriendo y ayudando a distribuir los regalos. Para Tomás, había un hermoso caballo de madera tallada, con detalles intrincados y un brillo que parecía real, también había un libro de aventuras ilustrado y un tren rojo a escala que brillaba con la luz del día.

Para Rosalba, una hermosa muñeca de porcelana, con un vestido de seda extravagante pero hermoso y un sombrero adornado con flores, un juego de pinturas, y un hermoso vestido de seda verde muy elaborado, aunque se veía más grande que la niña.

Y para Emanuel, había un osito de felpa grande y suave, con ojos brillantes y una sonrisa adorable, un juego de bloques de madera de colores y unos zapatos nuevos.

Los niños se emocionaron al ver los regalos y se abalanzaron sobre ellos, abrazándolos. Don Rafael sonrió, contento de ver a sus hijos tan felices. La señora Jenkins también sonrió.

Don Rafael se sentó en un sofá y miró a sus hijos con una sonrisa, que estaban sentados en el piso jugando con sus regalos. "Bueno, hijos", dijo. "¿Cómo se han portado? ¿Qué han aprendido hasta ahora?".

Rosalba se adelantó, orgullosa, y le mostró un pañuelo bordado que había hecho. "Papá, mira lo que he hecho, he estado practicando mi bordado", dijo. "Y este mes me he aprendido tres poemas nuevos", los cuales recitó, aunque con un poco de dificultad.

Don Rafael se impresionó con el pañuelo y sonrió. "Esto es hermoso, Rosalba. Eres muy talentosa, algún día serás una excelente esposa", la niña se sonrojó y lo besó en la mejilla.

Tomás se adelantó a continuación. "Papá, yo aprobé mi examen de esgrima", dijo. "Y también he estado estudiando geografía, ya sé todos los países y sus capitales".

Don Rafael se rió. "Eso es excelente, Tomás", dijo, acto seguido, el hombre que había viajado mucho comenzó a preguntarle y el niño contestó lo mejor que pudo.

Finalmente, Emanuel se adelantó, sonriendo. "Papá, yo ya sé contar hasta 10", dijo. "Y también me sé las vocales".

Don Rafael se rió y abrazó a su hijo menor. "Eso es maravilloso, Emanuel", dijo, sentándolo en sus piernas. "Eres un niño muy inteligente".

Don Rafael miró a sus hijos con una gran sonrisa. "Bueno, hijos", dijo. "¿Ha habido algo emocionante en mi ausencia?".

"Bueno, no mucho", dijo Tomás algo apenado.

"Claro que sí, el otro día hicimos un exorcismo, fue divertido", dijo Rosalba tapándose la boca y recordando que aquello era un secreto.

Don Rafael los miró intrigado, "¿un exorcismo?", preguntó incrédulo.

"Bueno, es que había un fantasma... Y estaba asustando a la señorita Medina", dijo tímidamente Tomás omitiendo el resto de la historia.

"Ya veo, y me imagino que ustedes la defendieron del fantasma", dijo el hombre orgulloso, los niños sonrieron y evadieron a su padre.

Emmanuel se adelantó, sonriendo. "Papá", dijo. "Yo hoy limpié mi cuarto y la mesa de la biblioteca, soy muy bueno en eso".

Don Rafael se sorprendió y molestó. "¿La mesa de la biblioteca?", repitió. "¿Por qué estabas limpiando la mesa de la biblioteca?".

Emmanuel se encogió de hombros. "Es porque soy pequeño y no alcanzo los libros, eso lo hace Tomás, y Rosalba barre el piso, porque a ella le queda más limpio" explico.

Don Rafael se veía molesto y se volvió hacia la señora Jenkins. "Señora Jenkins, ¿puede explicarme por qué mis hijos están haciendo tareas de limpieza?", preguntó.

La señora Jenkins se adelantó, sonriendo. "Bueno", dijo un poco nerviosa. "La señorita Medina ha estado enseñando a los niños la importancia de la responsabilidad y el trabajo en equipo. Les ha asignado tareas para que aprendan a cuidar de sí mismos y de su entorno", intentó explicar nerviosa.

Don Rafael se veía cada vez más molesto. "No estoy seguro de que eso sea adecuado", dijo. "Mis hijos son nobles, no criados", bajó a Emanuel.

Después de la respuesta de la señora Jenkins, Don Rafael se veía cada vez más molesto y frustrado. Se levantó del sofá y se acercó a la ventana, mirando hacia fuera con una expresión de disgusto.

"Señora Jenkins", dijo, sin volverse hacia ella. "Quiero hablar con la señorita Medina. Ahora mismo".

La señora Jenkins asintió con la cabeza y se retiró rápidamente para buscar a Elaiza.

Mientras tanto, los niños se miraron entre sí, nerviosos y preocupados. Sabían que su padre estaba enojado y no sabían qué iba a suceder.

Emanuel se acercó a su padre y le tocó la mano. "Papá, ¿estás enojado?", preguntó.

Don Rafael se volvió hacia su hijo y lo miró con una expresión seria. "Sí, Emanuel", dijo. "Estoy enojado. Pero no contigo, ni con tus hermanos. Estoy enojado con la persona que los ha estado tratando como sirvientes".

Rosalba y Emanuel se veían preocupados, pero Tomás, al contrario, tenía una sonrisa de satisfacción en el rostro.

La señora Jenkins regresó con Elaiza, que se acercó a Don Rafael con una expresión tranquila y respetuosa. "Señor", dijo. "¿En qué puedo servirle?".

"¿Es verdad que usted ha estado tratando a mis hijos como sirvientes? ¿Poniéndolos a hacer actividades que no corresponden a su linaje?", preguntó el marqués, su voz llena de enojo y desaprobación.

Elaiza se mantuvo firme, pero su sonrisa se tensó ligeramente. "Yo no diría que son sirvientes, señor...", respondió.

"¿Entonces va a negarme que los ha puesto a hacer el aseo?", gritó el marqués, su rostro enrojecido de ira. Los niños retrocedieron, asustados, pero Elaiza mantuvo su postura.

"Eso... tiene una buena explicación", dijo Elaiza, su voz un poco temblorosa.

"Eso espero", dijo el marqués, sentándose en un sillón cerca de sus hijos, que miraban al piso, excepto Emanuel, que parecía confundido. "Comience".

Elaiza comenzó a explicar, dudó un momento antes de responder. "Bueno, señor marqués... es que... ellos necesitaban aprender disciplina y valores...".

Pero el marqués la interrumpió. "No quiero excusas, señorita Medina. Quiero saber la verdad. ¿Por qué les ha estado haciendo hacer el aseo? ¿Disciplina y valores?", repitió el marqués, incrédulo. "¿Y cómo se les enseña eso haciéndolos limpiar?".

El marqués se inclinó hacia adelante, su rostro lleno de furia e indignación. "No estoy seguro de que esté entendiendo, señorita Medina. ¿Por qué les hace hacer el aseo?". Su voz era baja y amenazante.

Elaiza dudó un momento antes de responder. "Bueno, señor marqués... es que... Rosalba y Tomás deben aprender a ser conscientes y amables...", continuaba diciendo Elaiza intentando parecer convincente.

"¡No le creo!", gritó el marqués y esto hizo estremecerse a todos los presentes.

Rosalba se ruborizó y habló con voz temblorosa, no podía soportar que Elaiza recibiera tal reprimenda por su culpa. "Papá, lo siento. Queríamos asustar a la señorita Medina. No pensamos que fuera tan grave".

"¿A qué te refieres, Rosalba? Explícate", miró el marqués con sorpresa y enojo a su hija mayor.

Elaiza suspiró y explicó sin tener otra opción. "Bueno, señor marqués... ellos habían estado haciendo ruidos extraños y moviendo objetos para que pareciera que había un fantasma en la casa. Pero cuando descubrí lo que estaban haciendo, decidí tomar medidas para que confesaran".

El marqués se volvió hacia Elaiza, su rostro todavía lleno de furia. "¿Y cómo logró que Rosalba confesara?".

Elaiza se ruborizó ligeramente, sabía que tenía que decir la verdad en ese momento. "Bueno, señor marqués... les hice creer que estaban siendo exorcizados".

El marqués se sorprendió. "¿Exorcizados? ¿Qué quiere decir con eso?". Su mirada inquisitiva la ponía nerviosa.

Elaiza explicó. "Solo les hice creer que estaban siendo exorcizados para que confesaran lo que habían hecho, nada serio, solo una forma de asustarlos para que se comportaran".

El marqués se volvió hacia Tomás, su rostro todavía lleno de incredulidad y molestia. "¿Es verdad, Tomás? ¿Participaste en esta tontería?".

Tomás asintió con la cabeza, su rostro también ruborizado. "Sí, papá. Lo siento".

El marqués se volvió hacia Elaiza, su rostro todavía lleno de incredulidad y molestia. "¿Y por qué los puso a hacer el aseo? No entiendo qué relación tiene esto con su comportamiento".

Elaiza suspiró. "Bueno, señor marqués... después de que Rosalba y Tomás confesaron, los tres hablamos sobre cómo podrían resarcir el daño que habían causado a los afectados. Queríamos encontrar una forma de que ellos aprendieran de su error y también de que se disculparan de manera efectiva".

El marqués se inclinó hacia adelante, su rostro lleno de curiosidad. "¿Y cómo llegaron a la conclusión de que hacer el aseo era la solución?".

Elaiza explicó. " señor marqués... consideramos que hacer el aseo era una forma de que ellos entendieran el impacto que su comportamiento había tenido en los demás. Además, creímos que sería una forma de que ellos aprendieran a ser responsables y a trabajar duro. Y en el caso de Tomás, en un año se irá a la escuela militar, donde no tendrá la protección ni ayuda que tiene ahora. Creo que esta experiencia le servirá para aprender a ser independiente y a trabajar bajo presión. Además, creo que Rosalba aprenderá a ser más responsable y a entender la importancia de hacer las cosas correctamente. Cuando tenga su propia casa, sabrá cómo hacer las cosas para poder ordenar como se deben hacer".

El marqués asintió con la cabeza, su ceño fruncido aún demostraba su enojo aún latente. "Entiendo. Así que cree que esta experiencia les servirá para aprender y crecer como personas. Esta acción fue una forma de castigo y disciplina".

Rosalba y Tomás se miraron entre sí, avergonzados, y asintieron con la cabeza. "Sí, papá", dijo Rosalba. "Lo siento. No deberíamos haber fingido que había fantasmas".

Tomás asintió de acuerdo, pero se sentía molesto al ser regañado por su padre. "Sí, papá. Lo siento".

El marqués se volvió hacia Emanuel. "Y tú, Emanuel. ¿Por qué tú también haces el aseo?".

Emanuel, ahora temeroso por aquel momento, respondió tímidamente. "Es divertido, papá. Y mis hermanos necesitan mi ayuda para terminar rápido".

Elaiza intervino. "Señor marqués, Emanuel lo hace como una conducta de reflejo. Imita lo que hacen sus hermanos. Es una forma de reafirmar su unidad y apoyo con ellos".

El marqués se quedó pensativo por un momento, y luego asintió con la cabeza. "Entiendo", dijo suspirando, aún con el ceño fruncido. El marqués se acercó a la ventana, mirando hacia fuera con una expresión pensativa. "Bueno, parece que todo ha quedado claro", dijo. "Señorita Medina, le agradecería que continuara con su trabajo y terminara el castigo que ha impuesto a mis hijos. Eso significa que su periodo de prueba ha terminado y queda contratada como institutriz de mis hijos".

Elaiza asintió con la cabeza, aliviada. "Gracias, señor marqués. Haré todo lo posible para que sus hijos sean personas responsables y respetuosas".

Tomás se encogió de hombros, insatisfecho, pero no dijo nada más. Rosalba y Emanuel se miraron entre sí, nerviosos, pero también parecían aliviados de que la situación no hubiera empeorado.

El marqués se volvió hacia la señora Jenkins. "Señora Jenkins, por favor, asegúrese de que la señorita Medina tenga todo lo que necesita para continuar con su trabajo".

La señora Jenkins asintió con la cabeza. "Sí, señor marqués. Así lo haré".

El marqués se volvió hacia sus hijos. "Y ustedes, hijos, espero que hayan aprendido una lección. La señorita Medina ha encontrado una forma de enseñarles disciplina y valores, y espero que la respeten y la obedezcan".

Rosalba y Emanuel asintieron con la cabeza, pero Tomás se limitó a encogerse de hombros.

El marqués asintió con la cabeza y se dirigió hacia la puerta. "Bueno, creo que eso es todo. Señorita Medina, señora Jenkins, hijos... Me retiraré a descansar", el marqués salió de la habitación, seguido por la señora Jenkins y Elaiza.

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