18

Me está llamando y yo tengo la cabeza llena de ideas. ¿Qué debo hacer ahora?

—Hola.

—¿Estás en tu casa?

—Sí.

—¿Puedo verte? Quiero hablar contigo.

—Está bien.

Finalizo la llamada, suena el timbre de la casa y salgo de mi habitación. ¿Tiene mucha prisa de hablar conmigo? Bajo las escaleras, suspiro y voy a la puerta de la entrada. Abro.

Su mirada está frente a mí, tiene gotas de sudor en su frente y su respiración está agitada.

—¿Estás bien?

—No. Necesito hablar contigo.

Lo invito a pasar, esta vez no lo llevo a mi habitación y prefiero sentarnos en la sala para que él estabilice su respiración.

—¿Quieres un poco de agua?

—Sí.

—Enseguida vuelvo.

Me dirijo a la cocina. Lleno un vaso de agua. Busco el botiquín de primeros auxilios y vuelvo a la sala. Sus pupilas parecen brillar cuando me ve y no me siento incómodo al estar con él.

Le ofrezco el vaso de agua.

—¡Gracias! —Comienza a beber.

—¿Qué te pasó en las manos? Tienes los nudillos abiertos, ¿peleaste?

Saco el alcohol en spray, algodón y una pomada para la cicatrización.

—Necesitaba sacar mi frustración.

—¿Y lograste desahogarte?

—No mucho.

Me siento a su lado, no le pido permiso y agarro su mano izquierda. ¡Nuestros tactos se unen! Siento que tiene la piel tibia, la sangre está por secarse. Rocío alcohol sobre el algodón, limpio los nudillos y coloco pomada con un aplicador.

—¿Qué querías desahogar?

—¿De verdad quieres saber?

—Entonces no te hubiese preguntado si no me interesara saber, ¿no crees?

Dejo su mano, comienzo a guardar el alcohol.

—Nad —esa fue la primera vez que me llamo de esa manera.

—¿Sí?

—¿Puedes darme un abrazo?

A mi mente viene esa escena de la cafetería, Jenny está a su lado. Ella lo toma de las mejillas y plasma sus labios sobre él. ¡Cierran los ojos! Y yo como bobo mirando.

—Estamos sentados, no creo que eso sea posible.

Se levanta, da unos pasos, se pone enfrente de mí y se hinca. ¿Su mirada está triste? Percibo cansancio y frustración en sus pupilas, parece indefenso y entonces, soy yo quien lo envuelve en un abrazo. Hago que su rostro anide en mi pecho, sus brazos me rodean la espalda  su cabellera me acaricia la nariz. ¿Por qué necesitamos abrazos cuando tenemos el alma rota?

—¡Perdóname! —Se anima a decir.

—¿Por qué me pides perdón?

—Tengo novia.

—¡Lo sé!

Él se aleja de mi pecho y hacemos contacto visual, mis manos están detrás de su cuello.

—Yo me olvidé...

—No tienes que darme explicaciones, no te las he pedido.

—Pero...

—Me gusta que me hagas sentir cosas cuando me tocas, pero tú y yo no somos nada. Tú no me perteneces y yo no te pertenezco. Estuvo mal que olvidaras a tu novia, eso sí no es bueno y no podré entenderte porque no sé qué es lo que realmente sientes.

—¡Me atraes!

—No olvides que eres un gánster. Esos tipos regularmente siempre andan loqueando con mujeres. ¡No seas así! Aunque claro, yo no soy una mujer.

—¿No estás molesto?

—Sí estoy molesto, pero ¿qué gano yo con gritarte o golpearte si en este momento estás vulnerable?— ¿Qué tanto esconden estas pupilas que me miran con lluvia? Siento la necesidad de acariciar su rostro, acaricio su cabello y de forma natural, me nace darle un beso en la frente—. ¡Seamos amigos! Tú el mafioso y yo el romántico.

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