“Los ojos de la luna”
Luan era una sombra entre las luces del hospital, atrapado en un silencio que parecía infinito. Su mirada, profunda como el cielo nocturno, no buscaba respuestas; solo cargaba el peso de una vida rota. De día, observaba el sol desde su camilla, su luz cálida y lejana le recordaba los momentos felices que alguna vez tuvo. De noche, encontraba consuelo bajo el manto de la luna, su diosa, la única que parecía comprender su soledad.
La vida de Luan había sido un camino lleno de espinas. Abandonado por el amor de sus padres, víctima de abusos y tragedias, su niñez fue un infierno del que apenas logró escapar. A los 18 años, huyó de la casa que lo encadenaba y encontró un respiro trabajando en un bar. Allí conoció a Javier, su salvador, su amor, el hombre que le mostró que la felicidad era posible. Juntos construyeron una vida, incluso llegaron a ser padres, y por un tiempo, Luan pensó que había vencido a su destino.
Pero la felicidad no le duró. Su padre regresó como una sombra del pasado para arrancarle todo: mató a Javier y dejó a Luan en un abismo de dolor. Desgarrado, sacó fuerzas de su hijo, su pequeño milagro, quien se convirtió en su único motivo para seguir luchando. Sin embargo, la vida volvió a golpearlo cuando su bebé falleció en sus brazos. Lo único que pudo ofrecerle fue una última sonrisa mientras le cantaba la canción que su padre le compuso alguna vez: “Luna”.
Ahora, en el hospital, Luan vive entre recuerdos que lo atormentan y una soledad que lo consume. Cada noche, sale a caminar bajo la luna, la única testigo de su historia, y le canta suavemente, como si su voz pudiera alcanzar a los que ya no están. La luna no solo es su confidente, es su diosa, la luz que lo mantiene vivo en un mundo que lo ha dejado completamente solo.
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