ONE LAST TIME

ONE LAST TIME

YO TE MALDIGO

Convencido del amor que sentía por Rebecca Bonnes, Edward Edevane caminó hacia el altar donde iba a esperar a su futura esposa vestida de blanco y con un ramo de flores entre sus manos. Sonriente y con el corazón acelerado miró hacia las puertas de la iglesia cuando la melodía de entrada anunció la llegada de la radiante novia.

La música se detuvo de golpe y los invitados comienzaron a murmurar. Un hombre de mediana edad, vestido de civil, entró en lugar de la novia para anunciar que ella había huido lejos, dejando para Edward un mensaje en una antigua grabadora:

"Querido Edward, sé cuánto esperabas este momento. Tengo que admitir que en alguna parte de esta locura yo también llegué a sentir la ilusión de caminar hacia el altar vestida con un ridículo atuendo cliché. Tú me conoces mejor que nadie y sabes de sobra que este tipo de espectáculos no son lo mío, al igual que una vida monótona como ama de casa, madre y esposa. Me duele romper tu corazón. También sé que eres un hombre muy fuerte y que vas a superar este obstáculo más pronto de lo que esperas. Para cuándo escuches este audio, ya me habré ido muy lejos. No me volverás a ver..."

—¡Paren ya con esa estupidez! —gritó enfurecida la señora Edevane, lanzando una mirada fulminante a la desconcertada madre de la novia—. ¡Atrapen a ese hombre! —exclamó apuntando con el dedo al hombre de la grabadora.

Mil dólares no valían lo suficiente como para ser masacrado por la ofendida familia del novio plantado. De inmediato pegó la carrera, soltando la grabadora que se partió en dos al golpear el suelo.

—¿Qué significa esta gran ofensa, señora Bonnes?

—Lo siento señora Edevane, nosotros no sabíamos nada al respecto —se disculpa avergonzada. En realidad no sabía nada al respecto.

La madre de la novia salió casi corriendo en busca de su fugitiva hija. El señor Bonnes llegó solo a la iglesia, con el rostro empapado de preocupación.

—¿Dónde está Rebecca? —inquirió la madre, pálida de la impresión.

—Entré a la habitación donde ella y sus damas de honor se terminaban de preparar para salir hacia la iglesia, y cuando entré, la ventana estaba abierta y en el espejo una nota escrita con labial que decía: lo siento —aseguró consternado.

—¡Pero si yo la dejé lista para salir contigo! Me pidió que me adelantara para estar lista en la primera fila.

Edward quedó petrificado a un costado del altar, sin si quiera parpadear.

—Ves, te lo dije, pero nunca haces caso. Te dije que ambos estaban muy jóvenes para contraer matrimonio. ¿De qué te sirvió tratar de copiar las tonterías inmaduras de Richard? —reprochaba la señora Edevane a su devastado hijo—. Esa mocosa no es de nuestra clase, era de esperarse que hiciera una vulgaridad como esta.

—¿Edward, te encuentras bien? —preguntó Richard, sacudiendo su mano izquierda frente al rostro de Edward.

Taylor, la esposa de Richard, le dió un fuerte abrazo a Edward. Fue entonces cuando volvió en sí para desmoronarse en llanto.

Los padres de Edward desaprobaron desde el inicio su decisión de contraer matrimonio con una chica de clase media que, además, apenas había cumplido los dieciocho años de edad. Era una locura, una barbaridad que un par de jóvenes adquirieran una gran responsabilidad que es para adultos.

La madre de Edward pensaba que Richard era una mala influencia para su hijo debido a que parecía que ambos hacían lo que el otro hacía. Richard recién se había casado con Taylor, también con dieciocho años de edad cada uno. Lo suyo parecía ser un amor eterno, aunque todos los demás vociferaban que su matrimonio se había llevado a cabo debido al embarazo de Taylor.

La repentina desaparición de Rebecca causó un enorme impacto emocional en el pobre de Edward, quien decidió que la vida ya no tenía sentido si ella. Su depresión lo llevó casi al borde de la muerte. El abandono de su novia, sumado a las duras críticas de la gente que los rodeaba, pulverizó el corazón de un hombre noble y amoroso que solo soñaba con tener su propia familia a lado de la mujer que amaba.

Se postró en una cama durante meses, llorando y maldiciendo su desgracia. La universidad, sus metas y su vida se fueron por la cloaca. Ni amigos ni familiares conseguían hacerlo entender que tenía una vida prospera por delante.

Siendo el único hijo varón de la familia Edevane, esto resultó ser una tragedia para sus padres. Él era el futuro de la empresa, el sucesor y heredero de una importante marca.

—Por favor, hermano, me duele verte así. Han pasado cinco meses desde que Rebecca se fué, ya es tiempo de que intentes hacer tu vida de nuevo. Ella no valía la pena, afuera hay mujeres que si lo valen.

—¿Con qué derecho me dices esto? Tú tienes a Taylor y en menos de dos meses nacerá tu hija, eres felíz, lo tienes todo, ¿y yo qué tengo? Un corazón destrozado y ganas de querer morir.

—Vine para hacerte una promesa. Juro que haré hasta lo imposible por encontrar a la mujer de tus sueños allá afuera. Solo tienes que salir de aquí y levantarte. He visto a tu madre llorar. He visto a tu padre lleno de rabia, buscando una manera de vengarse de la familia Bonnes. Imagínate que tu padre estalla de desesperación y comete una imprudencia que puede desgraciarles la vida a ti y a ti madre. ¿Te gustaría eso?

Edward negó con la cabeza, analizando lo que Richard le decía. Se encerró tanto en su mundo oscuro y frío que no se detuvo a pensar en sus padres ni en sus amigos ni en su familia. Sí, amaba a Rebecca con todas sus fuerzas, aunque de pronto dejó de tener tanto valor una mujer egoísta que solo jugó con él. Su etapa de duelo estaba llegando al siguiente nivel: el enojo. Ahora ese gran amor que sentía por ella se convirtió en odio y desprecio.

Se limpió las lágrimas y se puso de pie, dispuesto a olvidarse de ella para continuar con su meta de volverse un empresario exitoso al igual que su padre, al igual que su abuelo y su bisabuelo.

—Yo, Edward Edevane, prometo que nunca nadie más se va a burlar de mí. Juro también que algún día vendrá de rodillas, arrepentida de haber dejado ir a un hombre que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ella. Nadie la amará como yo la amé. ¿Escuchaste bien, Rebecca? Yo te maldigo en este momento, nunca serás feliz. Pensarás en mí en cada momento de desesperación, en cada caída y fracaso —gritó derramando el último par de lágrimas que le quedaban a sus ojos hinchados y tristes.

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