Elena, mi morena hermosa.

...Pov Elena....

¿Qué Karma estaré pagando?

No puedo creer que Ivanov me haga esto. Maldición, no necesito un jodido guarda espaldas. Cuando vi la mesa, inmediatamente me di cuenta de las intenciones de Rafael, y aunque él es un hombre atractivo, no es de mi gusto, pero aun así no necesito que Ivanov, piense que debe pegarse a mí, y lo peor es que no entiendo su actitud, parece que siente algo por mí, pero luego sus acciones son contradictorias, esto no es sano.

— Elena, ¿sucede algo? Te has elevado. — Es la voz de Rafael sacándome de mis pensamientos.

— No, no es nada ¿Podemos irnos? — Realmente esta cena fue todo, menos agradable.

— Sí, considero que es lo mejor, yo te llevo. A menos que Rafael tenga algún inconveniente en ello. — Agrega Ivanov.

— No, no hay inconveniente. — Responde Rafael en tono cansino.

— Gracias Rafael, eres muy amable, la próxima vez yo invito. — Trato de brindarle una amable sonrisa.

— De eso nada, la próxima invito yo. — Una vez más Interviene Konstantín.

— Adiós. — Susurro en el oído de Rafael mientras beso su mejilla.

— No te preocupes es un tonto, ególatra, ya habrá otra oportunidad. — Responde igual.

— Una vez más, gracias. — Dice Ivanov mientras me toma de la mano y tira de mí hacia el exterior. — Ya estando fuera nos dirigimos hacia su auto, veo la intención de abrir la puerta para mí, pero me apresuro y subo antes de que lo haga.

Sube también y pone el auto en marcha.

— ¿No vas a decir nada? — Pregunta después de un largo silencio.

— ¿Qué quieres que diga?

— ¿No estás molesta? — Decido no responder a su pregunta.

Después de un rato vuelve a hablar.

— Es un mujeriego de lo peor.

— No me importa.

— ¿No te importa que jueguen contigo?

— Para que juegue conmigo, hace falta que yo lo permita, no es la primera vez que un hombre se acerca con segundas intensiones y siempre he sabido como pasar de ellos, sola, porque siempre he estado sola, y lo último que necesito es que alguien me deje en ridículo.

— Yo lo siento... pero el solo hecho de verte e imaginar que él puede...

— ¿A qué juegas?

— ¿Qué?

— Dilo de una vez, porque no voy a tolerar que creas que tienes algún tipo de derecho sobre mí.

— No estoy jugando. — Lo miro con el señor fruncido y algo incrédula. — Lo que dije esta mañana no es cierto, aunque traté de convencerme a mí mismo, no lo es... Estoy muriendo por ti, yo... te necesito... ¡Maldición! No puedo ser tu amigo, aunque quisiera acercarme fingiendo serlo, mi cuerpo te reclama, mis labios ansían los tuyos, eres una jodida adicción. Pero no puedo alejarme, ya no quiero hacerlo.

— Por favor, no me vengas con eso, ¿lo mismo le decías a la chica de esta mañana?

— Ese es otro malentendido, entre ella y yo no hay nada.

— Claro lo mismo paso conmigo y ahora soy un bonito recuerdo.

Ivanov, se hace a un lado de la carretera y detiene el vehículo.

— No eres un recuerdo, para eso debería haberte dejado en el pasado. — Toma mi mano y la lleva a la altura de su corazón. — ¿Lo sientes?, se desboca por ti, eso te hace parte de mi presente. ¿Qué tengo que hacer para que me des una oportunidad?, solo una, por lo que más quieras. — Dice en tono de súplica.

— No puedes, ni tienes que hacer nada. — Tomo su mano libre y la llevo a mi corazón. — También se desboca por ti.

— Elena, mi morena hermosa. — Lleva sus labios hasta juntarlos con los míos, en un beso suave, sin prisa. No puedo negar que siento, miedo, mucho miedo, pero no puedo ir en contra de lo que él me hace sentir.

— Las cosas no son así de fáciles. — Le digo separándome de él.

— Lo haremos a tu ritmo, voy a ganarme tu amor. — Habla juntando nuestras frentes, mientras acuna mi rostro entre sus manos.

— ¿Y si no puedo?

— Yo me haré cargo de que lo hagas. No seré tan idiota como para perderme de tenerte y sentirte mía una vez más.

— Eso es algo más que debes entender, no soy tuya ni de nadie y no puedes reaccionar así cada vez que otro hombre se me acerque. — Ambos reímos.

— Debes admitir que fue gracioso.

— Sí, lo fue. — Volvemos a reír.

— ¿Viste su cara cuando tome la silla?

— Eres un crío.

— No, no lo soy.

— Pero actúas como tal.

— Un efecto secundario de estar cerca de ti.

— ¿Debo asumir que la culpa es mía? — Se encogen de hombros dando a entender que en efecto soy la culpable de sus niñerías. — Eres imposible.

— ¿A dónde vamos? — Pregunta mientras enciende el motor.

— ¿Qué tal si me llevas a cenar?, con el numérito de ahorita, apenas y probé bocado.

— ¿Hamburguesa?

— Hamburguesa.

Quien diría que después de todo este tiempo caminaría por las calles de Rusia, mientras como hamburguesa y río junto a Konstantín Ivanov.

— Estos zapatos me están matando. — Comento algo dispersa.

— No entiendo como te torturas de esa manera. Sube a mi espalda.

— Ni lo sueñes.

— Hazlo o te subo a mi hombro y con ese vestido no creo que sea conveniente. — Lo observó y veo la decisión en su mirada.

— De acuerdo. — Digo en tono apenado, él se coloca en cuclillas y me quita los tacones.

— Toma. — Me los entrega, luego me da la espalda y se inclina para que yo suba en ella. Así continuamos caminando sobre la avenida.

Después de un rato llegamos a un parque donde hay unas banquetas, nos sentamos tomados de la mano y en completo silencio.

— Ivanov...

— Dime.

— ¿Me regalas un algodón de azúcar? — Él sonríe y se acerca donde el vendedor, luego lo veo volver con dos de los más grandes, y es que son enormes, debería ser un delito consumir tanta azúcar, me entrega el mío que es de color rosado, y rápidamente lo como todo, al terminar, el suyo aun está entero.

— ¿Te lo vas a comer? — Él sonríe ampliamente.

— ¿Quieres más?

— Solo si no lo vas a comer.

— Puedo dártelo, pero quiero algo a cambio.

— ¿Qué quieres? — Acerca el algodón a mis labios y cuando lo voy a morder lo hace a un lado.

— Esto. — Nuevamente, me besa y yo caigo rendida una vez más ante los encantos de Konstantín Ivanov.

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