¡Emociones!

Esa noche no pude conciliar el sueño, pensaba si en verdad escuché eso o lo imaginé. Tenía mis dudas, porque vamos a estar claros,

¡la luna no habla! Sin embargo, en el fondo de mi alma abrigaba la esperanza de que fuese así.

Como no podía dormir, salí a la cubierta, levanté la vista al cielo, y aún brillaba una redonda y hermosa luna llena, embelesado ante semejante belleza, la seguí observando por mucho rato más, entonces, me arrodillé, y llorando prometí que nunca más en mi vida cometería el error de pedir un deseo, me sentía muy mal, y además arrepentido, y que deseaba por sobre todas las cosas volver con mi adorada familia que extraño tanto. Continúe llorando por mucho rato más, después volví al camarote. Pero una duda atormentaba mi alma,

¿Cómo voy a llegar mañana a mi casa, si estamos en alta mar? — Bueno, no debo perder la fe.

Al despuntar el día fui uno de los primeros en levantarme, y luego de lavar la cara y los dientes, salí a la cubierta donde el capitán y los marineros ya se encontraban en su faena diaria. Colaboré con ellos en todo lo que pude. En eso el capitán dijo algo que hizo revolotear mi corazón:

—«A mediodía estaremos en Tierra firme»

¡Quuéééé! — exclamé con emoción.

¿Entonces si será cierto que hoy estaré en mi hogar?

Efectivamente casi a la una de la tarde estábamos entrando a puerto, permanecí todo el tiempo en cubierta, y así poder divisar a lo lejos tierra firme.

A medida que nos acercábamos mi emoción era tan fuerte que mi corazón palpitaba aceleradamente, sabía que al bajar del barco ya no los volvería a ver, así que aproveché para despedirme de todos, y agradecer lo que hicieron por mí. Ninguno entendía por qué no me quedaba allí permanentemente, ya que siendo un niño sin familia, que mejor que seguir con ellos, les sonreí, y con mi pequeña mano le estreché las suyas a manera de despedida. Luego caminé hasta donde estaba mi querida virgencita, la abracé y le dije que le había mentido, que sí tenía familia y que esperaba reencontrarme con ellos hoy mismo, sonriendo me abrazó y me dijo:

—Lo sabía mi niño, solo quise respetar tu silencio, pero tranquilo no pasa nada, en estos dos meses que has estado con nosotros, te he tomado muchísimo cariño, así que esta amistad nuestra no se termina aquí. Entonces me dió una tarjeta con los números de teléfonos de ella y del capitán, y también un dinero el cual no quise tomar, sin embargo casi que me obligó alegando que sería de utilidad para cancelar el boleto del autobús. Bueno, lo recibí, pensándolo bien quizás es cierto lo necesitaría para el pasaje. Nuevamente me abrazó, y una vez más vi lágrimas en sus ojos. Le dije "nos volveremos a ver"

Ya en tierra firme los volví a mirar, y agitando mi mano me despedí para siempre, sentía sentimientos encontrados en ese momento, por un lado, la tristeza de dejar a estas maravillosas personas que hicieron tanto por mí en los momentos en que más necesité cariño y apoyo, y por otro lado la emoción de que pronto me reuniré con toda mi familia qué estarán preocupados por mí, o pensarán que estoy muerto. Llegué a una plaza donde varios buses se dirigían a diferentes rutas. Entonces veo un letrero que dice: ,«Directo a Montepinar» alegre pienso que ese va para mí vecindario, rápidamente entro y pago de una vez, agradecí a mi virgencita que me dió el dinero para cancelar el pasaje.

Me senté del lado de la ventana e iba observando todo mientras el bús se desplazaba por la avenida. Hubo un momento en qué algunos lugares se me hacían familiar, y me di cuenta que ya estaba llegando. Sín embargo inevitablemente una punzada de angustia me llega a mi corazón al recordar que la última vez que estuve allí, mi casa no estaba donde siempre, y en su lugar había comercios, y si sigue siendo así, entonces ¿Qué haré?

Unos minutos después, me estoy bajando del transporte público entonces observo super emocionado a mi alrededor

Me quedo atónito viendo el lugar.

Abro completamente los ojos y exclamo a todo pulmón.

¡No puede ser!

sorprendido salgo corriendo y gritando como loco

¡Es mi casa, es mi casa!.

Tropecé con algunos vecinos que extrañados me miraban.

Seguí corriendo hasta que me detuve, y con el corazón que casi se me salía del pecho por la emoción, toqué insistentemente varias veces, oigo la hermosa voz de mi madre decir:

«Ya voy, ya voy»

en lo que abrió la puerta me miró y me dijo de manera tan normal:

—Bueno — ¿y es que te vienen persiguiendo?

—¿Por qué tocas así?

Solo miré lo hermosa que estaba, y le dije:

Mami, mírame soy yo — ¡tu hijo querido!

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