El ajetreo en casa de la familia Wellington empezaba todos los días muy temprano por la mañana. Con un delicado beso de buenos días y una suave caricia al vientre hinchado de su esposa, el Dr. Carl Wellington iniciaba así una jornada más de labores.
Con una sonrisa en el rostro y con muy buen estado de ánimo a pesar de su avanzada gestación, Helena salía de la cama directamente a levantar a sus pequeños hijos para vestirlos y llevarlos a la escuela.
Y es que a sus escasos 29 años Helena era la orgullosa madre de una hermosa niña de 6 años, de un inquieto pequeño de 3 y dentro de pocas semanas se sumaba a la familia una nena a quien por nombre pondrían Alicia. Para sus anteriores vecinos, en el sector de la Quinta Avenida en pleno corazón de la ciudad de New York, tener tres hijos era todo un escándalo. ¿Quién en su sano juicio tendría tres niños con menos de 30 años? Lo cierto es que ni a Helena ni a Carl les importaban los comentarios. Por su profesión Carl adoraba a los niños y a Helena no le incomodaba tener una familia numerosa.
A pesar de su excelente cargo de jefe de pediatría en el New York Presbyterian Hospital, el Dr. Wellington decidió marcharse de la gran manzana en busca de un lugar más tranquilo para su esposa e hijos. Después de investigar a fondo todos los pro y contras de aquella radical decisión y apoyado por su familia, atravesaron todo el país radicándose así en el pequeño pueblo de York. Su vida era un tanto sencilla en su nueva casa, el Dr. Wellington consiguió un modesto trabajo en el hospital de la localidad y su esposa ofrecía trabajo voluntario en el área de guardería del hospital tres veces por semana durante las mañanas cuando sus pequeños hijos estaban en la escuela.
- A levantarse pequeña señorita - susurró con voz cantarina Helena mientras abría las cortinas de la habitación de Elizabeth. La pequeña niña solo se cubrió el rostro y sonrió. Helena se sentó en la cama y dejándole un beso en la frente de la pequeña removió las cobijas para hacerle cosquillas.
- ¡Cosquillas no mami! - dijo entre risas entrecortadas la niña.
- ¡Entonces a levantarse! - Respondió su madre poniéndose de pie - Voy a ayudar a papá con el desayuno. Ayúdame con Edward - le pidió.
- ¿Por qué debo hacerlo yo? - frunció el ceño en clara muestra de fastidio. Su madre apartó de su rostro un par de mechones rubios y sonrió.
- Porque mamá te lo pide, así que… ¡Vamos! - La ayudó a salir de la cama y a colocarse las pantuflas - Tu ropa queda sobre la mesita del té junto a las muñecas, en unos minutos sube papá para ayudar a vestir a tu hermano - le dijo mientras caminaba hasta el vestidor y abría los cajones de calcetines.
Elizabeth asintió de mala gana y salió de la habitación con rumbo a la de su hermano. Abrió la puerta con fuerza y vio que el pequeño todavía estaba atrapado en los brazos de Morfeo. Su cabello cobrizo estaba completamente desordenado y sus almohadas de Spiderman estaban en el piso junto a un biberón vacío.
- Tan grandote y todavía usa el biberón - refunfuñó la pequeña Elizabeth. Caminó hasta la ventana y de súbito abrió las cortinas haciendo que los primeros rayos de sol golpearan el rostro del adorable niño haciéndolo sonrojar de inmediato.
Se escuchó un bufido de parte de él y enseguida se volteó para cubrir su rostro de la luz del sol. Su hermana negó y sin pensarlo dos veces subió a su cama y comenzó a saltar sobre ella. El pequeño se removió incómodo y tomando una pequeña mantita se cubrió.
- ¡Levántate! ¡Levántate!… ¡Levántate! - gritaba su hermana mientras brincaba con fuerza rebotando sobre el colchón
- No quiero escuela - susurró con voz adormilada el pequeño Edward.
- A papá no le va a gustar escuchar eso - dijo Elizabeth bajándose de la cama y caminando a la puerta.
- No quiero escuela - volvió a susurrar el pequeño antes de volverse a dormir.
Abajo en la cocina la actividad era intensa, Carl preparaba el desayuno para sus hijos mientras Helena alistaba un pequeño snack para Edward. Si bien era cierto que en la escuela pública de Forks les proporcionaban el refrigerio a los niños de kínder, su pequeño rebelde de ojos verdes era algo consentido a la hora de comer. Habían tratado por todos los medios que tomara leche en vaso, pero Edward se rehusaba a dejar el biberón. Su profesora, la maestra Kateryn, aconsejó que no obligarán a Edward a dejarlo ya que sería peor, así que Helena enviaba en una pequeña mochila el biberón junto a otras golosinas como gusanitos de goma y chocolatitos en forma de balón.
El menú para el desayuno de esa mañana era el preferido de todos en casa: Pancakes. Carl y Helena habían aprendido a sincronizarse tan bien en sus tareas matinales que mientras ella servía todo y preparaba la mesa su esposo subía a verificar que sus hijos estuvieran listos para un día de escuela. Carl entró primero a la habitación de Helena y la encontró casi lista, cantando la canción del conejito para amarrar los cordones de sus zapatos. Sonrió complacido al ver lo rápido que su rubia princesa había aprendido a vestirse sola. Caminó por el corredor hasta la habitación de Edward y a pesar de que el lugar estaba completamente iluminado su pequeño campeón aún dormía.
- ¡Arriba pequeño holgazán! - dijo dando dos palmadas con fuerza y sentándose en la cama para quitarle la manta que cubría al niño de pies a cabeza.
- No quiero escuela - repitió el pequeño tapando su carita.
- ¿Ah sí? ¿Y eso por qué? - preguntó con una sonrisa su padre.
- Porque hay una niña que me persigue todo el día papi - se quejó Edward. Su padre revolvió su cabello y sonrió ante lo gracioso de la queja a lo que el pequeño respondió frunciendo el ceño y encogiéndose de hombros - Además, me aburro mucho. No hay aventuras como las de Spiderman.
- ¿Y qué pasaría si esa aventura ocurre hoy y tu estas aquí en cama? Mi campeón se habrá perdido un gran evento - el pequeño rascó sus ojos y vio a su padre sonreírle - Nunca sabes lo que va a pasar en un día de escuela Edward. Así que… ¿Listo para la gran aventura? - lo exhortó su padre, a lo que el pequeño solo asintió y estiró sus brazos para que su padre lo ayude a salir de la cama.
- ¿Y el jovencito aún no está listo? - preguntó Helena al ver a su hijo bajar a toda velocidad todavía en pijamas. Carl, quien venía detrás de él, lo levantó por los aires y lo ayudó a sentarse en una de las sillas de la mesa. Helena negó divertida al ver a sus dos hombres jugar con los tenedores y servilletas. Y es que, a pesar de tener 32 años, Carl aún parecía un pequeño niño que disfrutaba de hacer escándalo en la mesa y jugar con sus hijos desde muy temprano por la mañana hasta que llegaba la hora de dormir.
La pequeña Elizabeth estaba ya correctamente sentada en la mesa a la espera del desayuno y desaprobando el escándalo que tenía su hermano con sus cucharillas plásticas. Haciendo algo de malabares Helena llevó a la mesa todos los alimentos: Pancakes y café para Carl, más pancakes y leche caliente para Elizabeth y un tazón de cereales con yogurt para Edward. Regresó a la cocina y desde allí escuchó la discusión de sus hijos en la mesa.
- ¡Mamá! ¡Otra vez… llegaremos… tarde por culpa de… Edward! - masculló Elizabeth con un pedazo de pancake en la boca.
- No… hables… con… la boca… llena - respondió su hermano con trozos de cereal aun sin masticar en la boca y esbozando una gran sonrisa.
- ¡Mamá! - volvió a quejarse Elizabeth. Edward solo sacó la lengua sin que sus padres lo notaran causando otra rabieta de parte de Elizabeth.
Helena reprimió una sonrisa mientras regresaba a la mesa y se sentaba junto a su familia. Y es que esa era la rutina de todas las mañanas en la casa de los Wellington: un pequeño dormilón que se quejaba por no querer ir a la escuela, una niña quejándose que llegarían tarde por culpa del primero y los padres de ambos riéndose por verlos pelear.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 249 Episodes
Comments
esterlaveglia
lindos 🥰
2024-04-14
0
Ali
hermosa familia
2023-08-08
1