En el corazón de una ciudad corporativa implacable, donde los rascacielos se erigían como fortalezas de ambición, vivía Kai, un joven diseñador gráfico de veinticinco años. Era tímido, apasionado por su arte y había luchado mucho para llegar a una empresa prestigiosa como Vanguard Corp. Allí conoció a Alex, el carismático heredero de la compañía, un hombre de treinta años con una sonrisa que desarmaba y ojos que prometían el mundo.
Todo empezó en una reunión de equipo. Alex, como jefe directo de Kai, lo elogió por un proyecto innovador. “Tienes un talento único”, le dijo una noche, mientras compartían una cerveza después de horas extras. Kai sintió un cosquilleo en el estómago, algo que nunca había experimentado con tanta intensidad. Alex era heterosexual, o eso decían los rumores, pero sus miradas prolongadas y sus toques casuales decían otra cosa.
Pronto, las noches de trabajo se convirtieron en cenas secretas. Alex confesó que siempre había reprimido sus sentimientos por hombres, pero con Kai era diferente: “Tú me haces sentir vivo”. Se besaron por primera vez en el ascensor privado de la oficina, un beso urgente y lleno de promesas. Su romance floreció en las sombras: paseos nocturnos por la ciudad, fines de semana robados en un apartamento discreto, cuerpos entrelazados que exploraban un amor prohibido y ardiente.
Kai se entregó por completo. Confió en Alex sus inseguridades, sus sueños de independizarse y crear su propia agencia. Alex lo apoyaba, o eso parecía. “Juntos podemos conquistar todo”, le susurraba mientras lo abrazaba después de hacer el amor.
Pero la traición acechaba. Vanguard Corp estaba en una guerra corporativa con una empresa rival, Helix Designs. Kai, sin saberlo, había sido contratado justo cuando Alex necesitaba información interna. Una noche, revisando archivos en la computadora de Alex mientras él dormía, Kai encontró un correo electrónico devastador: Alex había estado filtrando ideas de Kai a Helix, sabotajeando proyectos internos para hacer parecer incompetente al equipo y justificar una fusión que beneficiaría solo a su familia.
El corazón de Kai se rompió en mil pedazos. Recordó cómo Alex lo había animado a compartir sus conceptos “para mejorarlos juntos”. Todo era una mentira. Alex lo había usado como peón en un juego de poder, seduciéndolo para ganar su confianza absoluta.
Al confrontarlo, Alex no lo negó. “Era negocio, Kai. Al principio sí, pero luego… lo nuestro se volvió real. Te amo, de verdad”. Sus ojos estaban llenos de lágrimas, pero Kai solo vio frialdad. “El amor no traiciona”, respondió Kai, con la voz quebrada. Se fue esa noche, dejando atrás el apartamento que habían compartido en secreto.
Meses después, Kai fundó su propia agencia con el dolor como motor. Se convirtió en un éxito rotundo, robando clientes a Vanguard. Alex, arruinado por el escándalo cuando Kai filtró las pruebas anónimamente, lo buscó una última vez.
En una gala de la industria, se encontraron. Alex, demacrado, le suplicó perdón. “Fui un idiota. Perdí todo por mi ambición, pero lo que más duele es haberte perdido a ti”. Kai lo miró, el viejo amor aún latiendo débilmente bajo capas de resentimiento. “¿Puedes perdonarme? ¿Podemos intentarlo de nuevo?”
Kai dudó. El romance había sido intenso, real en parte. Pero la traición dejaba cicatrices. Tomó la mano de Alex, no para reconciliarse, sino para cerrar el capítulo. “El amor sin confianza es solo una sombra”, dijo. Se alejó, dejando a Alex solo bajo las luces brillantes.
Años más tarde, Kai encontró a alguien nuevo, alguien que lo amaba sin máscaras. Pero en las noches solitarias, recordaba aquellos besos robados y se preguntaba si alguna vez el verdadero amor podía sanar una traición tan profunda.