Miriam es una pequeña que sueña con convertirse en una gran patinadora sobre hielo, su madre la mira con cariño, la apoya e inclusive, está ahorrando para pagarle sus clases. Su corazón se conmueve con cada acción de su hija.
Su familia es de escasos recursos, pero aún así Cristina logra conseguir el dinero para su hija.
Cuando va a la institución a pagar las clases de patinaje de Miriam, son recibidas con miradas de burlas y desprecio por parte de la mayoría de jóvenes, niños y familias de ricos. Con la frente en alto, postura erguida y sin perder su brilla, ambas, madre e hija llegan a la oficina, el director los recibe con una sonrisa y amabilidad, se presentan y realizan sin ninguna molestia el trámite de inscripción.
El tiempo transcurre entre burla, admiración, determinación, valentía y esfuerzo.
Miriam logra muchos avances y logros, sus amigas, su director, pero sobretodo su madre, quién agradece y llora de alegría por ver a su hija cumplir sus sueños y metas.
Siempre hay un "Pero"
Miriam queda en el primer puesto para participar por televisión, frente a personas importantes que harán que el ganador sea reconocido.
La emoción es grande, al igual que la envidia.
Tarde, el mismo día de la presentación, frente a miles de espectadores, con Miriam llevando su patinaje en la mitad, su director llega agitado, con el rostro pálido y un teléfono en mano. En medio de todo grito el nombre de si alumna.
El corazón de Miriam da un vuelco al contestar la llamada.
Los presentes observan espectados, algunos preguntan por la interrupción, pero aún aún los jurados observan a Miriam y ven su expresión.
Del otro lado, un doctor da una noticia desastrosa.
"Su madre ha tenido un accidente"
"Perdió mucha sangre"
"Antes de morir le dejo algunas palabras"
¿Qué somos sin nuestras madres? ¿Qué somos con la única persona con la cual nos sentimos reconfortados? Con nuestra persona favorita, con la persona que cada vez que llegamos de algún lugar lo primero en hacer es abrazarla y preguntarle cómo está. Padre, madre, hermano, hermana, esa persona con la cual nos sentimos en paz.
Miriam cayó al suelo, las lágrimas rodaron por sus mejillas, su rostro desprovisto de color, sus labios morados, su cuerpo tembloroso.
Miriam se derrumbó en la pista de patinaje, lloró con amargura, apretando el celular contra su pecho, sus nudillos estaban completamente blancos por la presión.
Lloró frente a miles de personas.
Pero nada era importante, no había porque sentir pena. Llorar a tu madre no es ninguna vergüenza.
Luego, se levantó, sí, se levantó con la frente en alto, justo como su madre le decía. No canceló. Cambió los anteriores pasos, se secó el rostro y bailó por su madre.
Cada paso era una descripción a Cristina.
A cada tiempo juntas, cada sonrisa, el esfuerzo de su madre.
Cristina le llamó a sus movimientos. Porque Cristina fue cada esfuerzo y logro que tuvo y tendrá.
Todo termina con las palabras de su madre:
«Hija mía, mi pequeña valiente patinadora. Mamá siempre te amará sin importar en dónde esté, lamento no haber podido llegar a tu presentación, pero así el destino lo quiso.
No te detengas con tus sueños.
Recuerda que mamá te ama.»