Me duele ver la frialdad con la que te vas cada mañana; me duele ver cómo te alejas más y más. La incertidumbre sobre la verdadera razón del cambio me atormenta día con día. ¿Acaso es por otra persona? Tal vez los encantos de otra mujer llamaron su atención, rompiendo en su camino todo lo que habíamos construido. O tal vez es por nosotros; puede ser que lo que construimos no sea tan fuerte como pensábamos.
Lo importante ahora es que se acabó, que estoy a la espera de que corte la última cuerda que mantiene nuestras vidas unidas, porque sinceramente me duele demasiado hacerlo yo. Una parte de mí todavía anhela que todo esto sea un malentendido, que estuviera planeando algo y por eso se mostrara tan distante… un viaje para ambos, un ascenso en su trabajo… una boda, lo que sea.
Solo quiero que llegue a casa con flores en la mano y una sonrisa de oreja a oreja, que me dé buenas noticias y se disculpe por estar ausente. ¿Pero cuándo fue la última vez que lo vi sonreír así? Tal vez hace más de un año ya, en nuestro aniversario número veintidós. Le regalé una figura que está descontinuada desde hace años; la había tenido de niño y era, tal vez, lo que más le recordaba a su padre. Primero fue el shock al verla, después esa sonrisa que hacía que pareciera un niño, y por último unos ojos empapados que no alcanzaron a llorar.
Tal vez si hubieran existido más momentos así, no estaríamos por acabar veintitrés años de relación. Tal vez la que descuidó todo primero fui yo, pero él no dijo nada. Si hubiera sido así, debió intentar algo, no solo dejar que la relación empezara a morir hasta llegar a este punto. Aunque yo tampoco hice nada, tal vez eso fue lo que permitió todo esto. Pero ya no más; hoy, al pasar él por esa puerta, toda esta incertidumbre debe acabarse; reconstruir nuestra vida o acabarla por completo.