La lámpara en la ventana
En el borde de un pueblo olvidado, había una casa que siempre parecía estar despierta. Su única habitante, una anciana de cabello plateado, encendía cada noche una lámpara y la dejaba brillar en la ventana.
Los vecinos le preguntaban por qué lo hacía, y ella siempre respondía lo mismo:
—Es para guiar a mi hijo. Él prometió volver, aunque el mundo lo haya olvidado.
Con el paso de los años, muchos se acostumbraron a esa luz, como si fuera una estrella fija en la tierra. Algunos decían que era un gesto inútil, otros pensaban que era un acto de fe que sostenía la memoria del pueblo entero.
Una madrugada, sin previo aviso, la lámpara se apagó sola. La oscuridad sorprendió a todos, pues nadie recordaba haber visto esa ventana sin luz. Cuando fueron a buscar a la anciana, encontraron la casa vacía, la cama intacta y el silencio más profundo.
Al amanecer, los más valientes siguieron un rastro en el camino de tierra. Había huellas frescas, dos pares: unas pequeñas y desgastadas, otras firmes y más grandes. Caminaban juntas, alejándose del pueblo.
Desde entonces, nadie volvió a ver ni a la anciana ni a la lámpara. Pero cada vez que alguien se pierde en el camino, jura ver a lo lejos una luz cálida que lo guía de regreso.