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Lo que leerás a continuación es puramente ficción, no pasó de verdad. Los personajes, nombres, lugares o acontecimientos no están relacionados con la realidad, todo salió de mi mente.
Las acciones o pensamientos de los personajes no deben ser tomados como ejemplo.
Encontrarás contenido sensible no apto para personas sensibles.
Lee bajo tu consentimiento.
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Ese día me sentí así: basura.
Bueno, solo la mayor parte del tiempo.
Sucedió un viernes.
Llovía bastante. Algo normal en mi ciudad.
¿Que cuántos años tengo?, descuida, cuando se trata de rubbish la edad pierde importancia. No existe una edad en la que te conviertas en una persona detestable.
Aquél día lluvioso no tenía con quién hablar. Estaba sola.
Vale, exagero. Sí tenía opciones, pero era esos días en los que simplemente no quieres conversar con conocidos. En los que sabes que tu vida está bien pero desearías que no.
Así que digamos que exagero por el bien de la historia.
Rompí hace dos meses con mi novio. Llevábamos medio año saliendo, una relación que no fue nada del otro mundo. Acepté salir con él porque me estresaba ser virgen, y qué mejor forma de deshacerse de tu flor y explorar tu sexualidad que con tu pareja.
Las primeras sesiones fueron emocionantes, después de la segunda vez claro, pero con el tiempo se volvió aburrido. Sabía que el problema no era él, sino yo.
Necesitaba algo que una persona como él no me podía dar.
Desde nuestra ruptura no me interesaron los hombres ni el sexo en general, era como si me hubiesen extirpado el deseo.
Pero, por alguna extraña razón le espíe.
Es mayor que yo. Su rutina es bastante patética. Después de salir de la universidad, trabaja en una tienda de ropa situada dentro de un gran centro comercial, una de varias. Después se va a su casa, un pequeño apartamento en el que vive solo.
Repite lo mismo al día siguiente.
Sí llega a alternar o no, no lo sé. Solo llevo dos días espiándole.
Me llamó la atención porque un día pasé por delante de su edificio y él estaba en la ventana mirando no sé qué desde el piso en el que estaba.
Me pareció tan patético y me dio tanta pena verle, que me pregunté cómo sería ser el centro de su vida.
Sí. Me gusta la atención, y una persona como él puede dármela.
Así que ese día, el día que estaba lloviendo. Decidí ir a verlo.
Él no me conoce, y no creo poder decir lo mismo. Pero da igual.
Los perdedores como él no le pueden decir que no a una chica como yo.
Me puse poca ropa: un vestido estrecho blanco y corto. Sin nada de ropa interior, camufle todo eso bajo un impermeable que me llegaba hasta las rodillas y unas botas.
No llevé mi móvil, ni un bolso.
Sí las cosas salían mal, él tenía las de perder.
Mientras caminaba bajo la lluvia pensé en que estaba mal, irrumpir en la vida de alguien que no me había hecho nada. Pero mandé callar a mis pensamientos diciéndome a mí misma que él tenía la culpa por ser un perdedor.
Por ser más rubbish que yo.
Un chico normal te puede desear, pero un desecho como aquel hombre podría quitarse el alma por tí.
Mientras más me acercaba a mí destino, más ganas tenía de oír las súplicas de ese estúpido.
Llegué a su edificio, y a falta de un paraguas se me había mojado un poco el cabello. El impermeable no cubre todo y nunca se usa solo.
Tenía frío, pero se disipó mientras subía las escaleras del edificio lentamente.
Llegué a su planta, los demás apartamentos del piso estaban desocupados lo cual demostraba que nadie tendría que interrumpir.
Suspiré y esbocé mi mejor sonrisa al llegar a su puerta.
Acaricié los bordes de la puerta sintiendo una corriente eléctrica adictiva en todo mi cuerpo.
Ese inútil de verdad tenía suerte de tenerme aquí.
Pero no lo sabía.
Todavía sonriendo, pulsé despacio el timbre.
Con una sola vez bastó. Para escuchar un "voy" desde Dios sabe dónde.
¿Tan sólo estaba que se apuraba al recibir visitas?
Patético inútil.
Se escucharon pasos acelerados acercándose a la puerta.
Amplíe aún más mi sonrisa.
El acto que me convertiría en una rubbish iba a empezar.
La puerta se abrió y a su vez vino a mi un olor a lavanda, detergente y colonia masculina.
Del interior no salió luz, al revés la luz del vestíbulo entró a la casa.
Frente a mí apareció un hombre con lentes cuadradas, vestido con un chándal gris y una camiseta blanca, pantuflas azules y un olor a detergente. Como mencioné antes.
Un perdedor.
Físicamente no era horrible, estaba en la media de belleza. Pero tras observarlo por dos días llegué a la conclusión de que nunca en su vida había estado con una mujer.
—¿Hola? —preguntó con amabilidad y curiosidad con la mano todavía en la puerta—. No recuerdo haber pedido nada, ¿buscas a alguien?
Seguí sonriendo haciendo contacto visual con sus ojos negros.
Las gotas de agua descendían por el impermeable mojando el suelo.
—¿Necesitas algo? —preguntó otra vez—. ¿Ya es tarde, no deberías estar en tu casa niña?
—No soy una niña.—aclaré todavía sonriendo, a lo que él alzó las cejas.
—Vale —se rindió—. ¿Necesitas algo? Ahora mismo estoy ocupado.
Observé su rostro mientras hablaba, quería empezar con ésto ya. Quería entrar en el proceso.
Así que puse la primera piedra en mi casa de rubbish.
—¿Si te digo lo que quiero me lo darás?
—Depende de si lo tengo, ¿qué es?
Se veía tan ingenuo, tan falto de afecto femenino que quería empezar ya.
No pude controlarme y le hice a un lado para entrar a su diminuta casa.
Él era ordenado, y limpio. Pero seguía siendo un perdedor.
—Ey —llamó siguiéndome a lo que la puerta se cerró, por eso lo aguantaba antes—. No puedes entrar en la casa de un desconocido de esa forma.
Él comenzó a hablar, pero yo ya no le escuchaba.
Me quité el impermeable y las botas delante de sus narices sin él poder hacer nada. Quedé expuesta con mi vestido corto estrecho blanco y el cabello todavía húmedo.
Reducí la distancia entre los dos, él no supo cómo reaccionar, aproveché eso para abrazarle.
Mi cabello húmedo se pegó a su camisa y desde su pecho pude sentir su inútil corazón palpitar desesperadamente.
—¿Qué estás haciendo?
Su voz salió entrecortada.
No respondí cómo él esperaba.
Es más, lo que dije después hizo que su sentido común se suicidase y sus instintos primarios tomasen el control.
—Cógeme. —susurré pegando aún más mi cuerpo al suyo.
La respuesta a aquél susurro fue una rápida erección.
A partir de ahí me dejé llevar.
Se podría decir que yo tomé el control. Como para no hacerlo si él nunca ha estado con una mujer en su puta vida.
Le hice todo lo que había aprendido, le di la mejor experiencia que tendría jamás.
Le di una felicidad efímeramente deliciosa.
Después de correrse una vez más entre mis manos, decidió que había tenido suficiente. Yo también estaba cansada así que apoyé la idea.
¿Te preguntas por si acostarme con un desconocido es lo que me convirtió en una basura? Pues no, eso solo te añade la etiqueta de puta.
Y esa ya la tenía desde antes de mi nacimiento.
Sudada, exhausta y satisfecha. Me limpié su aborrecible descendencia de las manos. Luego me dejé caer desnuda en la cama a su lado. No nos cubrimos con nada, nunca me avergonzó mi desnudez, y parecía que a él tampoco.
Ese hombre estaba tan cansado que sus ojos comenzaron a cerrarse. Era su primera vez, y en hombres es normal. Sobre todo si se topan con alguien con experiencia.
Palpé su frente, a lo que él sonrió dándome la espalda.
—Voy un momento al baño. —anuncié levantándome de la cama.
—Te espero aquí.
No tardé en llegar al baño, me encerré en él. Le puse la tapa al inodoro sentándome despacio.
Ahora que recuerdo esto, ni si quiera puedo explicar por qué lo hice.
Por qué comencé a llorar en aquel baño.
Tan sola me sentí ese día que recurrí al sexo con una persona desconocida e invalida, pude haber hecho cualquier otra cosa y no lo hice.
Tuve sexo con un desecho social y lo peor es que lo disfruté, disfruté que un estúpido ser estuviera dentro de mí.
¿Y ahora que? pensé El querrá hablar del tema. Creerá que tenemos una relación ¿no?
Pasé mis manos por mí cabello.
¿Qué se ha creído?
Yo nunca estaría formalmente con alguien como él.
Negué con la cabeza.
¿Y si dice que no quiere algo pasajero? Va a acosarme como el perdedor que es.
Mi respiración se tornó ligeramente acelerada.
Se lo contará a la gente.
Nadie debe saber que me acosté con un hombre como el por gusto.
¿Por qué no desaparece?
Cerré los ojos incorporándome.
Debía mantener la calma.
Busqué la lejía, al encontrala salí del cuarto de baño.
El pobre ya se había dormido, parecía que se movió porque pasó de estar de lado a descansar boca arriba con las piernas abiertas y la boca también.
Me acerqué a la cama, me puse a la altura de su cara con la lejía en la mano comencé a vertir el líquido tóxico sobre su rostro, entró a su boca, nariz y ojos cuando los abrió.
Balbuceó mientras me apartaba de un empujón, choqué con la pared pero me levanté de inmediato. No pudo soltar nada más que sonidos raros de dolor. Rápidamente corrí a la cocina buscando desesperada un cuchillo.
Cuchillos no había por ninguna parte, así que me tuve que conformar con dos tenedores.
Él se había desplazado al suelo, no se le entendía y tampoco quería comprenderle. Mi única preocupación ahora era su existencia.
—Quédate quieto —pedí manteniendo la distancia—, si hemos llegado a este punto es tu culpa.
Le pateé la cabeza con todas mis fuerzas, él gritó intentando ponerse de pie. Me arrodillé y jalé su cabello.
—Te he dicho que que te quedes quieto —fruncí el ceño—. ¿Por qué no colaboras? Te estoy ayudando.
Tenía los dos tenedores con una mano y aguantando la respiración.
Di mi primera su puñalada sobre su pecho.
Recuerdo que se estremeció de dolor, gimió de agonía y, sangre espesa y roja brotó de los agujeros que dejaron los tenedores cuando los retiré.
Sentí una punzada en el estómago.
Pero ya no había vuelta atrás.
Las demás puñaladas fueron a parar únicamente a su cuello. El río de sangre que se creó mientras enterraba los tenedores en su cuerpo una y otra vez cada vez más rápido, fue inmenso. Tan inmenso que tiñó mi cuerpo de rojo.
Seguí destrozando su cuello hasta que pude ver el hueso que escondía detrás de tantos músculos, venas y tejidos.
Me aparté arrastras de su cuerpo y lo observé con detenimiento. Casi no le quedaba cuello, su cadáver desnudo descansaba en paz sobre un charco de sangre. Su propia sangre.
Solté un largo suspiro, cerrando los ojos con alivio. Ahora no se lo iba a contar a nadie.
Desvíe mi mirada a mi propio ser. También desnuda, y manchada con sangre que no era mía. Los tenedores en mi mano contenían restos de ese perdedor que estuvo a punto de arruinarme la vida, ¿qué le costaba ser una persona normal?
Tiré las armas del crimen en dirección al cuerpo, apoyé mi espalda en el borde de la cama.
Por su culpa ahora me duele la mano, pensé no podía morir con la lejía. El señorito tenía que hacerme trabajar, siempre los inútiles.
Y ahora yo soy la asesina...
Esbocé una sonrisa torcida. Me levanté para ir a por un teléfono, pisando su sangre con indiferencia. Marqué el número de emergencias y antes de que respondiesen sollocé fingidamente.
—Emergencias ¿qué sucede?
—...yo —aceleré mi respiración—... no sé qué pasó —lloré ruidosamente, lágrimas se acumulaban en mis ojos y el calor en mis mejillas—, él me pidió que... me pidió...
—Tranquila, cálmese¿sí? —alentó la chica al otro lado—. Relájese, ¿qué sucedió?
Lloré tapándome la boca, las lágrimas recorrían mi rostro despacio.
Repiré hondo tres veces para que ella me escuchase y luego hablé.
—Yo iba a tomarme unas fotos cuando él me llamó y me dijo que conocía a mi hermano, que eran amigos y quería decirme algo —sollocé—, llovía así que decidí entrar a su casa para que me lo dijese así —tragué grueso negando con la cabeza—. Pero él cerro la puerta y... me obligó a hacer cosas... abusó de mí...
—¿Dónde se encuentra?, ¿pasó algo más?
—Sí... cuando dejó de hacerme esas cosas yo... me defendí y no sé cómo le quité la vida —volteé a ver su cadáver y lloré sorbiendo mis mocos—. Yo no quería matarlo, yo no quería...
—No se preocupe por ahora solo dígame dónde se encuentra y cómo se llama.
—Me llamo Kate Cassares, estoy en la calle Santo Oscuro, edificio 187 piso cuatro, puerta uno.
Pasaron muchas cosas después de eso.
En ese tiempo yo tenía 17 años, por lo tanto era menor de edad. Él siendo un adulto de 25 tenía las de perder, obviamente el hombre no tenía ni idea de cuál era mi edad, me lo guardé para mí.
Me hicieron pruebas, y se llegó a la conclusión de que le quité la vida a ése perdedor por defensa propia. Aún estando muerto, pasó a ser tachado de abusador/violador de menores.
A mí, la víctima me enviaron recolectas en incluso se creó un grupo de ayuda llamado @TodossomosKate , en el que mujeres que habían pasado por lo mismo compartían sus experiencias y se ayudaban entre sí.
La familia de aquél idiota no se lo podía creer, afirmaba que él no era así. Pero ¿quién iba a creer a los aliados de un violador? Nadie, pedir su inocencia era negar mi experiencia, mi sufrimiento.
¿A caso no les daba pena una pobre chica como yo?
La que sufrió fui yo.
Pero tú que sabes la verdad, no se lo digas a nadie.
Lo sé, fue mi culpa.
Lo sé, soy una basura.
En cierto modo él tenía la culpa por ser un perdedor. Como te dije antes, ser rubbish no tiene edad, tú podrías serlo.
A lo mejor lo eres
¿Que si he cambiado?
Sí, desde ese día me porté bien.
¿Volvería a hacerlo?
Sí.
Dios mío, sí.
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Nota de autor@: Sacado de lo más oscuro de mi mente. Si te gustó (que sería raro que a alguien le guste esto), dale a like y comenta. Y puedes pasarte por mi otra historia corta, si te gustó esta seguro que te encantará la otra.
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