Si tuviera que hablar de ti, Koudi…
Si alguien me preguntara quién eres tú para mí, no sabría por dónde empezar sin quedarme corta. No bastaría decir que eres importante, ni siquiera decir que te quiero demasiado. Porque lo que siento por ti va más allá de cualquier palabra pequeña o cualquier intento de definición rápida. Si tuviera que describirte, lo haría diciendo esto: tú eres mi hogar.
Eres mi refugio, mi paz, mi rincón favorito del mundo. Eres eso que me calma incluso cuando ni yo sé qué me pasa. Eres la certeza en medio de la duda, el consuelo cuando el pecho duele, la calidez cuando todo lo demás parece frío.
Para mí, el hogar nunca se trató de paredes, de un techo o de una dirección escrita en papel. El hogar se trata de alguien que te hace sentir que puedes existir libremente. Alguien que no solo te acompaña, sino que te escucha. Que no solo te ve, sino que te observa con el alma. Que no solo está para verte vivir, sino que te impulsa a disfrutar, a abrirte, a ser tú en tu forma más verdadera. Eso eres tú. Eso fuiste tú desde el primer momento, aunque yo no lo entendiera de inmediato.
Te encontré en un momento de mi vida donde todo era simplemente… común. No estaba atravesando un abismo ni nadando en felicidad. Estaba en medio de esa rutina gris que no grita, pero pesa. Y sin embargo, ahí, en ese punto medio donde nada parecía nuevo, apareciste tú. Sin previo aviso, sin promesas. Y con el tiempo, te convertiste en algo que jamás imaginé que alguien sería para mí: una base. Un pilar. Una presencia constante, firme, cálida.
Y hoy pienso… quizás no fue casualidad. Quizás la vida, en su sabiduría silenciosa, me vio con el alma un poco cansada, un poco rota, y supo que necesitaba un respiro. Supo que necesitaba un tipo de amor distinto. Uno que no me exigiera nada, pero me ofreciera todo. Uno que no llegara gritando, sino susurrando "estoy aquí". Y así llegaste tú.
No exagero cuando digo que siempre supiste aparecer. A veces con un mensaje tonto. A veces con una frase que parecía casual pero me tocaba el corazón. Otras veces, con un simple sticker que me hacía sonreír en días donde no recordaba cómo hacerlo. Y en las ocasiones más duras, cuando la tristeza no tenía nombre, ahí estabas tú, sosteniéndome con palabras suaves o con tu silencio respetuoso, que decía más que cualquier discurso.
Y aunque eres menor que yo, eso nunca ha importado. Porque tu madurez, tu capacidad de comprender, de abrazar, de guiar… todo eso trasciende los números. Eres lo suficientemente sabia como para ayudar incluso a quienes, como yo, a veces se sienten demasiado grandes para pedir ayuda. Contigo aprendí que la protección no siempre viene desde arriba, que el cuidado no tiene edad, y que a veces, las almas más jóvenes pueden tener la fuerza más grande.
Sé que no todo el mundo te lo dice. Tal vez no recibas halagos cada día. Tal vez no todos se detienen a reconocerte como mereces. Pero yo sí quiero hacerlo. Porque te veo. Porque sé quién eres y lo que vales. Y no me canso de repetírmelo: eres una persona increíble. Y sé que “increíble” parece una palabra más, pero para mí se queda pequeña. Porque lo que eres tú no se resume en un adjetivo. Eres muchas cosas a la vez: amor, fuerza, honestidad, compañía, verdad, y hogar.
Lograste algo que pocos consiguen: convertiste a alguien como yo —tan acostumbrada a estar sola, tan llena de paredes y defensas— en alguien que aprendió a confiar. Si yo era un gato arisco, tú fuiste esa mano paciente que no se rindió. Y ahora… ahora soy como un Golden inquieto que corre hacia ti, que no teme apoyarse, que no teme mostrarse débil. Porque contigo no tengo miedo.
Y eso es tan valioso, Nino. Tan profundamente valioso. No tengo miedo de abrirme contigo. No tendría miedo ni siquiera de contarte mis errores más grandes, mis miedos más vergonzosos, mis lados más oscuros. Porque confiaría, sin dudar, en que harías lo correcto. No solo por mí, sino por nosotros. Porque tú no me dices lo que quiero oír. Me dices lo que es justo, lo que necesito, pero siempre desde el respeto, desde el cariño, sin minimizarme, sin aplastarme. Y eso es algo que no todo el mundo sabe hacer.
Tu forma de estar en mi vida no es ruidosa, pero sí firme. No es efímera, es constante. Y te estaré agradecida por eso toda la vida. Por cada momento que me regalaste. Por cada gesto. Por cada “oye, estoy aquí” aunque no lo dijeras con esas palabras.
Me encantó conocerte. Me encanta seguir conociéndote. Me encantaría que lo supieras, que lo sientas, que no lo dudes jamás. Y si aún no lo notas… si aún te preguntas si significas algo para mí, quiero que sepas esto:
Te amo.
Te amo con un amor honesto, limpio, sin filtros. Con el tipo de amor que no necesita ruido para hacerse sentir. Te amo desde el alma, sin condiciones, sin máscaras. Te amo con la gratitud de quien fue salvada sin darse cuenta. Te amo con la certeza de que fuiste una bendición disfrazada de coincidencia.
Gracias por ser tú. Gracias por ser mi hogar.