El amor es un veneno lento, un incendio que no se apaga aunque el cuerpo entero se ahogue en lágrimas. Creemos que sana, que limpia, que embellece… pero la verdad es otra: el amor deja cicatrices que se abren una y otra vez, como heridas mal cerradas.
No hay cura rápida. No hay “ya lo superarás”. Nadie se levanta de un amor roto de la noche a la mañana, porque el corazón no entiende de relojes ni de consejos fáciles.El amor duele con una constancia casi ridícula: respiras y duele, recuerdas y duele, olvidas un instante y duele más.
Pero esos príncipes azules son solo fábulas mal escritas, historias para adormecer a niñas ingenuas que aún no conocen el filo del desengaño.El verdadero amor no viste capa ni monta caballos blancos. El verdadero amor es humano, torpe, contradictorio, a veces cruel, a veces tibio.
Nos han educado con cuentos idiotas: que hay almas gemelas, que existe el destino romántico, que basta esperar para que alguien aparezca con flores y nos rescate.
Nadie rescata a nadie. Esa es la primera lección que se aprende cuando el corazón se rompe: estás solo, incluso acompañado.El amor irrumpe, arrasa, y cuando se va, te deja en ruinas. No hay medicina que devuelva lo perdido.
El tiempo ayuda, sí, pero no borra. Las cicatrices permanecen como tatuajes que no pediste, recordándote cada vez que te atreves a sentir.Lo peor es que aún sabiendo esto, seguimos cayendo. Seguimos buscando calor en cuerpos frágiles, seguimos soñando con promesas que rara vez se cumplen.
Quizá amamos porque necesitamos creer, aunque sea por un rato, que no todo es tan frío y tan vacío.Pero esa necesidad nos convierte en víctimas de nuestros propios anhelos. Amamos para llenar huecos, y al final quedamos más vacíos que antes.
El amor no enseña con ternura. Enseña a golpes, con traiciones, con silencios, con distancias que se clavan como cuchillos.Quizá amamos porque necesitamos creer, aunque sea por un rato, que no todo es tan frío y tan vacío.
A veces parece un juego cruel de dioses aburridos que disfrutan vernos arrodillados ante alguien que no siente lo mismo.El amor no es justo, nunca lo ha sido. Ama quien no debería amar y se va quien prometió quedarse.
Y aun así, seguimos creyendo. Seguimos cayendo en la trampa, aunque sepamos que no hay príncipes ni princesas esperando al final del camino.
Quizá lo único verdadero sea este dolor que nos recuerda que aún estamos vivos, que aún sentimos, aunque lo que sintamos sea puro ardor.Tal vez la madurez no es encontrar el amor perfecto, sino aceptar que nunca lo habrá, y aun así elegir arriesgarse.Porque al final, el amor no cura… solo enseña, y lo hace de la forma más lenta, cruel y despiadada posible.