(Segunda Parte )
Elena no entendía por qué su mano se elevaba lentamente, temblando en el aire, como si su voluntad hubiera sido robada. Los dedos de él rozaron los suyos, y al contacto un frío intenso la recorrió, pero no era un frío doloroso: era como si la acariciara la memoria de algo perdido.
—¿Quién eres realmente? —preguntó ella, con la voz apenas un susurro.
Él bajó la mirada, como quien teme ser odiado por lo que está a punto de confesar.
—Un nombre ya no me pertenece, Elena. Lo enterraron conmigo hace años, cuando la tierra se cerró sobre mi cuerpo. Pero si debo darte uno… llámame Adrian.
La sangre se le heló en las venas.
—¿Muerto? —repitió, sin atreverse a soltarle la mano.
Él sonrió con melancolía.
—Sí. Y, sin embargo, aquí me tienes. Caminando entre vivos, condenado a buscar lo que perdí: a ti.
Las palabras eran imposibles, delirantes. Y aun así, algo dentro de Elena se quebró. Una parte profunda de su alma respondió a esa confesión con un estremecimiento de reconocimiento, como si ese nombre —Adrian— hubiera estado dormido en sus huesos esperando a ser despertado.
Elena retrocedió un paso, intentando razonar.
—Esto es una locura. Yo no te conozco…
—No, no ahora —la interrumpió él con voz suave—. Pero lo hiciste una vez. Antes de que el tiempo me robara. Antes de que la muerte nos separara.
La lluvia golpeaba más fuerte. El viento ululaba entre las paredes de piedra, como si la ciudad misma escuchara aquella conversación prohibida.
Elena sintió lágrimas en sus ojos, aunque no entendía por qué. Se llevó la mano al pecho, donde un dolor inexplicable ardía.
—¿Y por qué vuelves ahora? ¿Por qué yo?
Adrian la miró con una intensidad insoportable.
—Porque nunca dejé de buscarte. Porque mi alma no encontró descanso, y ahora el velo entre los mundos es tan delgado que puedo alcanzarte otra vez.
Un silencio pesado cayó entre ambos. Elena sabía que debía huir, pero no lo hizo. En cambio, se encontró preguntando lo que más temía.
—¿Qué quieres de mí?
Adrian avanzó un paso, hasta quedar tan cerca que ella podía sentir el aroma a tierra húmeda y a flores marchitas que lo envolvía. Su voz se quebró cuando respondió:
—Solo una cosa. Que me ames… una vez más.
Elena tragó saliva. La lógica le gritaba que escapara, que nadie podía regresar del mundo de los muertos. Pero su corazón latía con fuerza descontrolada, y en lo más profundo sabía que ya estaba perdida.
—¿Y si lo hago? —preguntó, apenas audible—. ¿Qué pasará conmigo?
Adrian cerró los ojos, como si esa respuesta lo atormentara.
—Entonces el destino se sellará. La vida no perdona a quienes aman a los muertos.
Elena retrocedió, horrorizada y fascinada a la vez.
—¿Me condenarías?
—No —respondió él con dolor—. Yo ya lo hice el día que morí.
El silencio entre ellos se llenó de electricidad. Ella temblaba, consciente de que cada palabra la empujaba a un abismo sin retorno. Y aun así, sus labios buscaron los de él.
El beso fue un choque de mundos: calor humano contra frío espectral. La lluvia pareció detenerse alrededor, y durante ese instante, el universo dejó de existir. Era un beso que traía consigo siglos de espera, un beso que sabía a despedida y a eternidad.
Cuando se separaron, Elena respiraba agitada.
—¿Qué has hecho conmigo? —susurró, con los labios aún temblando.
Adrian acarició su rostro con manos que apenas parecían reales.
—Solo devolverte lo que siempre fue tuyo: nuestro amor.
Ella cerró los ojos, y por primera vez, un recuerdo la atravesó como un relámpago: un cementerio, un juramento de nunca separarse, y un disparo en la noche. Abrió los ojos aterrada.
—Te mataron… por mí.
Adrian asintió con un dolor sereno.
—Y volvería a hacerlo, una y mil veces.
La revelación cayó como una losa sobre ella. Algo en su interior despertaba, pero también comprendía que el precio de ese amor era demasiado alto. Aun así, el hilo estaba tendido. Y ya era tarde para cortarlo.
Elena tembló, perdida en la tormenta y en los ojos de aquel ser que nunca debió volver. Sabía que su vida había cambiado para siempre.
Y en algún rincón de su alma, muy en lo profundo, aceptó que estaba dispuesta a arriesgarlo todo… incluso su humanidad.