Emmanuel, un pibe de barrio,
que la corre de chorro a diario.
Hace años que conozco a Emmanuel,
seguro desde que caímos al andén.
No recuerdo un momento sin él,
siempre fuimos como tinta y papel.
Nunca una pelea posta, importante.
Capaz porque yo soy lo opuesto, distante.
Yo digo a todo que sí, sin dudar,
y por eso me viven queriendo bardear.
Pero Emmanuel viene al cole a cuidarme,
aunque estudiar... no es lo que sabe hacer.
Dice que sentarse en un banco a escuchar,
a un pelotudo hablar de Roma sin parar,
no le sirve, que es todo pasado,
que lo de ahora es lo que está complicado.
"Lo que pasó, pasó", tira siempre el guacho,
con esas frases que me rompen el cacho.
Pero ahora Emmanuel anda medio perdido,
a los 17 ya se metió en un lío jodido.
Va a ser papá de la Mecha, o Mechi,
la hdp esa que se hace la cheta en la esquina del Chiche.
Y encima va a dejar el cole el boludo,
para mantener al pibe —o al del otro pelotudo.
Porque esa es viva, más que astuta,
sabía que Emma no le haría una curda.
Él es buenazo, noble, sin maldad,
y ella es una cucaracha con maldad.
Yo le avisé, le dije sin vueltas:
"Esa mina está loca, no des más vueltas."
Pero él me saltó, me gritó de verdad:
—Ya me tenés cansado, Julián.
Y yo, tragando bronca, apreté los dientes,
me guardé palabras que me quemaban la mente.
Solo me hice una pregunta en silencio,
¿por qué este dolor me aprieta el pecho?
Si es un amigo nomás.
Sí... un amigo, y nada más.