Mi idioma favorito no hace eco. No se propaga en el aire como una melodía, ni rebota en las paredes como una carcajada.
No tiene acentos, ni tildes, ni errores de pronunciación.
Mi idioma favorito no se aprende con la lengua...
sino con el alma.
Fue el silencio quien me lo enseñó.
El silencio...
ese huésped incómodo que me habitó desde niña,cuando descubrí que los sonidos no eran para mí.
Las palabras bailaban en los labios de los demás pero nunca llegaban hasta mí.
Y cuando intentaba atraparlas, se deshacían como humo entre mis dedos.
A veces me sentía invisible.
Como si el mundo estuviera hecho de ruido y yo fuera solo una nota muda
en una canción que no me invitó a cantar.
Hasta que un día, lo entendí.
Por fin, entendí.
Las manos también pueden amar, también pueden llorar, también pueden gritar sin romper el silencio.
En ellas encontré lo que nadie me dio con palabras:Una voz que no necesitaba sonido para ser verdad.
Desde entonces, mis dedos se convirtieron en mis cuerdas vocales, mis gestos en mi poesía y mis movimientos en mis abrazos.
Y justo cuando pensé que ese idioma me bastaría para vivir, apareció él.
Él, con su guitarra al hombro y un mundo en los ojos.
Él, que venía de un pasado tan herido como el mío.
Que tampoco creía en los milagros, pero componía canciones como si el dolor fuera su musa.
Él, que no entendía mis manos, pero sí la tristeza detrás de ellas.
Él me enseñó que el sonido también puede ser caricia.
Que los acordes pueden traducir lo que no se dice.
Que hay una nota escondida en cada lágrima y una melodía viva en cada cicatriz.
Y yo le enseñé que el silencio no es ausencia, que hablar sin voz no es callar, que el alma también escribe cuando se mueve en el aire con la belleza de un gesto sincero.
No hablamos el mismo idioma.
Pero nos entendimos mejor que nadie.
Porque su música y mis señas no competían…
se completaban.
Nos inventamos un lenguaje propio.
Uno donde él tocaba, y yo danzaba con las manos.
Ahora, cuando alguien me pregunta cuál es mi idioma favorito,
me quedo pensando.
No es el francés, aunque lo entiendo.
No es el inglés, aunque lo leo.
No es siquiera la lengua de señas... aunque con ella aprendí a ser yo.
Es el idioma de lo imposible.
El idioma que nace cuando dos almas heridas se reconocen.
El que no necesita palabras para gritar amor.
El que se mueve entre cuerdas y dedos,
entre gestos y acordes,
entre silencios que no duelen y melodías que curan.
Mi idioma favorito no suena.
sin necesidad de hacer ruido.
Pero se escucha con el alma.
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Autora, Allison.