Eres luna blanca en noche cerrada,
piel de alabastro que la brisa envidia, cabello de tinta cayendo como lava,
ojos que muerden con luz clandestina.
Tu cuerpo, escultura tallada en deseo,
es mi religión, mi fe, mi condena;
y aun así caminas como si fueras
ajena al fuego que mi alma encierra.
Hablas de justicia, de sueños, de cielos,
con voz decidida, con alma tan tuya… Pero ¿no ves cómo mis celos
se cuelan detrás de cada mirada tuya?
Eres amable, y eso me hiere.
¿Acaso no sabes cuánto duele
que sonrías al mundo tan dulcemente,
como si no fueras completamente mía?
No naciste para jaulas, lo sé.
Pero yo…
yo no nací para perderte.
Y si el mundo también te quiere…
entonces el mundo tendrá que temerme.
Porque te observo incluso en silencio.
Cuento los pasos que das sin mí.
No hay palabra tuya que no pese,
ni sonrisa que no me queme así.
Dices que el amor es respeto y coraje.
Pero el mío…
el mío es hambre.
Es delirio.
Es ley.
Y si algún día decidieras marcharte,
el universo mismo me deberá la fe.
Quiero encerrarte en mis brazos.
El mundo es cruel, y tú tan justa…
tan perfecta, tan clara, tan única…
que cualquier roce ajeno me asusta.
Seré tu sombra, tu guardián, tu eco,
aunque me niegues, aunque huyas.
Amarte es también poseerte en secreto,
como el mar ama a la luna…
pero la arrastra cuando sube.