Pasaron los cursos, los nombres, los rostros;
la vida siguió con sus torpes cabriolas.
Él fue olvido entre nuevos sollozos,
ella creció cual rosal entre espinas y olas.
Mas en un jardín, muchos años después,
una dama vestida de negro profundo
halló un viejo libro de Historia otra vez,
entre páginas rotas por el segundo.
Y allí, en un pliegue casi invisible,
halló la misiva nunca enviada;
y al leerla, como si fuese imposible,
sus ojos lloraron la pena sellada.
Él ya no estaba. Su voz, extinguida.
Sólo quedaba su letra serena,
un eco escrito con la mano herida
de quien amó sin romper la cadena.
Ella cerró el libro con manos temblantes,
y lo besó como a un alma ausente.
Nadie supo jamás que en esos instantes,
el amor prohibido se volvió… permanente.