En un salón donde el tiempo se oculta,
tras cortinas de polvo y voces idas,
reposa un eco de antigua consulta
que el alma entera deja suspendida.
Sus ojos no rozan, mas todo lo ven,
sus gestos se tornan eternos decretos;
y aunque la norma declare un desdén,
el pecho se enciende con fuegos secretos.
Él, con su voz de pergamino y llama,
invoca siglos, reyes y derrotas;
y ella, silente, mientras todo lo aclama,
esconde en sus pupilas notas rotas.
Su mirar, vasto como imperio en ruinas,
jamás osa posarse con demora;
pero el destino, con manos divinas,
teje en la sombra lo que el día devora.
No hay caricias, no hay promesa ni trato,
sólo la tinta callada del deseo,
que en la página blanca deja su dato,
como si el alma hablara en su paseo.
Él escribe en el aire con la entonación,
cada palabra encierra misterios callados;
y ella, cual mármol sin confesión,
repite en su mente los nombres vedados.
Jamás sus dedos se cruzan en danza,
jamás el verbo se vuelve osadía,
pero entre ambos florece la esperanza
que no se nombra y aún desafía.
Oh, cuántas veces su sombra en la puerta
le pareció himno, rito o conjuro;
y cuántas veces ella, tan incierta,
guardó su suspiro tras gesto maduro.
Él no lo sabe —o quizá lo presiente—,
mas algo en su pausa, en su mirar esquivo,
revela que, en su mundo coherente,
hay un rincón donde ella es motivo.
Y en los exámenes, al rubricar su nombre,
él tiembla, leve, sin razón visible;
ella recibe el papel cual paloma o alfombre
donde la tinta se torna imposible.
No hay crimen más hondo que el que no se toca,
ni beso más puro que el que no se da;
el amor que no habla, pero que sofoca,
es un jardín que no se marchitará.
Que no se atreva el mundo a juzgar la llama
que se enciende en el templo del conocimiento,
pues hay fuegos que, aunque nadie los llama,
arde en silencio como eterno juramento.
Y aunque el reloj siga su paso sin tregua,
y los años borren todo vestigio,
queda en la mente, cual brisa ambigua,
el aroma de un amor sin privilegio.
No fue carnal, ni tampoco impío,
fue la danza entre lo justo y lo soñado;
un naufragio sin mar ni navío,
un lazo sellado y nunca firmado.
Y así, en la historia jamás escrita,
vivirá ella como musa discreta;
y él, cual monarca que el deber limita,
reinará sobre el reino que el alma sujeta.