Parte 3
Han pasado cinco años desde que Eiden volvió a la vida.
La antigua casa del bosque, antes fría y silenciosa, ahora está llena de risas, luz y vida. El jardín florece todo el año, como si la tierra reconociera que allí habita algo sagrado. En el centro del hogar, entre libros, tazas de té y cobijas suaves, están Luca y Eiden… y no están solos.
—¡Papáaaa! —grita una pequeña voz, corriendo descalza por el pasillo.
Una niña de ojos gris plateado y cabello rizado como el de Luca se lanza a los brazos de Eiden, quien la levanta con una sonrisa brillante.
—¿Qué soñaste esta vez, Estela? —le pregunta con dulzura.
—Que volábamos en una nube con alas, y tú eras un lobo dorado —responde ella, riendo.
Eiden y Luca se miran. No lo dicen en voz alta, pero ambos saben que Estela no es como los demás niños. Nació de un milagro, entre un alma devuelta y un omega sensible. Y quizás por eso, ella también puede ver cosas que otros no. A veces habla con las mariposas. A veces le sonríe al viento como si saludara a alguien invisible.
—Tiene tu don —dice Eiden, besando la frente de Luca mientras la niña juega en el jardín.
—Y tu fuerza —responde Luca, acariciando su vientre. Porque sí, esperan otro bebé.
Sus vidas, marcadas por lo imposible, son ahora una mezcla de magia suave y amor cotidiano. Siguen durmiendo abrazados, aún se despiertan en medio de la noche solo para asegurarse de que todo es real. Luca sigue soñando con sombras, pero ahora no le teme. Porque sabe que nunca más estará solo.
Eiden, que una vez fue un fantasma, ahora es un padre, un compañero… un hogar con forma humana.
Y cada vez que cae la noche, cuando el viento acaricia las ventanas y las estrellas brillan sobre ellos, Luca susurra:
—Gracias por volver por mí.
Eiden sonríe, y lo abraza más fuerte.
—Siempre lo haré.