Parte 2:
Eiden aún no entendía cómo podía respirar. Sus dedos temblaban al tocar el rostro de Luca, como si temiera que todo fuera un sueño. Pero no lo era. Luca estaba vivo. Él también. Y por primera vez, sus corazones latían al mismo ritmo.
—Estás... de verdad aquí —susurró Luca, con la voz rota por el llanto.
—Y esta vez no pienso irme —dijo Eiden, con los ojos brillando, más vivos que nunca.
Pasaron días en silencio compartido, sanándose juntos. Eiden redescubría el mundo: los sabores, el tacto, la calidez. Luca lo guiaba con paciencia, con risas tímidas y caricias suaves. Había una ternura única entre ellos, como si se amaran desde antes de haber nacido.
Pero había algo más.
Una noche, mientras el viento susurraba entre los árboles y la luna derramaba su luz plateada por la ventana, el instinto omegaverse floreció en ellos. No era deseo salvaje, sino un llamado antiguo y profundo, como si sus almas recordaran lo que sus cuerpos apenas comenzaban a comprender.
Luca se acercó lentamente, con el corazón en un puño.
—¿Tienes miedo? —preguntó Eiden, mirándolo con cuidado.
—Un poco… pero contigo, todo miedo se convierte en deseo de quedarme.
Y se besaron.
Fue lento, lleno de respeto. Las manos se entrelazaron como raíces bajo tierra. El calor de Eiden contrastaba con la fragilidad de Luca, pero se fundieron en una sola emoción: amor. No importaban los géneros, ni el pasado, ni que uno fuera un alma regresada. Eran simplemente dos mitades encontrándose.
Eiden lo marcó suavemente, no como una posesión, sino como una promesa: “Esta vez, para siempre.”
Y esa noche, entre suspiros y piel, los fantasmas del pasado finalmente descansaron.