En un pueblo olvidado por el tiempo, rodeado de neblina eterna y árboles que susurraban secretos al viento, vivía Luca, un omega humano de espíritu sensible y mirada triste. Siempre había sentido que no encajaba, como si una parte de él viviera entre dos mundos. Desde niño, podía ver cosas que otros no: sombras que no proyectaban cuerpo, voces que nadie más oía… fantasmas.
Una noche de lluvia y luna nueva, caminando por el bosque, Luca se encontró con una antigua casona abandonada. La curiosidad lo empujó a entrar. Las paredes estaban cubiertas de hiedra, y el silencio era tan profundo que casi dolía. Fue ahí donde lo vio.
Un alma en pena, un fantasma alpha llamado Eiden, con ojos plateados y una voz grave que parecía resonar en el aire. Murió hacía más de cien años en una guerra que ni él recordaba del todo, atrapado en esa casa, condenado a vagar.
Pero algo en Luca rompió ese ciclo.
Cada noche, Luca volvía. Le contaba historias, le dejaba flores frescas, y con el tiempo, comenzaron a hablar, a reír… a sentir. Eiden no podía tocarlo, pero su presencia envolvía a Luca como un susurro cálido en la piel. El lazo omegaverse despertó algo antiguo entre ambos, algo que incluso la muerte no podía romper: un vínculo de alma y destino.
Una noche, durante una tormenta, Luca fue herido por un cazador de fantasmas. Desangrándose en el suelo de la casa, llamó a Eiden con su último aliento. Fue entonces que el vínculo floreció por completo.
Eiden rompió su maldición al aceptar su amor, y como pago, regresó a la vida… pero como humano. El equilibrio entre mundos había sido alterado por su amor imposible… y eso le dio forma.
Cuando Luca despertó, herido pero vivo, encontró a Eiden, con el cuerpo cálido, respirando, humano… real.
Y se abrazaron por primera vez, bajo la lluvia, como dos almas que habían esperado vidas enteras para encontrarse.