El mate y el amor, tan parecidos,
ni muy dulce, ni muy amargo,
un equilibrio sutil entre los dos lados,
como quien busca en la yerba lo anhelado.
No quiero un mate caliente que queme,
ni un amor que se apague en su hielo.
El sabor de la menta, en su justa medida,
igual que en el amor, encuentro la salida.
Dar y recibir, el mate va y viene,
pero, ¿es recíproco? A veces no conviene.
El amor, como el mate, no siempre es justo,
uno da más, otro se queda a gusto.
Buscamos sinceridad, no perfección,
en el mate, en la vida, en la pasión.
Porque si todo fuera feliz, constante,
¿no sería aburrido, un poco distante?
Agradecemos al cebador y al amante,
porque todo en la vida tiene un instante.
Se termina el mate, se acaba el amor,
pero siempre buscamos ese nuevo sabor.
No sé si el amor dura para siempre,
ni si el mate será eterno en mi mente,
pero lo disfruto, aunque sea un momento,
porque al final, es lo único que siento.
El mate y el amor, tan comparables,
con sus altos y bajos, ambos son memorables.
Y aunque es tonto pensarlo así, quizás,
en lo cotidiano encontramos la paz.