Parte 8 - El mismo Bar
El sol apenas entraba por la rendija de las cortinas cuando Emily abrió los ojos. Su cabeza palpitaba levemente, pero no era solo por el alcohol; era por la sensación de haber vivido algo... diferente. Estaba arropada con cuidado, sin un solo botón desabrochado, sin rastros de un hombre que hubiera abusado de su estado vulnerable.
Se sentó lentamente en la cama. Sus tacones estaban perfectamente alineados junto al sillón, su bolso cerrado sobre la mesa de noche. Solo había una pequeña nota escrita con una caligrafía elegante:
> No te toqué. No porque no quisiera, sino porque tú mereces más que eso. — J
Emily leyó la nota una y otra vez. Una parte de ella se sintió decepcionada... y otra agradecida. Se levantó, se miró al espejo. Tenía los ojos hinchados, pero sonreía.
Había algo en ese hombre… algo oscuro, indomable. Y aun así, le había mostrado más respeto que muchos hombres que decían amarla.Pero solo querían tenerla en su cama.
Jared caminaba con las manos en los bolsillos, su mirada oculta tras unas gafas oscuras. Había pasado la noche entera sentado en la habitación, observando su respiración, el latido de su corazón, la forma en que murmuraba cosas en sueños.
Podía haberla tomado. No había barreras. Pero eso habría roto algo sagrado dentro de él. Había visto en ella más que un cuerpo hermoso… había visto soledad, heridas, fuerza. Y una chispa de luz que lo aterraba.
No puedes enamorarte, se repetía. No puedes tener un hijo con una humana. No puedes volver a amar.
Pero ella ya se había metido bajo su piel.
Emily regresó al lugar donde todo había comenzado. No sabía exactamente por qué. Tal vez para agradecerle, tal vez para retomar el control que sentía haber perdido esa noche… o tal vez para verlo.
Vestía diferente, más sobria. Un pantalón negro elegante, blusa blanca, labios en rojo vino. No buscaba seducir. Solo quería respuestas.
Se sentó en la barra, como antes. El barman, al reconocerla, le ofreció una bebida. Ella negó con la cabeza.
—¿Vino sola otra vez? —preguntó él.
—Sí… —murmuró, mirando alrededor. Jared no estaba.
Pero él sí la había visto. Desde la penumbra del rincón más oscuro del bar, la había observado entrar. Con ese andar decidido, los ojos firmes. Dios… cómo le costaba mantenerse lejos.
Y no lo logró.
Se acercó con pasos silenciosos y se sentó junto a ella. Emily no se sorprendió. Como si lo hubiera presentido.
—Estás bien —dijo él, con voz profunda.
Ella giró hacia él, con una leve sonrisa.
—Lo estoy. Gracias a ti.
—No fue nada.
—Sí lo fue. Me cuidaste... cuando pudo ser diferente.
Él apretó los labios. No sabía cómo manejar el agradecimiento de una mujer como ella.
—¿Por qué no lo hiciste? —preguntó Emily de pronto, sin mirarlo—. ¿Qué te detuvo?
Jared desvió la mirada. Sus ojos oscuros parecían dolerle.
—Porque tienes heridas. Y no me gusta tocar cosas rotas sin saber cómo curarlas —respondió con franqueza.
Emily sintió que el aire se le atascaba en la garganta. Sus dedos jugaron con la copa vacía.
—¿Y si yo no quiero que me cures? ¿Y si solo quiero perderme contigo?
Él volvió la cabeza hacia ella, con esa intensidad felina que tanto la desarmaba.
—Entonces yo sería el peor lugar donde podrías perderte —susurró—. Créeme, Emily. Hay oscuridades de las que no se vuelve.
Un silencio denso cayó entre ellos. El mundo del bar siguió girando a su alrededor, pero ambos estaban atrapados en un universo paralelo.
—Dime tu nombre —pidió ella, de pronto.
—Ya te lo dije —respondió él, con una sonrisa enigmática.
—Jared… Morgan, ¿cierto?
Él asintió.
Pero Emily sentía que había algo más. Algo en su forma de observarla, de cuidarla, de contenerse. Como si estuviera hecho para destruir… y, aun así, la estuviera eligiendo a ella para ser su excepción.
—No me vas a decir la verdad, ¿cierto? —susurró ella.
—No… porque no podrías con ella —respondió él.
Ella no se movió. Lo miró directamente a los ojos.
—Pruébame.
Después del cruce de miradas, del silencio denso, Emily decidió hacer lo que no solía hacer: hablar de sí misma.
—No sé si soy una herida, Jared… pero al menos soy real. Y tú me haces sentir que eso basta —dijo, con la voz baja, tocando distraídamente el borde de su copa.
Él no respondió, solo la observaba. Esperando.
—Mi madre se llama Tessa —comenzó ella—. Aunque no es mi madre biológica, me crió como si lo fuera. Es el corazón más cálido que he conocido. Mi padre es Matthew, y tengo un hermano menor, Ryan. Es un desastre, pero lo amo. También está mi tío Killiam, el hermano de mi padre. Mi tía política, Vanessa… ella es otra historia —rió levemente, con ironía—. Y mis primos: Dilon, Keida… y el más pequeño, Draco.
Jared mantenía el rostro neutral, pero había algo en sus ojos… algo que se encendió cuando ella dijo "Ryan".
—Mi hermano también se llama Ryan —dijo él, en voz baja, como si acabara de darse cuenta—. Es menor que yo… y muy diferente. Tengo dos hermanas gemelas… Valentina y Rachel. Están perdidas. También mi madre, Nina… desapareció hace años. He estado buscándolas desde entonces.
Emily lo miró con atención, el corazón latiéndole un poco más rápido.
—¿Y tu padre? ¿Dónde están él y tu hermano? ¿Están contigo en esa… búsqueda?
Jared se tensó de inmediato.
Su mandíbula se endureció, su cuerpo se echó ligeramente hacia atrás, como si se preparara para poner distancia.
—Hay cosas que no deberías preguntar, Emily —dijo con frialdad, la voz envuelta en sombra.
Ella parpadeó, confundida por el cambio repentino. No era miedo lo que sintió, sino un dolor sutil, como si él hubiese cerrado una puerta de golpe justo cuando ella se estaba acercando.
—Solo quería conocerte… —murmuró.
—No puedes conocerme —respondió él, bajando la mirada por un instante—. Ni siquiera yo me reconozco a veces.
Emily tragó saliva y asintió, entendiendo que algo dentro de él había quedado bloqueado por esa mención.
Pero dentro de ella también germinaba algo: una intuición profunda de que Jared no era lo que parecía. Que su historia… y la de su familia, estaban mucho más conectadas de lo que él o ella aún sabían.
Las luces del hospital parpadeaban con esa frialdad que ya se había vuelto insoportable para Emily. Cada café frío, cada madrugada sin dormir, cada mal pronóstico empeoraba el nudo que le estrangulaba el pecho.
Su madre, su adorada Tessa, ese corazón que les había sido devuelto años atrás como una bendición… ahora se apagaba sin que nadie pudiera hacer nada.
—Está fallando —murmuró el doctor esa mañana—. Ya no responde al tratamiento. Lo sentimos mucho.
Matthew no reaccionó. Estaba sentado, con las manos entrelazadas, como si hubiese perdido la capacidad de sentir. Ryan caminaba de un lado a otro, rabioso y angustiado.
Emily solo quería desaparecer. O gritar. O volver a aquella noche en la que Jared la miró como si fuera lo único real del mundo.
Y justo cuando la esperanza se le caía a pedazos, la puerta de la sala se abrió con fuerza.
Los hombres de seguridad reaccionaron de inmediato. Uno de ellos comunicó por radio, otro avanzó con precaución.
—¿Quién es ese? —preguntó Dilon, poniéndose en pie con mirada dura. Killiam, aún con su porte elegante y distante, bajó su vaso de café y observó con atención.
Era él. Jared.
Vestía de negro, con el cabello ligeramente revuelto, los ojos más fríos y hermosos que nunca. Su sola presencia alteró la atmósfera del hospital.
Nadie lo conocía. Todos lo sospechaban.
Hasta que Emily levantó la mirada.
Por un segundo no pudo creerlo. Sus labios temblaron y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Se puso de pie con torpeza y corrió hacia él. No le importó que estuviera rodeada de su familia, ni los murmullos, ni la tensión.
Corrió. Porque Jared había vuelto.
Y él la recibió con los brazos abiertos, como si no hubiese estado lejos ni un solo segundo.
Emily se enterró en su pecho, llorando. Jared la sostuvo con fuerza, con la palma grande acariciando su espalda, su cabello. Cerró los ojos y dejó que su cuerpo se fundiera con el de ella, como si su sola existencia le devolviera la calma que había perdido.
—Estoy aquí —susurró él, tan solo para ella—. No iba a dejarte sola en esto.
Dilon observó con el ceño fruncido. Killiam no dijo nada, pero había algo en la forma en la que ese hombre miraba a Emily… algo que no podía fingirse.
Matthew levantó la cabeza por primera vez en horas, confundido.
—¿Quién…?
—Es mi amigo —respondió Emily de inmediato, entre lágrimas—. Solo… déjenlo estar conmigo.
Nadie se atrevió a objetar. Porque, por primera vez en días, Emily respiraba.