*La vida de lujo*
Sofía bajó las escaleras de la mansión familiar, el sonido de sus tacones resonando en el silencio matutino. Al llegar al comedor, encontró a su padre, Eduardo, ya sentado a la mesa, bebiendo café y revisando su teléfono. La luz del amanecer se filtraba por las ventanas, iluminando el lujoso espacio con un resplandor cálido.
—Buenos días, papá —dijo Sofía, besando su mejilla.
—Buenos días, mi amor. ¿Dormiste bien? —respondió Eduardo, sin levantar la vista de su teléfono.
—Sí, gracias. Aunque me desperté temprano —comentó Sofía, sirviéndose un vaso de jugo de naranja.
En ese momento, Elsa, la madre de Sofía, entró en el comedor con una sonrisa radiante.
—Buenos días, familia. ¿Listos para el día? —preguntó, besando a Sofía en la frente.
—Sí, mamá —respondió Sofía, sonriendo.
Sebastián y Daniel, los hermanos mayores de Sofía, entraron en el comedor, discutiendo sobre algún negocio familiar.
—Papá, ¿has visto los números del último trimestre? —preguntó Sebastián, sentándose a la mesa.
—Sí, los revisé anoche. Todo parece estar en orden —respondió Eduardo, guardando su teléfono.
Sofía tomó una respiración profunda y decidió sacar el tema que le preocupaba.
—Papá, mamá, hermanos... quería hablar con ustedes sobre algo —dijo, mirando a cada uno de ellos.
—¿Qué pasa, Sofía? —preguntó Elsa, notando la seriedad en su voz.
—Me gustaría hablar sobre mi educación. Siento que estudiar en casa no es lo mismo que ir a la universidad y... —Sofía se detuvo, viendo la reacción de sus padres.
Eduardo frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir, Sofía? Tu educación en casa es excelente. Tienes los mejores tutores y recursos.
—Lo sé, papá. Pero siento que me estoy perdiendo de algo. Quiero experimentar la vida universitaria, conocer gente nueva... —Sofía miró a sus hermanos, esperando su apoyo.
Sebastián y Daniel intercambiaron una mirada.
—Sofía, nosotros estudiamos en la universidad y fue una experiencia increíble —dijo Sebastián—. Pero papá y mamá tienen razón, tu educación en casa es muy buena.
Daniel asintió.
—Sí, pero también entiendo que quieras algo diferente. ¿Has pensado en qué te gustaría estudiar en la universidad?
Sofía sonrió, sintiendo que sus hermanos la entendían un poco más.
—Sí, me gustaría estudiar arte o diseño. Algo que me permita ser creativa.
Elsa miró a Eduardo, luego a Sofía.
—Podemos hablar sobre esto más tarde, Sofía. Quizás podamos encontrar una solución que te permita seguir tus intereses.
Sofía asintió, sintiendo un rayo de esperanza.
Sofía entró en la oficina de sus padres, donde Eduardo y Elsa estaban sentados detrás de un escritorio grande.
—Papá, mamá, ¿podemos hablar sobre lo que te dije esta mañana? —preguntó Sofía, con una determinación en su voz.
Eduardo miró a Elsa y luego a Sofía.
—Sofía, hemos pensado mucho en ello y... —Eduardo se detuvo, buscando las palabras adecuadas—... no podemos permitir que estudies en una universidad.
Sofía se sintió un golpe en el pecho.
—¿Por qué no? —preguntó, intentando mantener la calma.
Elsa se levantó de su silla y se acercó a Sofía.
—Ay, mi niña... tú sabes que cuando tenías solo 3 años, te robaron y... —Elsa se detuvo, con lágrimas en los ojos—... desde ese día, no queremos que te pase nada. No podemos arriesgarnos a que algo así vuelva a suceder.
Sofía se sintió una mezcla de emociones: frustración, tristeza y desesperanza.
—Pero ya han pasado 20 años, mamá. Soy una adulta ahora. Puedo cuidarme sola. Por favor... quiero conocer nuevas personas, tener experiencias nuevas... no estar encerrada en estas cuatro paredes todo el tiempo —suplicó Sofía, con lágrimas en los ojos.
Eduardo se puso de pie, con una expresión firme.
—Lo siento, Sofía. Nuestra decisión es definitiva. No vamos a cambiar de opinión.
Sofía se sintió un nudo en la garganta.
—¿Por qué no confían en mí? ¿Por qué no me dejan tomar mis propias decisiones? —preguntó, con una voz temblorosa.
Elsa se acercó a Sofía y la abrazó.
—Te queremos, Sofía. Solo queremos protegerte. No podemos imaginar una vida sin ti.
Sofía se apartó de su madre y miró a sus padres con lágrimas en los ojos.
—¿Por qué mis hermanos Daniel y Sebastián sí pueden salir? Sebastián se graduó en una gran universidad y Daniel ya casi termina la universidad. Tienen amigos y yo no tengo... estoy sola —dijo Sofía, con una voz temblorosa.
Eduardo y Elsa se miraron, intentando encontrar las palabras adecuadas para responder.
—Sofía, nosotros... —empezó a decir Eduardo.
Pero Sofía los interrumpió.
—No es justo que por algo que pasó cuando tenía solo 3 años, me hayan encerrado en esta casa toda mi vida. Me hubiera gustado no haber nacido en esta familia —dijo Sofía, con una mezcla de rabia y tristeza.
En ese momento, Daniel y Sebastián entraron en la oficina.
—¿Qué acaba de decir? —gritó Sebastián, con una expresión de sorpresa y enojo.
Sofía se encogió de hombros.
—Es la verdad. Sebastián, si no estuvieras en esta familia, no estuvieras en la universidad y no tendrías amigos. Y Daniel, tú también tienes una vida fuera de esta casa.
Daniel se acercó a Sofía.
- sabes que puedes salir con nosotros. Puedes ir de compras o al cine con guardaespaldas.
Sofía negó con la cabeza.
—Sí, pero con guardaespaldas no es lo mismo que salir con amigos. Quiero tener amigos que me quieran por quién soy, no por la fortuna de nuestra familia.
Sebastián se acercó a Sofía, con una expresión más suave.
—Sofía, nosotros te queremos. Queremos protegerte.
Sofía miró a sus hermanos con lágrimas en los ojos.
—Lo sé, pero no es lo mismo. Quiero ser libre. Quiero vivir mi propia vida.
Después de la discusión, Sofía salió de la oficina y se dirigió a su habitación, cerrando la puerta detrás de ella. La casa quedó en silencio, solo roto por el murmullo de la conversación que continuaba en la oficina.
Eduardo se sentó en su silla, con una expresión preocupada.
—Tenemos que hacer algo para que Sofía se sienta más integrada en la familia —dijo, mirando a Elsa y sus hijos.
Elsa asintió, con lágrimas en los ojos.
—Sí, pero no podemos olvidar lo que pasó cuando era pequeña. No podemos arriesgarnos a que algo así vuelva a suceder —respondió, su voz temblando ligeramente.
Sebastián se sentó en una silla frente a su padre.
—Papá, mamá, entiendo vuestras preocupaciones, pero Sofía tiene razón. Está creciendo y necesita tener su propia vida. No podemos mantenerla encerrada en esta casa para siempre —dijo, su voz llena de convicción.
Daniel asintió en acuerdo.
—Sí, y tal vez podamos encontrar una forma de que tenga más libertad sin ponerla en peligro. Podríamos contratar a alguien para que la acompañe en sus salidas, o buscarle actividades que pueda hacer en casa —sugirió, pensando en posibles soluciones.
Elsa miró a sus hijos, con una mezcla de miedo y esperanza.
—¿Qué sugieren ustedes? ¿Cómo podemos hacer que Sofía se sienta más feliz y segura al mismo tiempo? —preguntó, su voz llena de preocupación.
La familia continuó discutiendo, intentando encontrar una solución que satisficiera a todos. Mientras tanto, Sofía estaba en su habitación, llorando y sintiendo que no tenía salida.