Desperté por culpa del ir y venir de mis hermanas, siempre fueron inquietas, pero hoy se habían excedido. Noté que todo a mi alrededor era oscuro. Desde que tengo memoria, siempre estábamos rodeadas de una espesa capa blanca formada por las que estaban más lejos. Cada día, aparecían más de nosotras, y, según, Eski Su, la más anciana de nosotras, pronto sería el descenso. Cuantas más éramos más nos acercábamos a la caída. Según ella, muchas no llegaríamos a la ascensión. Todas la dimos por loca, hasta hoy.
De pronto, escuchamos un estruendo, vi una luz, y comenzamos a bajar, una por una. Gritos y gemidos se oían por todos lados. Entonces, sentí mi cuerpo ser arrastrado hacia abajo. Era una fuerza muy potente, y yo apenas podía resistir.
– Déjate llevar.– me aconsejó Eski Su.
Yo sólo la miré con extrañeza, no sabía lo que pasaba, yo no quería irme. Quería seguir flotando junto a mis hermanas.
– ¿Por qué me pasa esto?– pregunté tratando de acercarme a ella.
– Es el ciclo de nuestra vida.– respondió y la vi desaparecer.
Seguí luchando por quedarme, pero fui arrastrada hasta salir de entre mis compañeras. Miré hacia abajo, una superficie mancha verde se extendía por todos lados. Escucho las voces de mis hermanas y ruego que se quedaran. Mi cuerpo impactó con el de otras como ella. Otra fuerza la arrastraba hacia delante, llevándome a quién sabe dónde. Todo a mi alrededor eran gritos, súplicas, muchas ofendían, otras solo lloraban, muchas reían. Me acerqué a una que parecía estar aquí desde hace mucho.
– ¿Dónde estamos?– pregunté y ella me observó con curiosidad.
– Eres de las jovencitas.– susurró– Estamos en el gran torrente, nos dirigimos a la gran mancha azul para poder presenciar la ascensión. Aunque algunas de las que están arriba pueden irse primero, pero no todas contamos con esa suerte.– declaró.
– ¿Cuánto tiempo estaré aquí?– pregunté y ella solo rió.
– Si sigues moviéndote, de aquí a que las luces aparezcan, puedes llegar ala superficie. En cuanto todo empiece a calentarse empezarás a subir.– contestó– Además, todo depende de ti, niña.
– ¿Cuando podrá ser eso?– pregunté.
– No lo sé, días, semanas, meses, años, décadas, milenios. Todo depende de la cantidad de niñas que desciendan.– contestó– Quizás aparezcan en unos meses.
Dicho esto, la vi irse lejos de todo esto. Yo seguí corriendo y poco a poco iba viendo la superficie, estaba casi llegando, pero un grito llamó la atención de todas. No sé cuánto tiempo había pasado, pero sé que no pasaba de un año. Nuestro alrededor se tornó gris, todo era confuso, me sentí desmayar. Para cuando cerré los ojos, todo era un desastre, miedo, miedo, y más miedo. Caí en la inconsciencia a pesar del movimiento.
– ¿Se acabó?– escuché unos susurros.
– No lo sé, pero lo que si sé es que él es hermoso.– escuché otra voz.
– ¿Lo vieron? Es tan... No sé cómo describirlo. ¿Quién será?– preguntó otra.
– Él es nuestro boleto a la ascensión.– contestó una.
Abrí los ojos de golpe, y decidí ver de qué hablaban. Y allí estaba él, danzando y brillando como si fuese lo único que se pudiera hacer. Todo era chispeante a su alrededor. Un deseo surgió en mi, quería estar allí, danzando con él. Iba a dar un paso adelante cuando alguien me detuvo.
– ¿Estás loca? ¿Quieres desaparecer?– me preguntó– No te puedes acercar a Oigeń.
– ¿Oigeń?– pregunté.
– He visto a muchas acercarse a él para ascender y él las ha desaparecido en instantes.– contestó.
– Yo solo quiero verlo bailar más de cerca.– declaré y ella me miró de forma analítica.
– ¿Cuál es tu nombre?– preguntó.
– Vatten.– contesté.
– Yo soy Su.– decía ella– Ven, te llevaré a un lugar donde lo verás mejor.
Nos movimos, aunque tardamos días en llegar, el espectáculo era precioso. Por un momento no quise regresar allá arriba, deseé por momentos quedarme para siempre en aquel lugar a verlo bailar tan elegante. Su me sonrió. No tenía palabras para expresar lo que veía en ese momento.
– ¡Esto es simplemente bellísimo!– exclamé.
– Lo sé. Él es siempre así.– declaró.
– ¿Hace cuánto estás aquí?– pregunté.
– No lo sé, dejé de contar después de mi quinta ascensión. Ahora estoy esperando a que un humano me ingiera.– decía– Dicen que dentro de ellos hay más de nosotras, pero son del mismo color que Oigeń.
– ¡Increíble!– exclamé.
– Tu concéntrate en mirar la danza de Oigeń. Dentro de unos siglos lo matarán.– comentó.
– ¿El va a morir?– pregunté horrorizada. ¿Quién haría eso a tan hermoso ser?
– Los humanos siempre vierten a algunas de nosotras para poder matarlo.– contestó– Es ahí cuando sus asesinas ascienden. Luego vuelve a aparecer, con más odio hacia nosotras, como si fuéramos las culpables de que los humanos lo maten y lo traigan de vuelta a su voluntad.
– ¿Por qué los humanos quieren matarlo?– pregunté tratando de comprender.
– Existe una leyenda. Hace milenios, Oigeń se enamoró de una de nosotras, decían que eran felices, hasta que ella se deshizo en sus brazos, y subió. Cada descenso, ellos encontraban una forma de encontrarse. No importaba la superficie, ellos siempre encontraban la manera de verse. Hasta que un día, un humano ingirió a su amor. Oigeń, se envolvió en un dolor insoportable y empezó a consumir todo a su paso. Muchas de nosotras que ansiaban la ascensión, lo abrazamos, para calmar su dolor. Él desapareció, y las nuestras subieron. Pero los humanos encontraron una forma de traerlo a voluntad, y al ver lo que le hacíamos, comenzaron a usarnos para matarlo. Lo que empezó como una relación de amistad, se convirtió en odio.– me contó.
– ¿Qué le pasó al amor de Oigeń?– pregunté y por un momento vi en mi mente las imágenes de aquello que Su me contaba. Una especie de sentimiento de melancolía se albergó en mi interior.
– No se sabe. Pero sospecho que logró salir del humano, aunque no sé cómo es posible eso.– contestó– ¿Sabes, Vatten? Tú te llamas igual que ella.– comentó.
– ¿En serio?– la miré curiosa.
– Ya te conté lo suficiente, ahora, vuelve a donde perteneces.– decía haciéndome caer al abismo donde Oigeń danzaba.
La vi sonreír, y sus labios se movieron diciendo algo que no entendí. La calidez se apoderó de mí, pensé que seguiría cayendo cuando alguien me sostuvo. Oigeń me miró con anhelo. Estaba teniendo un dejavú. Él sonrió y me abrazó.
– No sabes cuánto estuve esperando por ti.– susurró.
– ¿Me conoces?– pregunté confindida y un dolor me azotó.
– ¿Vatten, no me recuerdas?– decía en tono lastimero.
– Yo...– traté de hablar pero el dolor me azotó de nuevo.
Imágenes llegaron a mi mente, sentimientos ocultos, todo aquello que había vivido. Oigeń, el humano, Su, Eski Su. Todo se estaba haciendo claro en mi mente. Sentí como Oigeń me abrazaba. Yo solo comenzé a llorar. Todo vino de golpe.
– Te amo.– le dije tratando de retener las lágrimas.
– Yo también te amo.– susurró él.Y allí nos entregamos a nuestro amor, ese amor que había olvidado, ese amor que había crecido por años y él lo recordó.
– Por favor, no te vayas. No quiero perderte otra vez.– me susurró al borde del llanto.
– No me perderás. Y aunque vuelva a olvidarte, siempre volveré a ti.– le contesté.
Estuvimos danzando por años, entre besos y caricias. Entre risas y discusiones. Hasta ese día, ese día en que tuve que regresar. Mi cuerpo se estaba disolviendo, como muchas veces lo había echo antes. Oigeń me abrazó y yo solo lo besé.
– Te amo, y te prometo volver a ti. No importa nada. Estaré a junto a ti.– le susurré.
– Te prometo esperarte hasta que regreses.– susurró dándome otro beso– No importa cuánto me maten.
– Antes de irme, hazme otro regalo.– le pedí y el solo asintió para luego darme un último beso
Me deshice en sus brazos, y subí. Todas me miraban, y allí estaba yo, esperando mi descenso para reencontrarme con mi amor.