Sé que me estás mirando, y cada vez que lo haces, siento una chispa dentro de mí. Quiero besarte, pero no dices una palabra. Sin embargo, sé que ves todo lo que hago, y eso me vuelve loca.
Mi corazón late más rápido, como si estuvieras aquí, aunque estés tan lejos. Es como un silencio que resuena más fuerte que todo lo demás, un sonido dentro de mi pecho que no puedo callar.
No dejas rastros, pero siento tus pasos en cada rincón. No dices nada, pero tus ojos me lo dicen todo. Todo lo que no dices está escrito en esa mirada, como si me hablaras sin palabras.
Es como un juego sin reglas, una guerra que no tiene paz ni final. Y aunque sé que si me tocaras, no habría marcha atrás, me encuentro atrapada en esa espera, en ese deseo callado.
Cuando me miras así, el mundo parece detenerse por un momento. No hace falta que digas nada, ya lo veo en tu mirada: me has elegido, pero yo sigo esperando algo más.
Tus ojos me lo dicen todo, aunque no pronuncies ni una palabra. Aunque no estés aquí, mi alma ya está contigo. Me imagino frente al altar, usando un vestido blanco, diciendo “sí” frente a todos. Lo sabes, es un final feliz… pero también sé que no todo es color de rosa.
Me miras, pero no confiesas nada. Solo hay silencio, y ese silencio me consume, porque me hace sentir que todo lo que espero podría no llegar nunca.
Aunque sueño con un “para siempre,” también sé que los sueños no siempre son reales. Tu mirada promete lo que tus labios callan, pero el silencio también puede herir, también puede fallar.
Si no vas a decirme por qué me miras así, ¿por qué debería seguir aquí, atrapada en este silencio?