—Eliese… puedes soltarme. Tengo algo importante que hacer —dijo Alexander, intentando mantener la compostura.
Ella sonrió con lentitud, una sonrisa peligrosa, como la de una mujer que lo había planeado todo desde el principio. Se inclinó hacia su oído y le susurró con voz baja, sedosa, cargada de una malicia deliciosa.
—No te preocupes por eso. Ya les informé que te sentías indispuesto… Nadie vendrá a molestarnos. Además —hizo una breve pausa, dejando que sus labios rozaran la piel de su cuello—, ya es hora de empezar. Solo me quedan cuatro horas antes de irme. Y pienso disfrutarlas… todas.
Sus palabras quedaron flotando en el aire como un hechizo. Alexander tragó saliva. Sabía que no iba a ser fácil salirse de aquello… no esta vez.
Eliese comenzó a besar la línea de su mandíbula con lentitud, descendiendo hacia su cuello. Lamía con delicadeza, como si estuviera probando algo exquisito y caro. Sus movimientos eran lentos, calculados, sensuales. Observó, satisfecha, cómo la piel pálida de su esposo comenzaba a teñirse de un tono rosado, como un melocotón maduro bajo el sol.
Su excitación era evidente. Ella sonreía, encantada.
—¿Qué pasa, cariño? —susurró, mordiendo suavemente el lóbulo de su oreja—. ¿Tienes vergüenza?
Alexander tensó los brazos, tratando de soltarse, pero las ataduras resistieron con firmeza.
—Cállate, Eliese —dijo, con los dientes apretados—. Suéltame.
Ella se rió, una risa suave y femenina, pero con un trasfondo oscuro. No se inmutó. Al contrario, deslizó una mano por su torso, bajando con lentitud hasta la zona de su entrepierna, donde la tela apenas ocultaba la evidencia de su contradicción.
—Tengo la sensación de que mientes —dijo, sin dejar de acariciar—. Pero no te preocupes... Mejor le pregunto a esta parte —hizo una leve presión con los dedos—, que siempre ha sido mucho más sincera.
Alexander cerró los ojos un instante, intentando resistir la mezcla de frustración, deseo y confusión que lo consumía. Eliese, en cambio, parecía encantada con el poder que tenía entre manos. Literal y figurativamente.
La habitación seguía envuelta en sombras, con el fuego ardiendo bajo la chimenea y el silencio denso de una noche que aún no había mostrado su verdadero rostro.