Helena despertó en una cama que no recordaba haber tocado. Sábanas negras de seda, la chimenea encendida… y el eco de gemidos aún vibrando en su cuerpo.
No sabía si lo de anoche había sido un sueño… o una condena.
Se incorporó lentamente, notando marcas en su piel. No eran moretones, ni rasguños comunes. Eran símbolos… antiguos, grabados con fuego. Y, sin embargo, no dolían. Al contrario, pulsaban con deseo.
La puerta se abrió sin previo aviso.
Damián entró, impecable como siempre. Pero esta vez no evitó su mirada. Esta vez no se escondió tras su máscara de indiferencia.
—¿Qué me hiciste? —preguntó ella, con la voz ronca.
—Te mostré lo que soy. Y tomé lo que ofreciste… aunque no debería haberlo hecho.
—¿Y qué eres, realmente?
Damián se acercó. Sus dedos rozaron su clavícula, lento, descendiendo como si leyera su cuerpo como un libro prohibido.
—Soy hambre. Soy condena. Y ahora… tú también lo eres.
Ella lo golpeó en el pecho, sin fuerza, más confundida que enojada.
—¿Me convertiste?
—Aún no del todo. Estás entre dos mundos, Helena. Un paso más… y no volverás a ser humana.
—¿Y qué pasa si quiero darlo?
Damián se detuvo. Su expresión se quebró, por primera vez. Como si no pudiera creer lo que acababa de oír.
—No sabes lo que pides. Sed de sangre. Placer que quema. Oscuridad eterna. Yo puedo enseñártelo todo… pero una vez dentro, no hay salida.
Ella se acercó a él, desabotonando lentamente su camisa. Bajo la tela, su piel era dura como mármol, pero ardía como un horno infernal.
—Entonces enséñame —susurró, antes de morderle el cuello.
El gemido de él fue un rugido contenido. La tomó por la cintura y la levantó como si no pesara nada, llevándola contra el muro del salón. Sus bocas eran furia, deseo y entrega total. No había ternura, solo la urgencia de un pecado que pedía repetirse.
Y mientras se fundían de nuevo, los símbolos de su piel se encendían con luz roja.
Un pacto estaba sellándose.
Pero en las sombras del castillo… algo más los observaba.
Algo que no quería que Damián volviera a amar.
Y que estaba dispuesto a destruirla a ella… antes de que él lo hiciera.