Siempre pensé que el amor llegaría a mi vida de una forma épica. Algo tipo película: miradas intensas bajo la lluvia, un cruce de caminos inesperado, una conversación llena de química y risas… Ya saben, cosas normales.
Pero no.
Mi historia de amor empezó con una galleta.
Era un día común en la cafetería de la universidad. Tenía en la mano mi café recién servido y, con la otra, estiré los dedos para agarrar la última galleta de chispas de chocolate en la vitrina.
Error.
Otra mano la tomó al mismo tiempo.
Nos miramos. El dueño de la otra mano era un chico atractivo, de ojos brillantes y una sonrisa que, en otras circunstancias, hubiera sido encantadora. Pero en ese momento, solo vi a un enemigo.
—Yo la vi primero —dije con seriedad.
—Yo la toqué primero —respondió con la misma intensidad.
Así comenzó el duelo del siglo. Ninguno soltaba la galleta. El universo entero se desvaneció y solo existíamos nosotros, en una batalla de voluntades y gluten.
—Podemos compartirla —propuso, aunque en su tono se notaba que no le hacía gracia la idea.
—Prefiero morir —respondí.
Entonces, sucedió lo peor.
La galleta, víctima inocente de nuestro enfrentamiento, se partió en dos y…
—¡No, no, no! —grité mientras veía mi mitad caer en cámara lenta directo a mi café. Un sonido blop decretó la tragedia.
Él, en cambio, se llevó su mitad a la boca con aire triunfal.
—Te quedaste sin galleta.
—¡Eres un monstruo!
—Te invito otra.
—No quiero tu caridad.
—Vamos, fue un duelo justo. Además… —sonrió con malicia—. Técnicamente, te gané.
Lo asesiné con la mirada. Él sonrió aún más. Y fue en ese preciso instante, cuando mi indignación estaba en su punto máximo, que mi cerebro cometió una traición histórica.
Me enamoré.
Fue un flechazo. No uno normal, sino un flechazo ridículo, torpe, absurdo. Un flechazo de esos que te hacen pensar: "¿De verdad? ¿Así de fácil? ¿Después de un robo de galleta?"
Pero así fue.
Hoy, cinco años después, sigo sin saber si fue por la injusticia, por su sonrisa o porque jamás había conocido a alguien tan insoportable y encantador al mismo tiempo. Solo sé que ahora desayunamos juntos todos los días.
Y sí, todavía peleamos por la última galleta.
FIN