Imagina un bosque tenebroso y oscuro, la luz apenas penetrando las densas copas de los árboles, creando una penumbra constante. Los altos y nudosos árboles con ramas retorcidas se entrelazan como manos huesudas. El suelo, cubierto de hojas marchitas que crujen bajo cada paso, emana un olor a tierra mojada y vegetación en descomposición. El viento susurra entre las ramas, y el crujido de alguna rama seca te hace detenerte y mirar a tu alrededor con desconfianza.
El aire está cargado de humedad, y la sensación de ser observado es constante. Sombras parecen moverse a tu alrededor, y los sonidos de la fauna nocturna, como el ulular de un búho o el aullido distante de un lobo, aumentan la atmósfera de misterio y peligro. Es un lugar donde la naturaleza conspira para mantener alejados a los intrusos, guardando secretos oscuros y olvidados en cada rincón y sombra.
Ya lo has echo, pues me encuentro exactamente dentro de el mismo.
Me adentro cada vez más en la oscuridad, huyendo de un ser que solo aparece en pesadillas: un ser mitológico y maligno, sediento de sangre y deseoso de ver el sufrimiento que lo rodea. Un vampiro.
¿Cómo llegué aquí? Fácil, fue una absurda apuesta de esas que se hacen entre amigos borrachos. Era de noche y viernes, así que estábamos festejando en un bar cercano al trabajo.
—¿Y por fin cuándo te casas?— preguntó Ernesto mientras me sonreía.
—Dentro de un mes— respondí con emoción.
Mi prometida, Elena, era el sueño de todo hombre: alta, rubia, amable y muy responsable. Sobre todo, era bella. Nos conocimos en la prepa y decidimos empezar una relación que pronto se convertiría en matrimonio.
—Eres el primer soldado caído del grupo, Rafael— escuché a Gonzalo mientras soltaba una carcajada.— ¡Brindis por este bastardo que se nos casa en un mes!— dijo alzando su vaso de cerveza al aire.
Las risas resonaban por todo el bar. No sé cuándo ocurrió exactamente, pero recuerdo que todos estábamos borrachos.
—El bosque de los perdido, se dice que quien entra no regresa— dijo Ernesto mientras reía.
—¿Quién dijo tal tontería? Es una falsedad— se rió Gonzalo.
—No creo que sea conveniente ir, es peligroso. Tiene antecedentes de desapariciones— dije, fijando la mirada en el vaso de whisky que tenía en la mano.
Los ojos de Gonzalo se clavaron en mí mientras una extraña sonrisa se dibujaba en su rostro.
—Apuesto mi lambo, solo tienes que entrar y será tuyo.
No soy de cometer locuras ni meterme en líos, pero esa noche estaba borracho y el lambo de Gonzalo era hermoso.
—Es una apuesta— sonreí mientras me tomaba mi trago de un sorbo.
El sendero era oscuro y frío a esa hora de la madrugada, y no sé por qué, pero desde el momento en que me adentré, sentí que alguien me observaba. Tal vez lo sentí desde el bar, no estoy seguro; el alcohol nublaba mi juicio, y claro que lo hacía, porque me estaba adentrando en el maldito Bosque de los Perdidos.
Lo llamaron así porque en ese lugar habían desaparecido cientos de personas en los últimos cuatro años. Nadie volvió a verlos, y se comentaba que en el bosque habitaba un ser maligno y oscuro. ¿Tonterías, no?
Después de sentir un escalofrío, miré detrás rápidamente para encontrarme cara a cara con un hombre de más de dos metros de altura. Levanté la vista para percatarme de su absurda altura y su rostro, que parecía esculpido a la perfección.
Era pálido, demasiado, con el cabello negro y unos ojos más negros que la misma noche.
—Disculpe...— Mi voz sonó temblorosa, llena de miedo. No era para menos, tenía delante a un hombre demasiado alto.
—Estás perdido, pequeño— Su voz resonó en el aire, tétrica y profunda, con un tono ronco que parecía emerger de las profundidades de la tierra.
—Mis amigos y yo hicimos una apuesta...— ¿Qué estaba diciendo? Mi voz salía sin filtro, contando todo lo sucedido. Lo acababa de conocer y ya le estaba revelando todo como si nada. Era un sentimiento extraño, como si estuviera hechizado o algo así.
—Entiendo...— Una sonrisa escalofriante se dibujó en su rostro. —Te he estado observando desde hace mucho tiempo.
La mano del desconocido recorrió mi tembloroso rostro con un paso delicado. Estaba aterrorizado; mi mente gritaba correr, pero mi cuerpo era incapaz de seguir sus órdenes.
—Tan bello, tan delicado, tan fiel...— Su voz se tornó más gruesa. —¿Por qué te fijaste en alguien más?
Con fuerza, tomó mi nuca, acercándome más a su gran y musculoso cuerpo.
—Eres tan perfecto, Rafael, tan bello y delicioso.
Pegó su frente a mi hombro, y pude sentir su respiración cálida y pausada en mi nuca. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral, intensificando la sensación de peligro y misterio que lo envolvía.
Mientras su respiración se volvía más intensa, mis pensamientos se desvanecían, dejándome completamente a su merced.
—Deseaba tanto hacer esto...— Su mandíbula se cerró sobre mi cuello, y un terrible dolor agudo se extendió por la zona.
—¡Ahhhh! ¿Qué haces? ¡Detente, mierda, esto duele!— Mientras forcejeaba sin resultado, sentía cómo mi cuerpo se debilitaba cada vez más.
El desconocido se separó de mí, y pude ver un cambio en su rostro. Sus ojos brillaban con un rojo intenso, como la misma sangre que recorría sus labios, la sangre de mi cuerpo.
No sé en qué momento logré escabullirme de su agarre, pero lo hice. Aproveché el instante como si mi vida dependiera de ello. Corrí con el corazón desbocado, sin atreverme a mirar atrás, atravesando las sombras del bosque con pasos desesperados. Era de noche, todo estaba envuelto en una penumbra impenetrable, y yo no tenía idea de a dónde me dirigía. Solo sabía una cosa: debía escapar.
El miedo se aferraba a mi pecho como un ancla. Había algo que me decía que él podía alcanzarme en cualquier momento, que cada zancada mía era solo un juego para él. Pero... ¿por qué no lo hacía? ¿Qué lo retenía? ¿Era esto una retorcida diversión para él?
A lo lejos, mis ojos vislumbraron una cabaña diminuta, casi oculta entre la espesura. Sin pensarlo dos veces, me lancé hacia ella y, jadeante, cerré la puerta detrás de mí. Dentro, el aire era pesado y frío; las paredes, húmedas y opresivas. Pero, incluso ahí, en la aparente seguridad de aquel refugio improvisado, algo me decía que no estaba solo, que aún no estaba a salvo.
El tiempo se volvió un concepto borroso. Quizá pasaron horas, quizá solo minutos, cuando una ventana se abrió de golpe, rompiendo el frágil silencio. Me apresuré a cerrarla, mi respiración agitada resonando en la oscuridad. Y entonces lo sentí.
Un aliento, cálido y gélido a la vez, recorrió la piel de mi cuello como un susurro de muerte. Me giré instintivamente, y ahí estaban: dos ojos rojos como brasas, mirándome con una intensidad que atravesó mi alma. Retrocedí torpemente, tropezando con mis propios pies, pero antes de que pudiera caer, su brazo me atrapó, firme y posesivo, pegándome contra su cuerpo.
—¿Por qué huyes de mí, Rafael? —su voz resonó, grave y cortante, como un eco nacido del abismo.
—¿M-Me vas a matar? —balbuceé, temblando. Cada palabra me costaba un esfuerzo descomunal.
El pánico me envolvía, un terror crudo e incontrolable. No sabía qué era lo que él quería, pero presentía que mi destino pendía de un hilo. Entonces, vi cómo sus labios se curvaban en una sonrisa que helaba la sangre.
—Nunca te haría daño —murmuró, su tono tan seductor como letal—. Eres demasiado importante para mí. Eres mi único amor, mi esencia, mi vida entera.
Sus palabras eran un veneno dulce, cada sílaba una caricia que embriagaba mis sentidos. Estaba cayendo, lo sabía, como quien se entrega al vacío, consciente de que jamás será el mismo. Y aun así, por más que luchara contra ello, me resultaba imposible resistirme al hechizo de aquel hombre que, con cada gesto y cada mirada, parecía dominarme por completo.
El aire en la cabaña se volvió más denso, como si el tiempo mismo se detuviera. Ese hombre perfecto no apartaba su mirada de mí. Sus ojos rojos brillaban con una intensidad que parecía atravesar mi alma, desnudando cada rincón de mi ser. Sentía que mi voluntad se desmoronaba, como un castillo de arena ante una ola implacable.
—Rafael —susurró mi nombre con una suavidad que contrastaba con su presencia imponente—. No tienes idea de cuánto tiempo he esperado este momento.
—¿Qué quieres de mí? —logré preguntar, aunque mi voz apenas era un murmullo. El miedo seguía atenazando mi pecho, pero había algo más, algo que no podía explicar. Una atracción inexplicable, como si una parte de mí supiera que estaba destinado a este encuentro.
Aquel misterioso sujeto sonrió, y esa sonrisa era a la vez aterradora y fascinante.
—Quiero protegerte, amarte... y liberarte de la banalidad de la vida mortal. —Su voz era un canto hipnótico, cada palabra envolviéndome como un manto cálido.
—¿Liberarme? —repetí, confundido. Mi mente luchaba por comprender, pero mi corazón latía con una mezcla de terror y curiosidad.
—Sí, Rafael. —Se acercó más, su rostro a centímetros del mío—. He vivido siglos, he visto el mundo cambiar y desmoronarse una y otra vez. Pero tú... tú eres lo único que ha dado sentido a mi existencia. Desde el momento en que te vi, supe que eras diferente. Eres mi luz en esta oscuridad eterna.
Sus palabras eran como un veneno dulce, intoxicándome. Quería resistirme, quería gritar, pero algo dentro de mí se rendía ante él. ¿Era esto amor? ¿O simplemente el poder de su hechizo?
—No puedo... no puedo dejar todo atrás —dije, aunque mi voz carecía de convicción. Pensé en Elena, en mi vida, en todo lo que había construido. Pero esas imágenes se desvanecían, eclipsadas por la intensidad de este ser que me atraía con cada mirada, con cada palabra que de su boca escapaba.
—No te estoy pidiendo que dejes nada atrás, Rafael. —Tomó mi rostro entre sus manos, sus dedos fríos como el mármol—. Te estoy ofreciendo un nuevo comienzo. Una eternidad juntos. No habrá dolor, no habrá miedo. Solo nosotros.
Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas. Estaba atrapado entre dos mundos, entre dos destinos. Pero en el fondo, sabía que ya había tomado una decisión, aunque no quería admitirlo.
—¿Y si me arrepiento? —pregunté, mi voz quebrándose.
Vi como inclinó su cabeza hacia mi, su mirada suavizándose.
—Entonces te dejaré ir. Pero te prometo, Rafael, que nunca te arrepentirás. Porque lo que compartiremos será más profundo, más verdadero, que cualquier cosa que hayas conocido.
El silencio llenó la cabaña. Mi corazón latía con fuerza, y finalmente, cerré los ojos y asentí. No sabía si era la decisión correcta, pero en ese momento, parecía inevitable.
Aquel ser, aquel vampiro sonrió, y por primera vez, su sonrisa no me pareció aterradora. Era cálida, casi humana. Se inclinó hacia mí, y sentí sus labios rozar mi cuello. Un dolor agudo me atravesó, pero fue breve, reemplazado rápidamente por una sensación de euforia, como si cada célula de mi cuerpo despertara a una nueva vida.
Cuando abrió los ojos, el mundo había cambiado. Los colores eran más vivos, los sonidos más claros. Y él estaba allí, mirándome con una mezcla de orgullo y amor.
—Bienvenido a la eternidad, Rafael —dijo, extendiendo su mano.
La tomé, y juntos salimos de la cabaña, adentrándonos en el bosque. Ya no sentía miedo. Por primera vez, sentía que pertenecía a algo más grande, algo eterno. Y aunque sabía que mi vida nunca volvería a ser la misma, también sabía que no estaba solo.
Nosotros éramos uno, unidos por un vínculo que trascendía el tiempo y el espacio. Y mientras caminábamos bajo las estrellas, supe que había encontrado mi lugar en el mundo, aunque ese mundo fuera oscuro y desconocido.
.
.
.
Espero que te gustará mi historia y si es así síganme para parte 2 ~ ♡