La historia comienza en una parada de autobús, en medio de una tormenta.
Yo había olvidado mi paraguas en casa y estaba resignado a correr hasta mi departamento cuando lo vi.
Luca.
Pantalones rasgados, chaqueta de mezclilla, y esa energía de alguien que estaba en el lugar equivocado.
—Odio la lluvia —murmuró, sin dirigirse a nadie en particular.
No sé por qué le respondí.
—A mí me gusta.
Giró la cabeza y me miró por primera vez.
—¿Eres de esos tipos poéticos que creen que la lluvia es romántica?
Me encogí de hombros.
—Más bien, me gusta porque limpia todo. Hace que la ciudad huela diferente.
Luca sonrió apenas, como si le hubiera divertido mi respuesta.
Y luego, sin aviso, extendió la mano.
—Luca.
Dudé un segundo antes de estrecharla.
—Julián.