El eco de mis pasos resonaba en los pasillos de la antigua universidad. Era tarde, demasiado tarde para que alguien siguiera aquí, pero la biblioteca era mi refugio. Siempre lo había sido. Entre libros polvorientos y manuscritos olvidados, podía fingir que el mundo exterior no existía.
Esa noche, sin embargo, no estaba solo.
—¿Te das cuenta de que siempre te quedas hasta tarde? —preguntó una voz detrás de mí.
Me giré, con el corazón en la garganta. Ahí estaba, apoyado contra la estantería, con su eterna chaqueta de cuero y esa sonrisa entre burlona y encantadora. Liam.
—¿Y tú qué haces aquí? —repliqué, tratando de sonar indiferente.
—Lo mismo que tú, supongo. Escapar del mundo.
Liam y yo nunca habíamos sido exactamente amigos. Nos conocíamos desde hacía años, pero él pertenecía a un grupo diferente. Más ruidoso, más atrevido. Y yo... bueno, yo era el tipo que prefería perderse en los libros.
—No pareces el tipo de persona que pasa su tiempo en una biblioteca —dije, cruzándome de brazos.
Él se encogió de hombros y, sin pedir permiso, se sentó en la mesa frente a mí.
—Las apariencias engañan.
Lo miré con escepticismo, pero antes de poder responder, un ruido extraño nos interrumpió. Era un sonido suave, como un murmullo, proveniente del fondo de la biblioteca.
Liam frunció el ceño.
—¿Escuchaste eso?
Asentí. Algo en mi interior me decía que no era nada bueno.
—Vamos a ver.
—¿Qué? No. Ni loco —protesté—. ¿No has visto películas de terror? Es el tipo de cosa que haces cuando quieres morir primero.
Liam rió entre dientes.
—No seas dramático, Alex. Seguro es el viento o un gato o algo así.
Pero no era el viento. Ni un gato.
Nos adentramos entre los estantes, la tenue luz de la biblioteca apenas iluminando nuestro camino. Cuanto más avanzábamos, más fuerte se hacía el susurro. Hasta que lo vimos.
Un libro flotaba en el aire, girando lentamente, como si una mano invisible lo sostuviera. La energía a su alrededor chisporroteaba con una luz tenue, azulada.
—Dime que esto no es normal —susurró Liam.
—¿Crees que tengo cara de haber visto algo así antes? —repliqué, sin apartar la vista del libro.
De repente, el libro cayó al suelo con un golpe seco. Todo quedó en silencio. Nos miramos, sin saber qué hacer.
—Creo que deberíamos irnos —dije al fin.
—Creo que tienes razón.
Pero cuando dimos un paso atrás, la biblioteca cambió.
El techo se desvaneció, reemplazado por un cielo oscuro, lleno de estrellas que no reconocía. Las estanterías se extendieron hasta donde la vista alcanzaba, y las sombras entre ellas parecían moverse por sí solas.
—¿Dónde... estamos? —murmuró Liam.
Yo tampoco lo sabía, pero había algo que sí entendía con certeza: ya no estábamos en la universidad.
—No sé, pero tenemos que salir de aquí.
Liam me tomó de la muñeca. Su agarre era firme, casi desesperado.
—No te separes de mí.
Asentí, aunque no estaba seguro de qué haríamos. Caminamos entre las estanterías, buscando una salida. Todo parecía torcerse y cambiar a nuestro alrededor, como si el lugar estuviera vivo.
Y entonces, la voz habló.
—Bienvenidos, viajeros.
Nos detuvimos en seco.
Frente a nosotros, una figura emergió de las sombras. Alto, con un rostro cubierto por una máscara blanca, y ojos que brillaban con una luz espectral.
—Han sido llamados por el destino —continuó la figura—. Solo aquellos que buscan la verdad pueden entrar a este lugar.
—¿Qué verdad? —preguntó Liam con el ceño fruncido.
—La verdad sobre ustedes mismos.
No supe por qué, pero un escalofrío me recorrió la espalda.
—Nosotros solo queremos volver —dije, tratando de sonar seguro.
—Para salir, deben enfrentar lo que ocultan en su interior.
De pronto, una luz nos envolvió. Sentí que mi cuerpo era arrastrado, como si estuviera cayendo en un sueño profundo.
Cuando abrí los ojos, ya no estaba en la biblioteca. Estaba en mi habitación.
Pero algo estaba mal.
Todo era un reflejo de mi vida, pero distorsionado. Mi escritorio estaba cubierto de fotos de mí y Liam. Fotos que no existían en la realidad. En ellas, nos veía felices, juntos de una manera que nunca habíamos sido.
El sonido de la puerta abriéndose me hizo girar.
Liam estaba allí, pero no era exactamente él. Sus ojos brillaban con la misma luz espectral de la figura enmascarada.
—¿Por qué siempre finges que no te importa? —preguntó.
—¿Qué?
—Siempre te escondes detrás de tus libros, como si eso fuera suficiente. Como si eso pudiera evitar que sientas lo que sientes.
Mi garganta se secó.
—No sé de qué hablas.
—Claro que lo sabes.
Se acercó, y sentí que el aire se volvía denso.
—Has pasado toda tu vida huyendo de esto, Alex. De lo que sientes por mí.
Mi corazón se detuvo.
Porque era cierto.
Siempre había sentido algo por Liam. Siempre había existido esa chispa entre nosotros, ese algo que nunca quise admitir.
—No...
—No puedes mentirte a ti mismo aquí.
Las sombras a nuestro alrededor se movieron. Todo el cuarto pareció temblar.
Y entonces, recordé lo que la figura enmascarada había dicho.
"Para salir, deben enfrentar lo que ocultan en su interior".
Cerré los ojos.
Respiré hondo.
Y hablé la verdad.
—Sí. Te quiero. Siempre te he querido.
El mundo explotó en luz.
Cuando abrí los ojos, estábamos de vuelta en la biblioteca.
Liam me miraba con los ojos muy abiertos.
—¿Alex...?
No era la versión espectral de él. Era el verdadero. Y me miraba de una manera que nunca antes había visto.
—Lo que dijiste allá... ¿era cierto?
Sentí mi corazón acelerarse, pero esta vez no quise huir.
—Sí.
Liam sonrió.
—Tardaste demasiado en darte cuenta.
Y entonces, me besó.
Era un beso suave, pero lleno de todo lo que habíamos callado por tanto tiempo.
Cuando nos separamos, la biblioteca seguía ahí, como si nada hubiera pasado. Pero algo dentro de mí había cambiado.
Ya no tenía miedo.
Y, por primera vez, el futuro no me asustaba.