Nunca imaginé sentirme tan perdido, tan desconectado de mí mismo, que ya no puedo distinguir el norte del sur. Todo da vueltas, como una brújula rota que no encuentra el verdadero centro. Es como estar atrapado en un lugar donde no hay dirección, solo un vacío que me consume lentamente.
No pensé que llegaría este momento, en el que ni siquiera sé a dónde ir, en el que la impotencia me abraza con tanta fuerza que apenas puedo respirar. Y entonces me pregunto.. ¿por qué me siento tan triste? ¿Por qué estoy tan roto? Sé la respuesta, aunque preferiría no decirla..... Es por lo mismo.
Estoy harto. Harto de escribir sobre eso, de que sea el centro de cada palabra que dejo caer. Harto de hablar de lo mismo, de escuchar a los demás llamarme loco o tonto por no poder soltarlo todo. Harto de una vida que parece repetirse, siempre igual, como si estuviera atrapado en un ciclo interminable de caos.
Mi existencia no tiene sentido. La siento como un error, una anomalía en este universo tan vasto y perfecto. Todo está planeado, todo tiene un propósito, pero yo… yo soy el fallo. Soy un conjunto de átomos y partículas que se mueven al azar, sin orden, sin destino. Cada molécula de mi ser parece desmoronarse, un caos que lucha desesperadamente por corregirse.
Me pregunto si incluso los átomos sienten este tipo de vacío. Si en su perpetuo movimiento, en sus interminables choques y conexiones, alguna vez llegan a un momento de duda, un instante donde no saben si están en el lugar correcto. Me siento así, como si cada partícula de mí estuviera buscando un propósito y chocando contra la nada, una nada que lo consume todo.
A veces me imagino como una estrella en lo más profundo del espacio, tan lejana que nadie puede verla. Incluso si exploto con toda la violencia que llevo dentro, nadie lo sabrá. Moriré en el olvido, una chispa perdida en la inmensidad, una historia que nadie contará. Pero incluso las estrellas que mueren dejan vestigios... un rastro de luz, un eco en el universo que alguien podría encontrar. Y eso me aterra. Porque si yo desaparezco, ¿quedará algo de mí? ¿Quedará algún rastro, algún eco que hable de lo que fui, de lo que amé, de lo que soñé?
Quizás eso soy... un vestigio de lo que alguna vez fui, de la felicidad que tuve en un pasado tan remoto que apenas puedo recordarla. Me siento como un universo colapsando sobre sí mismo, un agujero negro que lo devora todo, incapaz de distinguir la luz de la oscuridad. Y aun así, hay un instante antes del colapso, un momento en el que las partículas luchan por mantener el equilibrio, como si supieran que, aunque el final es inevitable, su lucha tiene sentido.
Y aquí estoy, atrapado en ese instante, en ese borde entre existir y desaparecer. Mi vida es un cúmulo de fragmentos... estrellas que se apagaron, sueños que colapsaron, pedazos de felicidad que ahora solo son polvo flotando en la inmensidad. Y aunque trato de juntar esos pedazos, aunque intento construir algo con lo que queda, siento que siempre falta algo, como si el vacío estuviera destinado a ser parte de mí.
Y al final, me pregunto ¿es posible encontrar sentido en el caos? ¿Es posible que incluso en esta existencia errática, en este desorden de átomos y emociones, haya algo que valga la pena? No lo sé. Pero en medio de todo esto, en medio de la tristeza y el desorden, sigo buscando. Porque, aunque me sienta perdido, aunque mi brújula esté rota y el universo parezca indiferente, no puedo evitar querer encontrar algo, cualquier cosa, que me haga sentir completo otra vez.