Los veranos en Bahía Estrella siempre traían consigo el sonido de las olas, el olor a café recién hecho y el eco de recuerdos atrapados en la brisa marina.
Adrián regresó al pueblo tres años después, justo cuando el verano estaba en su punto más álgido. Su cabello era un poco más largo, su piel más bronceada y en su maleta traía el peso de todo lo que había vivido desde que se marchó.
Había cumplido su promesa. Se había ido. Había estudiado, conocido el mundo más allá del horizonte que solía observar desde la playa. Pero, incluso en la ciudad, incluso rodeado de nuevos rostros y nuevas historias, había noches en las que cerraba los ojos y escuchaba el murmullo de las olas, recordando a alguien que una vez le prometió que estarían bajo la misma constelación, sin importar la distancia.
El café de su familia seguía en el mismo sitio, con el mismo aroma familiar y la misma campanilla que sonaba cada vez que alguien entraba. Adrián dudó por un segundo antes de empujar la puerta.
Y ahí estaba.
Leo estaba detrás del mostrador, sirviendo una taza de café como si no hubieran pasado tres años, como si el tiempo se hubiera detenido justo en aquel verano en el que todo cambió. Su cabello seguía igual de despeinado, su sonrisa igual de enigmática. Pero sus ojos… sus ojos se iluminaron en cuanto lo vieron.
Por un momento, ninguno de los dos dijo nada.
Hasta que Leo rompió el silencio.
—Tardaste.
Adrián sonrió.
—Nunca dijimos cuándo volvería.
Leo se acercó lentamente, como si temiera que al moverse demasiado rápido, Adrián desapareciera. Pero no desapareció. No esta vez.
—¿Te quedarás? —preguntó Leo en voz baja.
Adrián miró a su alrededor, sintiendo el latido acelerado de su corazón, la calidez del lugar que siempre fue su hogar.
—Eso depende… ¿Todavía guardas mi lugar en la playa?
Leo soltó una risa suave y, sin decir nada más, tomó la mano de Adrián y lo arrastró fuera del café, hacia la arena dorada que había sido testigo de su primer beso, su primer amor, su primera promesa.
El cielo estaba despejado aquella noche, y la constelación que alguna vez los unió seguía ahí, brillando sobre ellos como un recordatorio de que algunas historias no terminan. Solo hacen una pausa, esperando el momento adecuado para continuar.
Y esta vez, Adrián sabía que no volvería a marcharse.
Porque algunas personas no solo son un capítulo en tu vida. Algunas personas son tu historia entera.