[Sostiene un lápiz mientras la lluvia caía con fuerza, en un cuarto donde las bombillas eran solo adorno, el hombre hacía gracia, burlándose de todas ellas, teniendo encendida solo una: la que estaba sobre la mesa, parpadeando la luz sin cesar.]
EMPIEZA A ESCRIBIR...
Solo recuerdo aquel día, esa noche fría y aburrida, donde las personas más estúpidas que conocía hacían que los niños inocentes como yo presenciaran el espectáculo de cerca. Realmente patético, pensé mientras sostenía la foto de mi amada, que, por desgracia, formaba parte de los mejores estudiantes. Ellos, bailando en pareja, demostraban su grandísimo ego, proclamándose cada uno de ellos como reyes de la fiesta. Demasiada droga para mi corazón; lastimosamente un delirio de mis sentimientos, es frustrante sufrir las consecuencias por esa chica.
Fueron tiempos difíciles en mi adolescencia. Como todo joven, me había enamorado ciegamente; no pensé en las cosas y terminé echándole el ojo a esa diosa: Alexia, así se llama la desgraciada. Su cabello de tinte rojizo y sus ojos dorados resaltaban sin problemas donde quiera que pasara. Al fin y al cabo, es conocida entre los estudiantes como la más hermosa y fría de todas, simplemente una serpiente de oro. Solo de pensarlo, mis entrañas se retuercen. Es una pena que tuviera que humillarme en aquel restaurante.
—No deseo establecer lazos con animales —me anunció frente a todos mirándome desde arriba.
—Quizás no me explique bien, si me permites... —me acerqué un poco—. Yo...
—Aléjate, sucio escarabajo —me amenazó, apuntándome con un arma—. Púdrete con tu especie, nunca estaré con alguien como tú.
Todos, además de reírse, exponían su lamentable pesar por mí. Lógico que era imposible tenerla en mis brazos; solo verla salir con sus supuestos amigos, los reyes de la escuela, me hacía sentir impotente. Ahora tengo que verla en esta fiesta, sonriendo y mirando a los sujetos repletos de fajos de billetes.
—Jefe —me dijo un hombre de porte formal—, el asunto está hecho.
—Oh ¿en serio? —tomé un poco de vino.
—La señorita Alexia ha aceptado su invitación. En el cuarto 401 lo está esperando jefe.
Al fin sacó sus colmillos, magnífico.
—¿Qué hará ahora? ¿Puedo acompañarlo señor?
—No sé si estás pretendiendo burlarte de mí —rápidamente sacó un arma—. Recuerda que soy el jefe de esta mafia.
—Lo siento, por favor siga.
No es por presumir, pero no podía quedarme de brazos cruzados cuando mi vida se vino abajo por culpa de ella. Fue importante tomar una decisión radical y ser el más grande de la zona.
Una puerta se abrió de golpe, y el sonido del crujir de la cama indicó que alguien había sido arrojado. Una mano delicada acarició el rostro de la chica, mientras que la otra, confiable, la desvestía. Sus labios eran tan suaves y cálidos; no era de extrañar, ya que su primer beso fue conmigo. Le susurré al oído que se preparara, porque lo que venía le iba a gustar. Al terminar de quitarle la tela que cubría su cuerpo excitado, un acto provocó que pronunciara mi nombre de manera exagerada. Estaba siendo devorada por mí; mi corazón latía con fuerza y las sombras danzaban sin descanso. Al final, se encontraba tumbada en la cama, diciéndome que me quería mucho, que nadie mejor que yo podía hacerla feliz. Fue bastante gracioso observar su expresión luego; sus ojos se abrieron de sorpresa cuando le susurré que era una víbora, y que, como todas ellas, vivía arrastrada.
—¿Pero... tú no me puedes hacer esto? —gritó adolorida.
—Solo te disfruté, espero que entiendas que en los viejos tiempos eras sobresaliente; ahora estás condenada a ser fácil.
Unas cuantas lágrimas brotaron de sus ojos, y mi sonrisa no podía ser más satisfactoría. Realmente había conseguido romper a esa bruja.