Todo concurría de acuerdo al plan. La hermana de mi madre, por fin, había logrado arrastrarme a una de las secciones, una de esas locuras que los supersticiosos acechan cuando quieren concretar sus males o sus bienaventurados amoríos llenos de pasión, o tan solo pedir ser protegidos. En medio de la ciudad, ¿cómo se llega a estas personas?, se preguntarán. Bueno, no es difícil, solo comienza "la pregunta": "¿Conoces a esa persona?" La respuesta es bastante común: "Yo no, pero sé de alguien que sí."
Y allí vas, tras él, y ese otro solo dice: "No, yo no sé, mejor no me meto en esas cosas, pero un compañero me dijo…”
Luego sigue el sabio arrepentido: "No te metas en esas cosas, luego te lamentas. Mejor reza y pide a Dios guía sabia." Pero de alguna manera encuentras dirección.
Uff, no me pregunten cómo lo sé… En fin, al terminar la búsqueda, al cabo de unos días, estás aquí justo como nosotras, a las afueras de una vivienda que, a simple vista, se ve normal. Vecindario bullicioso, pero tranquilo.
No es hasta que cruzas ese extenso jardín colmado de cientos de distintas plantas que empiezas a notar la sequedad del suelo. ¿Acaso nadie riega este jardín?, me pregunté sin gesticular ni un solo músculo del rostro.
Miré los ventanales y allí, tomando café, estaba la señora "sabia". No quisiera burlarme, pero jamás he creído en estas ridiculeces. ¿Por qué tendrían poderes fantásticos los humanos? Eso lo dejo en los cuentos que leí de niña. Giré para no burlarme de su cara enojada, pero ciertamente sería. Antes de alejar la vista, pude ver cierta superioridad en ella. ¿O era arrogancia? No, ¿por qué me vería así?
Entramos subiendo los escalones de la entrada, la cual estaba separada por una puerta roja con varios símbolos en los marcos, invisibles a los ojos externos. Visibles solo para los osados que se atreven a meterse con estas misticidades, jaja. Ciertamente tengo respeto; mis pensamientos los guardaré para mí. Pero mis expresiones son más rebeldes.
El pasillo donde mi tía colgó su abrigo no era extenso ni amplio. Una de las condiciones al cruzar la sala era quitarse los zapatos; no me apeteció. A ellas parece no les molestó que no siguiera sus costumbres o creencias. Pues la señora, de unos casi setenta años, nos miró y procedió a saludarnos sin problema alguno. Al ver la sala, no era más que una sala común y bastante corriente, pero de pronto nos guió unos pasos más adelante, cruzando a otra habitación donde la decoración sí era muy específica en cuanto a lo que se hacía aquí, y vaya que lo era. Paredes negras, mantos usados como cortinas, blancos y rojos; cuadros extraños, casi seis mesas ratoneras usadas como altares, distintas y horribles estatuillas, fotos y plantas, pequeños animales e insectos destripados, algunos vivos, que extrañamente solo caminaban alrededor de esas hermosas fotos familiares. Puedo asegurar que era sangre la de las grandes manchas en el suelo de madera; el hedor, cubierto con perfumes florales y sahumerios, me lo confirmó. Partes de esqueletos de un animal que desconozco colgaban del techo, y el viento las movía como si fueran adornos navideños.
Qué increíble eran las personas dejándose engañar así. Ya no me apetecía estar aquí, y mi familiar lo notó. Nos vamos en unos minutos.
—Pero qué visita tan impaciente
—¿Visita?— contesté, tratando de recordar a mi compañera que vinimos por algo.
La señora me observó.
—Selena— llamó mi tía Eli. Así que esta farsante tenía un nombre: "Selena", ¿ah? Creí que sería algún sobrenombre mítico.
Hice lo que me dijo, ahora solo debo terminar. ¿En cuál dirección? Preguntó mi tía.
—Sí, sí… yo te diré ahora, murmuraba con unas cadenas de cuecas, caminando hacia los altares, en donde, al parecer, hablaba o buscaba algo murmurando y murmurando. Continuó.
Yo vi de manera bastante admirada a mi tía. Desde siempre, aunque para ser más específica, miraba a lo lejos. Por lo cual me pareció curioso el por qué alguien tan inteligente, justa y amable, quería tener algo relacionado con estas personas. De hecho, parte de mi curiosidad me sedujo para venir aquí.
De pronto, como si la señora recordara algo, se sobresaltó. Caminó a las estanterías al fondo, que estaban igual de cargadas con extrañezas. Tomó una libreta común y corriente, comenzó a leer.
Yo, por mi parte, empecé a dar vueltas mirando todo con ojos curiosos mientras hablaban.
De la nada, dos hombres que realmente desconozco, de dónde eran, pero me parecía conocerlos... no sé de dónde ni desde cuándo. Los vi casi traer a rastras a una joven mujer. Vestía realmente bien; era delgada y su pelo rubio colgaba hacia adelante, sus flecos también se movían. Creí conocerla. Era loco, pero su nariz con puente me era familiar.
—¡Selena! ¡Selena! ¡¿Ayuda a mi sobrina?!— Dijo el más grande de ellos; ambos eran robustos. La joven lloraba, casi desmayada.
Como era de esperarse, la señora aprovechó la situación y respondió: No te preocupes, Mateo, yo estaba esperando por ustedes.
Sonreí de lado, con desdén. 《Claro que sí》, pensé y me aparté para que la señora sacara una silla y la colocara en el medio de la habitación. Los hombres retrocedieron y salieron. La puerta cerró desde dentro con tal fuerza que terminó de despertar a la muchacha ya sentada, quien al alzar la cabeza aclaró todo para mí: ella fue una compañera de la universidad de derecho. Dalia era su nombre, si mal no recuerdo. ¿Y esa apariencia? Carajo, sí que había mejorado. ¿Los elegantes hombres que la acompañaban fueron alguna vez sus zaparrastrosos tío y primo? El mundo sí que era un sitio de cambios constantes, pues de un día a verlos mal cuidados a ese espectáculo de vista. Era bastante irónico.
¿Dalia? ¿Dalia?
—Selena— habló ella, entre sollozos, y Selena recibió el abrazo de la joven, quien reprochando escupió:— Usted me dijo que todo iba a estar bien.
—Mamita, yo te dije que sabrías cuándo volver.
—No, no tengo miedo. Me persiguen.
—No, no, no llores. Todo va a seguir bien. Esta es la última sesión.
Solo observé el mendigo consuelo que la señora le daba a esta chica desconsolada que lloraba. Entonces vi a Selena apartarse diciendo:
—Las cosas lindas que quieres han tenido un precio caro. Deja de llorar... todo irá bien. Debemos limpiarte antes de continuar.
Selena tomó varios objetos y los colocó en uno de los altares. Esta foto estaba volteada. Como a Selena no parecía importarle nuestra presencia, no me marché. Es más, Eli y yo retrocedimos, pero observamos.
—Yo no he completado el ritual mañanero, dijo apenada, esperando una reprimenda. Y eso obtuvo, pues Selena lanzó las cosas al suelo y gritó, transformada:
—¡¿Qué dijiste?! ¿Cómo que no lo has hecho? ¡Niña imbécil! ¿Sabes lo que puede provocar esta irresponsabilidad?, preguntó Selena, y yo, saliendo del susto que me provocó.
La joven rompió en llanto otra vez: Lo sé, lo sé, pero no pude. Usted dijo…
—¿No puedes? ¿Quieres terminar como ella?
—No, no, jamás... Mis sobrinos estaban en casa y no pude evitarlo. Si completaba el ritual con ellos en casa, sería como usted dijo, y ellos serían arrastrados por mi culpa.
—Deberías pensar en ti misma como antes. No te es difícil, ¿verdad?
—No diga eso… Yo, yo, no, no.
Selena suspiró: —Cállate. Ahora veremos qué hago para volver a poner todo en calma otra vez.
Selena recitó varias ¿oraciones? en idiomas complicados que me hacían doler la cabeza con tan solo intentar entender.
Y aquí en adelante, todo literalmente se volvió una locura.
La silla junto a Dalia se acomodó en el centro de la habitación. Algo arrastró cada uno de los altares y objetos hacia las esquinas sin romperlos. Las velas prendidas sobre cada altar no se inmutaron, igual que nosotras. Al contrario de Selena y Dalia, quienes procedían a recitar sus oraciones a ojos abiertos.
Me pareció escuchar miles de voces susurrar cuando todo se tornó puramente silencioso. Selena agarró un huevo de la estantería y comenzó, sin tocarla, a pasarlo por el cuerpo de Dalia, quien no se resistió hasta que el huevo empezó a hervir. Selena se quejaba, recitaba y recitaba, pero con dolor, pues el huevo hervía en su mano. En ese momento llamó a Eli. Tráeme el vaso de agua en el altar de atrás tuyo. Quería que mi familiar no se metiera, pero a estas alturas estaba asustada. Supongo que uno es supersticioso hasta experimentar locuras de este tamaño.
La vi pasarle el vaso que, al hacer contacto con la mano de Selena, el agua hervía y hervía, salpicándola.
—Ah... ah... —se quejó y continuó. Dalia tomó el vaso y, como si su vida dependiera de ello, no lo soltó. Aguantó llanto, dolor y las quemaduras que provocaba.
El huevo por un instante dejó de hervir y el agua igual. Selena tomó el huevo y lo abrió en el vaso.
Yo estaba petrificada, pero no dejaba de observar ese huevo; ambas lo miraban extrañadas. Y las voces volvieron; la cabeza me punzaba como nunca, mi cuerpo era pesado y doloroso de sostener. Quería irme, así que fui a la puerta e intenté abrirla a golpes, en desesperación, cuando Dalia volteó a vernos y comenzó a gritar. Parecía ver algo delante de nosotras que lloraba y gritaba mientras Selena repetía una y otra vez que no abriéramos esa puerta. Comenzó a rezar y el huevo explotó, dejando salir algo rojo y negro que se retorcía. Eso mismo, en un instante, saltó y comenzó a cubrir la cara de Dalia, ahogándola. Intentaba quitárselo, era horripilante, mientras que la señora rezaba sus locuras.
Mi desesperación me movió y ahora la veía desde otra dirección. Observé cómo esa cosa se deformaba y asfixiaba a Dalia, pero de pronto, sangre y otras extrañas sustancias salpicaron todo, terminando por entrar por la boca de Dalia, también por sus ojos, nariz y oídos. Era repulsivo, pero me preocupaba que estuviera viva. Su cabeza se colgó y empezó a retorcerse rápidamente. Todo se detuvo y me miró. Sentí un frío congelador mientras me temblaban las piernas. Comenzó a reír.
Extrañas palabras se decían a gritos, como si pelearan por algo. De pronto, Dalia me miró con toda esa porquería en la cara. Selena se interpuso diciendo claramente: No puedes fallar a tu palabra —dijo firmemente, y yo aún podía cruzar miradas con ella.
Entonces todo explotó y Dalia cayó al suelo vomitando todo eso que había ingerido involuntariamente.
Retrocedí hacia Eli, quien me calmó una y otra vez y escuchó mis delirios por el shock. Le dije todo lo que vi, todo lo que sentí.
Las cosas se calmaron muy rápido, más de lo que debía. Dalia se despedía para siempre limpiando las lágrimas, con una sonrisa más resplandeciente. Ahora, más que asombrada, la veía igual de hermosa que cuando llegó, pero más viva y con una actitud arrasadora que me recordaba a mí misma. Nadie pensaría que estaba suplicando a una señora frente a nosotras.
En fin, se marchó saludando con respeto a mi tía, quien la despidió con un adiós, doctora. Será por mi cara helada que aún la perseguía que solo me miró con arrogancia. Le fruncí el ceño al recorrerme un escalofrío.
Hey —la llamé mientras se marchaba, necesitaba saber qué le había pasado, qué era todo esto, pero antes de perseguirla, Eli se interpuso.
No, hija, déjala que se vaya. Ella ya terminó su parte del trato.
¿Pero está loca? ¿Cómo puede...? ¿Cómo sigue... así?
Tranquila, todo va a estar bien —me dijo Selena, y la observé, desentendida.
No podemos ir —casi gritando, lo supliqué. Asqueada e irritada por todo lo sucedido. Además algo más se sentía… horrible, yo… sentía culpa y miedo. No entendí porqué.
—Selena, ¿puede darme la dirección?
—Ya está lista —dijo la señora, y tomó una lapicera no sé de dónde, y su antigua agenda también apareció en sus manos. Escribió la dirección. ¿Por qué no se la dio antes? ¿Por qué esperó tanto a que pasáramos por ese maldito espectáculo si sabía la dirección desde un principio? Todas estas preguntas se quedaron en mi garganta. Solo cuando abrió la puerta prácticamente salí corriendo. Nos subimos al auto y la señora se acercó a mi ventana.
—Fue un placer volverlas a ver, ahora me despido para siempre.
Eli arrancó y, después de casi media hora en la ruta, tomamos un camino de tierra hacia los campos. Poco después, se detuvo; era en el medio del cruce de calles. Bajé con ella. Quería respirar y pensar.
—Eli, pero ¿qué locura era esa?
—Te dije que las cosas graves se pagaban.
—Sí, me lo dijiste, pero esa mujer no estaba fingiendo. Además, conozco a esa chica; era Dalia, mi compañera en la universidad. ¿Por qué le dijiste doctora?
—Es doctora, ya es abogada.
—Jaja, apenas han pasado tres años, ¿cómo va a ser abogada? —reí nerviosa y pensé ¿por qué me mira así?
—Tú eres la que no terminó sus estudios.
—Eli, ¿no vas a llorar como mi madre porque abandoné la universidad?
—No, no, yo solo tengo que hacerte recordar.
—¿Qué?
—Tu madre llora por otras cosas... sabes lo que has estado haciendo este tiempo, trata de recordar.
Mi mente se nubló, solo podía sentirme angustiada y vacía. Será el cansancio que me obligó a decir:
—Vamos a comer algo. Volvamos, estoy cansada.
Ella prendió un cigarro y suspiró mirando el suelo.
—Cuando tu madre me dejó alzarte por primera vez, eras hermosa, un ángel. Nadie sabría que te volverías una zorra. Pedir a los ángeles caídos tan desquiciado para alguien como tú es duro.
¿Qué? E imágenes horribles se mostraban en mi cabeza. No, me quiero ir, ¿por qué dices eso? Me sentí aterrada de pronto. La misma sensación, las voces, el viento se volvió loco y yo sentía más frío que nunca.
Tres años me acompañaste, como lo dijo la bruja. Ahora tu alma se irá para siempre, pero antes sabrás todo. ¿Para quién crees que fuiste entregada?
Eli... —dije mientras me arrodillaba, y el aire que jamás había vuelto a entrar por mi cuerpo exactamente hace tres años. Sí, esa sensación volvió y me asfixió. Recordando quién era, quién fui, qué hice y qué me hicieron.
—Te consumiste de egoísmo y arrogancia toda tu vida. ¿A quién más podrías beneficiar que sea todo lo contrario que tú?
Me dejé caer hacia atrás en el arenoso cruce de caminos y reí, sí, reí mientras lágrimas inexistentes en este plano caían por mi rostro. Yo era arrastrada a esta esquina donde mis pecados me consumían; todo tenía sentido.
Yo, la joven que casi arruinó por completo la vida de Dalia, llevándola al intento de suicidio por acoso, bullying y otras locuras, compensaba mis actos con mi vida, mis éxitos. ¿Y cómo había logrado que todo esto sucediera? Pues parece que dormir con el esposo de mi tía no fue buena idea, menos cuando su suegra, o sea, su madre, era la bruja que ahora llenaba de venganza la cabeza de mi tía. Aún recuerdo lo bien que se sentía, pero, ¿acaso valió la pena? Tanto que mi amada tía ahora me entregaba a los demonios.
Supongo que después del accidente que tuve con el esposo de mi tía, al volver de esa alocada noche… Él murió en el acto. ¿Y yo? Yo jamás desperté después de aquella inusual visita de mi tía al hospital. Todo esto para beneficiar a otra. Tenía miedo, pero recordar que morí hace tres años aliviaba la carga; también recordar a esa maldita vieja que ató mi alma a esta perra que se hace llamar mi tía.
Claramente, no fue un placer para mí volver a verla. El frío desaparece cuando todo mi ser comienza a arder y las cuatro calles se oscurecen en pleno día. Ahora veo que aquella charla entre la vieja bruja y esa cosa en la silla no era más que una pausa; aún no podía llevarme, pues debían concluir el trabajo para que la buena fortuna acompañase por siempre a Dalia. Esos templos no eran más que mis pertenencias siendo ofrecidas. Esa foto volteada no era más que la mía.
—Mierda, no te dije que te admiraba; mira lo que hiciste —dije, y las piedras se incrustaron, hirviendo, en cada poro de mi cuerpo. Escupía sangre, hedor y otras putrefacciones. Mientras me hundía y mis inexistentes huesos se fracturaban, bañándome en dolor y agonía pura, podía ver a la próxima víctima reír frente a mí mientras yo gritaba de agonía. Como ella dijo: “Todo debe ser pagado.”