Mirarla es como quebrar un espejo, hablarle es como abrazar un cactus... simplemente es doloroso. A ella no le importa si me duele, si me afecta, ni siquiera le importa lo que sienta; o tal vez si, tal vez si le importa y no sabe cómo decirlo. De cualquier forma nada de eso tiene relevancia porque sin importar lo que haga o cuánto trate de cambiar algo entre nosotras, siempre termina igual.
A veces me pongo a pensar y supongo que quizás ella no estaba lista para nosotros, pienso en como de seguro dejó sus sueños de lado para formar una familia que no había pedido realmente. ¿Será por eso que siempre me define como “un clavo”?, no lo sé pero elijo creer que es por eso. Elijo vivir en esas excusas para no escucharla quejarse de mi, pero sobre todo, para negarme a mí misma el ser un error.
Ella no estuvo ahí para nada más que para criticarme, más bien ninguno de los dos estuvo ahí, porque él tampoco ayuda mucho. Él no está en casa casi nunca y eso es algo que agradezco, porque cuando algo le molesta su voz se agrava y es similar a la de un oso pardo, el oso abre la boca para rugir e intimidar a su presa, muestra sus fauces antecedidas por una fila de enormes dientes filosos...es aterrador. Cada vez que se enoja ruge, yo intento ponerme firme para no llorar, no quiero que sepa cuanto me aterran sus rugidos y... me devore.
Por las noches suelo quedarme despierta en el estudio, me siento frente a la computadora, escribo dos párrafos y ¡¡SAS!!...la primera crisis ansiosa. Tengo aproximadamente tres crisis por día, excepto en los días malos que es cuando tengo cuatro o cinco en diferentes momentos del día. Independientemente de cuántos ataques tenga a ellos no les importa y al igual que las marcas de mi muñeca a veces ni siquiera lo notan.