La noche era oscura y el bosque se cernía en silencio, roto solo por el murmullo de las hojas y el suave crujido de las ramas. La joven bruja, Celeste, caminaba descalza sobre la tierra húmeda, guiada por la tenue luz de la luna llena. Sabía que no debía estar allí; los límites del bosque prohibido eran territorio de criaturas salvajes y misterios que ni siquiera sus poderes podían controlar.
Pero esa noche, su instinto la llevaba a un claro escondido, un lugar donde sentía una presencia poderosa, una energía que le hacía latir el corazón con fuerza. Fue allí donde lo vio, una figura alta y robusta, de ojos brillantes que resplandecían con la intensidad de la luna. Era un hombre lobo, su piel estaba cubierta de cicatrices y su mirada llenaba de una tristeza antigua.
—Sabía que vendrías —gruñó él.
Celeste respiró hondo, manteniendo su compostura. Había oído hablar de él, de Luka, el hombre lobo desterrado por su manada, condenado a vagar solo. Pero no esperaba que su presencia la afectara tanto. La atracción era inexplicable, un tirón en su alma que no podía ignorar.
—¿Por qué me esperabas? —preguntó ella, con un tono que intentaba ser firme pero traicionaba su curiosidad.
Luka sonrió, una sonrisa entre melancolía y desafío.
—Porque tú eres mi hechizo —respondió—. Lo sentí desde la primera vez que cruzaste este bosque, tus susurros, tus cantos… Desde entonces, estoy atado a ti.
Celeste sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía que los lazos entre brujas y criaturas mágicas eran poderosos, pero esto iba más allá. Era como si sus almas se reconocieran, como si él fuera una extensión de su propio ser. La luna brilló más intensamente, iluminando sus rostros, y ella no pudo evitar alargar una mano para tocar su rostro.
—Esto está prohibido —murmuró.
—A veces, lo prohibido es lo único que realmente vale la pena. —Él tomó su mano, entrelazando sus dedos con los de ella, y el contacto fue eléctrico.
Sin decir más, Luka se inclinó hacia ella, y sus labios se encontraron en un beso que era tanto una promesa como una rendición. En ese instante, la magia y el instinto se unieron, y los límites entre una bruja y un lobo se desvanecieron.