A sus 25 años, Leonardo creía que el mundo le pertenecía. Durante años, había secuestrado, abusado y asesinado a jóvenes mujeres, sin remordimientos, sintiéndose intocable. Hasta que una noche, la policía lo atrapó. Fue condenado y enviado a prisión, pero nunca pensó que lo peor estaba por venir.
Los otros reclusos conocían su historia. En silencio, lo observaban, esperando el momento adecuado. Una noche, mientras dormía, lo sacaron de su celda. Rodeado y sin poder escapar, el miedo lo paralizó. Suplicó por su vida, pero solo recibió risas oscuras a cambio.
-Ya sabes por qué estamos aquí, ¿no?- abre esa maldita boca- le dijo uno de los hombres mientras lo sujetaban con fuerza.
Después de terminar brevemente.
Lo arrojaron al suelo, y la violencia empezó sin piedad. Leonardo sintió en su propia piel el horror que había infligido a sus víctimas. Cada abuso, cada golpe, era una réplica de lo que él les había hecho. El poder que alguna vez sintió desapareció por completo, sustituido por una vulnerabilidad abrumadora.
-Esto es por ellas-¿Se siente bonito?- susurraron en su oído mientras su cuerpo se quebraba. Intentó gritar, pero el dolor lo redujo al silencio, su voz perdida entre el terror y la brutalidad. Los segundos parecían eternos, y cada momento era un eco cruel de su propio pasado. Al final, lo dejaron destrozado en el frío suelo de la celda, sabiendo que este era solo el comienzo.
Día tras día, la violencia no cesaba. Cada noche, Leonardo volvía a revivir el tormento, comprendiendo finalmente que el verdadero castigo no estaba en las cadenas de la justicia, sino en la implacable venganza del karma. Todo lo que había dado, lo recibió, y con creces.