Desde niña fuí diferente, lo sé. La menor de tres hermanas perfectas, lindas todas e inteligentes. Mis padres médicos querían que siguiéramos sus pasos. Ellas lo hicieron yo preferí ser artista. Me gustaba dibujar y hacer esculturas con plastilina que luego cambié por madera.
Pasaba horas leyendo en mi habitación, prefería la soledad que el bullicio. En las fiestas familiares siempre era excluida por mí familia por pensar diferente. Por vestir cómoda en vez de vestidos y moños. No jugaba a las muñecas, prefería incursionar en la naturaleza.
A los treinta años estaba soltera, no había tenido una relación formal en toda mi vida. Amaba la libertad y andar por casa a mis anchas, prefería dedicar mi vida a lo que me gustaba, el arte y crear. Mis novios ocultos no entendían esto, querían a la típica chica convencional. La chica bien portada, cocinera, ama de casa.
Ya mis hermanas tenían du familia formada y yo seguía mi vida soltera. Esto preocupaba a mis padres. Me presionaban por que formara una familia antes que fuera tarde. Pronto se te pasará el arroz decían. Tanta comparación me hacía sentir mal en ocasiones. A pesar de ser autosuficiente, cobraba muy bien por mis trabajos y tenía mi propio hogar.
Esto no era suficiente para ellos, a pesar de ser una persona plena y realizada. Lo peor fue cuando decidí ser madre soltera. No quería depender de un hombre. Fue en esa búsqueda que encontré a Jairo. Un chico afroamericano que tampoco encajaba en el prototipo de mi familia.
Con el libre otra batalla con mi familia, la aceptación. Tuve una niña preciosa la cual fue nuevamente la nueva oveja negra de la familia, la marginada. Sus primos la rechazaban por el color de su piel. Nos alejamos de todos y fuimos felices. Yo gané dos amores libres e incondicionales.
Mis padres enfermaron en su vejez, mis hermanas estaban en proceso de divorcios y no tenían cabeza para ocuparse de ellos. Entonces no les quedó más remedio que irse a vivir con nosotros. Con los despreciados. Poco a poco en la convivencia notaron la armonía y la felicidad genuina nuestra.
El tiempo que duraron fueron felices, libres de estereotipos y juicios sociales. Mi esposo el que descubrí cuando no pensé que podría entregarme a un amor formal me dio alas en vez de límites. Me dio firmeza en vez de un piso mojado. Me dio sueños y metas a seguir en mi proyecto individual y junto a ellos.
Mis hermanas frígidas por la sociedad, soportaron mucho por el que dirán, ahora son amargadas y frías. Mis padres tuvieron que pedir perdón por todo lo dicho sobre nosotros y comprendieron el verdadero significado de la vida y de lo que realmente importa. El amor a uno mismo y seguir en un ambiente pleno.
Más allá de riqueza, de color de piel, de preferencia sexual. Ser fiel a uno mismo, amarse uno para luego dar lo mejor de sí a otros. Mi hija bajo su propia voluntad quiso ser médico cómo sus abuelos. Fue tan feliz en la vida como yo. Creo que no hay nada más feliz que ver a un hijo bien. Entonces supe que no éramos las ovejas negras, más bien las ovejas coloreadas con los colores de la vida, un oasis en un mundo cruel.