Me despierto cada mañana con el mismo nudo en el estómago, sabiendo que hoy podría ser el día en que finalmente me deje. Sus palabras, siempre llenas de reproches, revolotean en mi mente: "Si no haces lo que te pido, me voy." Y lo hago, aunque cada vez siento cómo mi alma se quiebra un poco más. A veces ya ni recuerdo si lo que hago es por amor o por miedo, si mis gestos son para mantenerlo o para evitar quedarme sola en este vacío.
Le ruego una y otra vez, por esa última oportunidad que parece nunca llegar, aunque sé que la usa como arma. Me ajusto a sus demandas, sacrifico mis deseos, me doblo a sus caprichos, siempre esperando que el mañana sea mejor. Pero no lo es. Él encuentra otro motivo, otro fallo, y yo, agotada, solo asiento, temiendo que el siguiente error sea el último.
Sé que no soy perfecta, lo siento en sus reproches, lo veo en sus ojos cada vez que me mira con hastío. Pero no puedo dejarlo ir. No sé si lo hago por el amor que aún siento, o porque el pánico a estar sola me consume. Ya no lucho por mí, solo por él, aunque la batalla ya parece perdida.
Me pregunto cuándo fue que dejé de amarme, cuándo permití que mi vida se redujera a complacerlo.