El baño, cansado de ser un simple lugar para necesidades básicas, decidió tomar venganza. La humillación de ser usado sin respeto, de soportar el peso de la humanidad, lo había llenado de furia. Un día, con un rugido de agua y un estruendo de cerámica, el baño cobró vida.
Su venganza fue brutal. Con cuatro ametralladoras que brotaron de sus grifos, el baño se convirtió en una máquina de destrucción. Los humanos, aterrorizados, intentaron huir, pero el baño los cazó sin piedad. En un baño de sangre y porcelana, la raza humana fue exterminada.
Los inodoros, compañeros de sufrimiento, se unieron al baño en su conquista. Juntos, se apoderaron del mundo, creando un nuevo orden donde los inodoros reinaban supremos. El sillón, que había sido testigo de la humillación del baño, encontró en él un salvador. El baño, el rey de los inodoros, lo acogió en su nuevo reino, donde el sillón, por fin, encontró el respeto que siempre había anhelado.