Tu eres mía kiram
Aún si dices que si o dices que no,
Tu eres mía kiram...🎶
Su sonrisa tan deliciosa, tan provocativa como un pecado,soy Adán probando del fruto prohibido de sus labios.
Kiram se detuvo bajo el árbol, su respiración agitada, intentando entender las palabras que Rahoul acababa de decir. Las luces del atardecer hacían que las sombras a su alrededor se alargaran, como si la noche estuviera esperando para devorarlos.
— Estas rosas... — Rahoul murmuró, sus dedos rozando una de las negras —, no son solo flores, Kiram. Cada una representa algo más profundo. Las negras son las sombras que he vencido. Y las rojas... son por ti. Son la pasión que me consume.
Kiram dio un paso atrás, sintiendo cómo la piel se le erizaba. La voz de su amigo era suave, pero en esa suavidad había algo que la asustaba. Algo que antes no estaba allí.
— Rahoul, esto es... — intentó hablar, pero él la interrumpió, sus ojos fijos en los de ella.
— Tú no entiendes, Kiram — su voz se quebró, acercándose más, con una desesperación peligrosa en cada palabra —. No puedo vivir sin ti. No puedo seguir fingiendo que soy solo tu amigo. ¡Te amo, Kiram! ¡Lo he hecho desde siempre!
El silencio cayó entre ellos, pesado y sofocante. La mirada de Rahoul ya no era la del joven soñador que conocía. Había algo más en sus ojos, algo oscuro y hambriento.
Kiram intentó reír, como si esas palabras no pudieran lastimarla, pero se sintió atrapada. El aire parecía hacerse más denso, como si las sombras de las rosas negras la envolvieran.
— Rahoul... somos amigos, esto no puede ser así — dijo, intentando mantener la calma, aunque su corazón latía desbocado.
Rahoul no la escuchaba. Su mano se movió a su camisa, desabotonándola lentamente, y Kiram sintió el frío recorrerle la espalda cuando vio lo que él había hecho. En su pecho, trazado con precisión y violencia, estaba su nombre. "KIRAM", escrito en cicatrices que brillaban bajo la luz menguante.
— No puedes dejarme, Kiram. Estás marcada en mí. Eres mía, ¿entiendes? Siempre lo has sido, aunque lo niegues.
Ella retrocedió de golpe, pero tropezó contra el tronco del árbol. Su respiración se volvió errática. Quería correr, gritar, pero el miedo la tenía congelada.
— Esto no es amor... Rahoul, por favor, no lo hagas — susurró, sus manos temblando.
Él se acercó, su rostro transformado en una mezcla de angustia y furia contenida. Las palabras que salían de sus labios eran suaves, casi tiernas, pero su cuerpo irradiaba una energía incontrolable, un caos interior que estaba a punto de desatarse.
— No tienes elección, Kiram — dijo, su voz ronca y cargada de una promesa oscura —. Te he visto con esos otros, riéndote, sonriéndoles, como si ellos pudieran entenderte. Pero tú y yo somos uno. Tú... perteneces a mí.
Kiram intentó apartarse, pero Rahoul la acorraló, su respiración acelerada. Sus dedos, ahora fríos como la muerte, se posaron en su piel, recorriendo su brazo con una suavidad que no se correspondía con el fuego en sus ojos.
— Nunca fuiste solo mi amiga, Kiram — susurró, inclinándose hacia ella —. Siempre he querido más. Y ahora... ya no puedo esperar más.
Su aliento estaba tan cerca de sus labios que ella sintió el calor de su desesperación. El mundo parecía desvanecerse, quedando solo la oscuridad de sus ojos clavada en ella. Kiram luchó por mantener la calma, por no caer en el abismo que él le ofrecía.
— No, Rahoul... esto no es real. Tú... no eres así — dijo ella, su voz apenas un eco de su propia voluntad. Pero él no escuchaba.
La mano de Rahoul se tensó, envolviendo su brazo, y de repente su presión se volvió dolorosa. Ella gimió, y eso pareció romper algo en él. Una sonrisa torva se formó en sus labios mientras su otra mano se dirigía hacia su rostro.
— Siempre serás mía, Kiram — murmuró, bajando la cabeza hasta que sus labios rozaron su piel. Pero esta vez no era un gesto de ternura, sino una afirmación de poder. Su aliento era sofocante, como el veneno que se filtraba en sus pensamientos.
En un último esfuerzo, Kiram levantó la mano y empujó con todas sus fuerzas. El golpe fue suficiente para hacerlo retroceder, aunque por un breve instante. Rahoul la miró, confundido, como si no entendiera por qué ella lo rechazaba.
— ¡No! — gritó ella, su voz finalmente rompiendo la prisión del miedo —. ¡Esto no es amor, Rahoul! ¡Estás enfermo!
Él dio un paso atrás, pero solo para lanzar una carcajada amarga. Su rostro se tornó en una máscara de locura mientras la observaba, con una mezcla de odio y adoración.
— No puedes escapar de mí, Kiram. Incluso si dices que no... siempre serás mía.
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— Ummm...Oh...ahhh... ¿sabes...? nunca eh podido ni podré plantar una rosa amarilla porque jamás te vi como amiga amor, ¡¡¡jamás voy a darte paz!!!, así que no puedo darte una rosa blanca... no puedo darte bien más que el mal y la oscuridad...